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El cinismo de las noticias en Colombia

Fue primera plana de El Espectador el futuro matrimonio de una periodista y el hijo de un guerrillero. Ese suceso personal de un par de colombianos ha ocupado titulares en todos los medios de comunicación nacionales. Les han hecho entrevistas y reportajes, y en La W y en Semana he leído, en dos días, más de cinco publicaciones diferentes sobre el mismo tema: entrevistas a la pareja, a ella, opiniones de figuras públicas, la narración de la historia de amor, y más.

Es indignante que los periodistas nacionales y los medios de comunicación estén dando cobertura a un hecho que no es, ni debería ser, noticia nacional. Una situación privada de dos personas, que no están haciendo nada extraordinario, se van a casar, al igual que los 54 mil colombianos que, en promedio, contraen nupcias cada año en Colombia, según los datos de la Superintendencia de Notariado y Registro.

¿A mí para qué diablos me sirve saber que una mujer en Bogotá se va a casar con el hijo de un guerrillero? ¿Qué utilidad tiene esa información en la vida de un colombiano? ¿Para qué le sirve ese desarrollo noticioso al país?

Alguien que me explique para qué le sirve a un padre cartagenero, que no tiene cómo darles desayuno a sus hijos, saber que una periodista cachaca se casa con el hijo de un guerrillero. El hambre diaria que padecen los cartageneros hoy es noticia de moda en la ciudad. Llevo todo el año escribiendo sobre el tema, pero afortunadamente el periódico local se tomó (¡por fin!) la molestia de abordarlo con la seriedad que requiere y lo publicó en primera plana.

El periodismo, desde todos sus géneros, debe darle voz a quien no la tiene, visibilizar lo que quieren callar, mostrar la realidad de un país, una región y una comunidad, para ayudar a transformarla. Joseph Pulitzer dijo una vez: “El poder para moldear el futuro de una república estará en manos del periodismo de las generaciones futuras”. Para mí, el periodismo surge de la rebeldía, del querer contar la verdad, esa que se quiere silenciar o adornar para no mostrarla como es. Recientemente leí una frase del periodista nicaragüense Octavio Enríquez: “Debemos entonces fortalecer la memoria colectiva y contradecir la versión oficial”. Ese es nuestro deber, a través de todas las facetas que el periodismo permite, desde una simple y modesta columna de opinión hasta un gran reportaje en un medio nacional.

Y ese deber periodístico debería ser mucho más grande en un país como Colombia, donde la desigualdad y la injusticia son el pan de cada día. Una nación donde la violencia nace del mismo Estado, que no es capaz de proteger los derechos mínimos de sus ciudadanos.

Esta semana el presidente Duque hizo varias alocuciones en medio de la COP26, en las cuales mostró a Colombia como el paraíso de la protección ambiental y aseguró que, en 2022, el 30% del país sería declarado área protegida. De esto hablo más a fondo en una de mis columnas. El caso es que las palabras de Duque en medio de una cumbre tuvieron menos seguimiento periodístico que el futuro matrimonio de la periodista. Y resulta que todo lo que Duque le dijo al mundo es una vil mentira: el paraíso ambiental que mostró ante los líderes mundiales es falso; la realidad del tema ambiental en Colombia es desgarradoramente cruel.

No he visto a ningún medio nacional haciendo un contraste entre todas las mentiras que Duque dijo en Escocia y la realidad diaria del tema ambiental en Colombia. No hay una sola noticia al respecto. Lo que se encuentra sobre el tema son tuits de personalidades nacionales, columnas de opinión como la de Yolanda Ruiz (que lo menciona tímidamente) y un par de columnas de otros escritores —incluyendo la mía— que no podemos callar ante tanto cinismo. Y, por supuesto, la voz de Francia Márquez, líder ambiental a quien han intentado asesinar en varias ocasiones por proteger nuestro patrimonio ambiental.

https://twitter.com/FranciaMarquezM/status/1456587301673480195

Colombia es el país más peligroso del mundo para defender el medio ambiente, ocupando el primer lugar a nivel mundial en homicidios de líderes ambientales que intentaron proteger sus territorios de la depredación. Asesinaron a 65 líderes durante 2020. Pero no solo son angustiantes sus muertes injustas y crueles, sino también toda la desgracia social que ocurrió en las comunidades a las que pertenecían muchos de estos líderes.

Los homicidios de varios de estos líderes ambientales ocasionaron el desplazamiento de poblaciones enteras. Estos asesinatos causaron pánico en las comunidades a las que pertenecían.

El asesinato de Ernesto Aguilar Barreras, el 18 de julio de 2020 en Catatumbo, Norte de Santander, provocó el desplazamiento de 120 personas de su comunidad, que huyeron despavoridas ante el horror de la muerte. Ernesto era integrante de un Comité Veredal Campesino de Ascamcat.

El homicidio de Carlos Navia, el 26 de octubre de 2020 en Argelia, Cauca, produjo el desplazamiento masivo de comunidades de los municipios de El Tambo y Argelia. Carlos fue fundador y fiscal de la Asociación de Juntas de Acción Comunal (Asocomunal) del municipio de Argelia.

El asesinato de Miguel Tapí Rito, el 3 de diciembre de 2020 en Bahía Solano, Chocó, ocasionó el desplazamiento masivo de las comunidades de Posa Mansa, El Brazo, Bakurú Purú y Boroboro. Miguel era un líder indígena embera de la comunidad El Brazo, Bakurú Purú.

Toda esta información pasó de ‘agache’ en la agenda de noticias nacionales; algunas de estas muertes ni siquiera fueron mencionadas o reportadas por los medios nacionales. Muchos de los 65 asesinatos de líderes ambientales durante 2020 no fueron considerados noticia. Sus muertes se convirtieron en parte del paisaje violento de Colombia. No generaron interés noticioso para la gran mayoría de los medios de comunicación colombianos. Pero, el futuro matrimonio de una periodista youtuber, eso sí es noticia.

En la cabeza de los que dirigen los medios colombianos, el matrimonio de esa pareja es noticia nacional, a la que hay que darle todo el despliegue periodístico imaginable y el titular más grande. Pero que cuatro comunidades indígenas hayan huido despavoridas de sus territorios debido al asesinato de su líder, eso no es noticia. Apenas ocupó dos párrafos en uno que otro medio nacional. No hay entrevistas a los familiares del líder, no hay entrevistas a las familias desplazadas. No hay una narración detallada de los hechos. Lo que se encuentran son párrafos escuetos sobre esa tragedia que vivieron nuestros compatriotas.

Ver a diario la agenda de noticias que manejan los medios de comunicación nacionales me produce impotencia, tristeza, desasosiego y decepción. En ocasiones es indignante observar aquello a lo que le dan un despliegue noticioso absurdo, como el caso del futuro matrimonio de la periodista, y ver cómo pasan por alto temas que son verdaderamente noticia y que, además, es nuestro deber publicar, replicar y dar amplio cubrimiento. A Katharine Graham se le atribuyen las siguientes palabras: “Escribimos desde el periodismo el primer borrador de la historia”. Y el periodismo de la Colombia de hoy está eliminando de la historia a todos los líderes que han dado su vida por defender sus comunidades y derechos. Suprimen de la historia nacional a todos estos líderes cuando le dan primera plana a Epa Colombia o al matrimonio de la periodista, e ignoran (intencionalmente) hechos de violencia que requieren el mayor despliegue periodístico posible, pero que, irónicamente, no consideran noticia.

Cito nuevamente al periodista nicaragüense Octavio Enríquez, quien escribió en una de sus columnas una frase poderosa que resume lo que ocurrió con Duque y la realidad ambiental colombiana: “Dos facetas de la profesión que la autodefinen: su papel de responsabilizar al poder por sus actos y su capacidad de formar ciudadanos brindando información de calidad”.

Lo que ocurrió con Duque en Escocia, durante sus alocuciones en medio de la COP26, fue una oportunidad para evidenciar ante el mundo la hipocresía y mentira que el presidente le vende al exterior. Las mentiras que en sus caras les cuenta a los líderes mundiales. Hoy nuestra labor es no callar y mostrar la verdad, la Colombia real, en la que matan a quien defiende los manglares, como a Juana Perea Plata, asesinada el 29 de octubre de 2020 en Nuquí, Chocó.

Ella valientemente se oponía a la construcción de un puerto en el Golfo de Tribugá y de la carretera Ánimas-Nuquí, porque ambas obras arrasarían con cientos de hectáreas de manglar. Por alzar su voz en oposición, Juana recibió un disparo en la frente y fue arrojada a una playa.

El asesinato de Juana sí tuvo despliegue periodístico nacional, por varias razones: era colombiana, pero también tenía nacionalidad española; era nieta del primer delegado del gobierno vasco en Colombia; provenía de una familia prominente y adinerada. Ella era una figura reconocida dentro de un círculo social. Eso la convirtió en noticia, porque tristemente, la muerte de los indígenas, los negros y los pobres no es noticia en Colombia. El origen privilegiado de Juana no le quita valor a su lucha social, sino todo lo contrario. Ella murió por defender los manglares, y Duque tuvo el descaro de decir que va a proteger el 30% del territorio nacional para evitar la deforestación, cuando el Estado colombiano es incapaz de proteger a los líderes que defienden el medio ambiente.

En Colombia, Greta Thunberg —en el mejor de los casos— seguramente ya habría sufrido varios atentados contra su vida, como le ha sucedido a Francia Márquez; o, en el peor de los escenarios, que es el que viven todos los líderes sociales de Colombia, la historia de la vida de Greta habría finalizado con un disparo en la frente, igual que le ocurrió a Juana.

Cuando tenía unos 12 años, decidí estudiar comunicación social, no para ser periodista, sino porque a esa edad pensaba que para ser escritora debía estudiar periodismo. En esa época aún no entendía que ya era escritora, aunque estuviera en el colegio; un diploma no validaba la esencia de lo que soy. Cuando entré a estudiar periodismo, me enamoré de la profesión. Comprendí que podía sacar las palabras de la ficción para contar una realidad, que con mis palabras, quizás, podría ayudar a transformar mi entorno.

Para José Saramago, las palabras tienen un valor inimaginable, son un testamento, el testamento de nuestro mundo. Cuando escribimos, desde la literatura, la historia o el periodismo, creamos la memoria del mundo, de nuestro país, ciudad, comunidad y de nosotros mismos.

Cuando escribimos, le damos forma a la realidad y se la entregamos a los otros para que accedan a ella. Saramago dijo: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. Todos los que escribimos, todos los periodistas, tenemos la responsabilidad de no callar, de escribir desde nuestro espacio, sea un blog, un pequeño portal o un gran medio nacional, debemos contar aquello que quieren silenciar y desmentir los engaños de un gobierno que, en este caso, no responde por la vida de sus ambientalistas, pero que ante el mundo quiere mostrar un país falso, una Colombia que solo existe en su imaginación.

Pero esta es una labor diaria. Hoy el montaje y la mentira es sobre el tema ambiental, mañana será sobre otra problemática nacional. Quieren callar la realidad saturando a Colombia con noticias como la de la periodista que se casa con el hijo de un guerrillero. Así evitan responsabilizar al poder por sus actos, evitan cuestionar a Duque por ser el país número uno a nivel mundial, por dos años consecutivos, en el ranking de asesinatos de líderes ambientales.

Inundan los medios de banalidades, de noticias que no son noticias, para que el gobierno no responda ante el cinismo de su discurso y la realidad que vive el país. Por eso, mi invitación es para aquellos que escriben libremente desde su espacio, a no quedarse callados, a contar aquello que quieren silenciar.

Pero también invito a los lectores, a los colombianos en general, a no consumir esos contenidos que desvían la atención nacional frente a lo que de verdad es noticia. Debemos exigirle a los medios nacionales que narren la Colombia olvidada, negada y desigual. Debemos leer otros medios, independientes, pequeños o grandes, que nos muestran las cifras de la realidad colombiana que quieren ocultar detrás de una noticia sobre Epa Colombia.

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