La muerte de alguien = entretenimiento del día
Paulo Coelho tiene una frase que resonó en mis oídos esta tarde: “La burla del dolor ajeno solo demuestra la pobreza y miseria humana”. Creo que vivimos en una sociedad sumida en la miseria de los valores.
La burla del dolor ajeno, sólo demuestra la pobreza y miseria humana
— Paulo Coelho (@paulocoelho) 7 de marzo de 2013
Estaba en la oficina cuando de repente escuché a una señora decir: “Estaban mostrándome un vídeo de una niña de 14 años que se tiró de un edificio, ¡qué vaina tan espantosa!”. Esas palabras dieron pie a una conversación entre todos los presentes en la oficina.
Fue una conversación que me llenó de vergüenza ajena e indignación. Comenzaron a relatar todos los detalles del vídeo, describiendo en detalle el tiempo que la niña trató de sostenerse, el tiempo que tardó en caer, incluso lo que llevaba puesto… Mientras hablaban, se reían y conversaban como si estuvieran comentando una película o un partido de fútbol.
Eran cinco personas conversando sobre la trágica muerte de una niña y ninguna de sus palabras, gestos o expresiones mostraban sensibilidad hacia un suceso tan doloroso y trágico. Todo lo contrario, estaban entretenidos, divirtiéndose y relajados, hablando sobre la muerte de un extraño.
Verlos y escucharlos hablar con tanto entretenimiento sobre algo tan triste me produjo escalofríos. Qué falta de sensibilidad y desprecio por la vida de alguien.
Pero la conversación no se detuvo en la narración del suceso. Continuó con una fase especulativa en la que ellos exponían “teorías” sobre por qué una niña de 14 años se suicidaría desde el décimo piso.
Una señora dijo: “Esa pelada estaba preñada y se mató antes de decírselo a sus padres”. Y así comenzaron a exponer todas las razones que se les ocurrieron, desde las más despiadadas hasta las más comunes.
La muerte de esta niña fue tema de conversación durante 40 minutos. De esas personas, nunca escuché palabras de solidaridad hacia los padres de la adolescente. No mostraron empatía hacia el dolor de la familia ni expresaron lamento por la pérdida de una niña de 14 años. Ninguno de ellos hizo eso.
En silencio, estaba horrorizada. Me pregunté quiénes eran las personas que me rodeaban. Todos los presentes en esa conversación habían recibido y enviado el vídeo de la muerte de la niña. Cada uno de ellos lo reenvió a todos sus contactos. ¿Con qué derecho?
La muerte de esa niña se convirtió en el morbo de la semana. Mientras una familia vivía el drama de la pérdida de su hija, también tenían que lidiar con el hecho de que el vídeo de ese momento tan doloroso estuviera circulando por todas partes. La memoria de su hija estaba siendo irrespetada y vilipendiada por miles de desconocidos.
Actualmente vivimos en una sociedad descompuesta, donde los valores no existen, la vida y el honor ajeno no valen nada, y la palabra “respeto” está en desuso. Su significado cada día es más irrelevante.
No sé si la sociedad y el siglo en el que vivimos son moralmente peores que los anteriores, pero recuerdo que hace décadas no era así. Recuerdo a personas más respetuosas ante el dolor ajeno; en mi mente hay personas más sensibles y prudentes frente a una tragedia.
Quizás el morbo y el amarillismo ya existían, pero no eran tan frenteros y descarados. Tal vez porque en aquellos tiempos no era común ese comportamiento y las personas se contenían para evitar ser rechazadas socialmente.
Estoy convencida de que las redes sociales y la mensajería instantánea nos han convertido en seres cada vez más insensibles, irrespetuosos y brutos. El mal uso y el acceso a todo tipo de información, así como la posibilidad de subir cualquier tipo de contenido, han llevado a una gran parte de la población a no saber respetar al otro y a perder el valor por la vida.
Indudablemente, esto es consecuencia de la falta de valores en los hogares. Las familias rotas, donde no existen roles definidos, los hijos no respetan a los padres y no hay figuras de autoridad, no brindan la enseñanza de los valores necesarios para vivir de manera saludable en comunidad.
Hoy en día vivimos en una sociedad enferma que no muestra señales de mejoría. La única manera de comenzar a sanar es empezar por curarnos a nosotros mismos, intentando ser buenos seres humanos.