La Unión Europea necesita reforzar su legitimidad
A pesar de ser ejemplo de integración pacífica, la región afronta un creciente escepticismo evidenciado en la activación del brexit, el auge de partidos populistas o la crisis migratoria. Este panorama obliga a pensar en la relegitimización de un proceso de integración que permita reconectar el interés nacional con la causa europea.
En un artículo de análisis publicado en la edición 210 de UN Periódico, el profesor Pablo Nuevo López, director del Departamento de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Abat Oliba CEU, Grupo Educativo CEU (España), ofrece algunos claroscuros del 60 aniversario del Tratado de Roma, que marcó el inicio de la integración europea.
Según el docente, en lo que respecta a los logros de la Unión Europea (UE), es necesario poner de manifiesto cómo el proceso de integración se ha realizado por medio del derecho. Se trata de un resultado que no debe ser minusvalorado por la lección civilizatoria que comporta: es el derecho –instrumento de la razón y la justicia– el que ha guiado todo el proceso de integración, desde las primitivas comunidades europeas hasta la UE de hoy.
“No es casualidad que desde la puesta en marcha del proceso de integración Europa haya vivido el mayor periodo de paz y prosperidad de su historia”.
Con respecto al factor económico, el experto señala que la crisis financiera de 2008 puso de manifiesto la necesidad de abordar algunos problemas europeos. Han sido las acciones desarrolladas por el Banco Central Europeo las que han preservado todo el sector financiero en Europa Occidental, especialmente en Italia y España: “si este no hubiera inyectado algo de liquidez al sistema, las economías de esos países se habrían derrumbado”.
En otros temas se pueden hacer las mismas consideraciones: desde la protección de los datos personales en relación con los gigantes de Internet –como Google o Microsoft– hasta los problemas ambientales, o desde la crisis de los refugiados hasta la ordenación de los flujos migratorios, etc.
Síntomas de agotamiento
Dentro de las causas de la desafección mencionadas en el texto, el autor indica la percepción que tiene gran parte de la ciudadanía europea de que las instituciones comunitarias son una maquinaria burocrática lejana y costosa ocupada en regular nimiedades y carente de legitimidad democrática: “si bien se trata de una crítica injusta, sí que evidencia las limitaciones de un modo de entender Europa en el que se pretende sustituir la política por la mera administración”.
Al mismo tiempo señala que la desafección también se relaciona con el hecho de que la integración se esté desarrollando a gran velocidad y con la realidad de que el paisaje de las sociedades europeas, crecientemente complejas, se haya transformado de manera fundamental.
En ese sentido, la respuesta solo permite afrontar los desafíos mencionados si se trata de una respuesta eficiente y eficaz; tal eficacia depende de la capacidad de los órganos de la UE de tomar decisiones.
Relegitimar el proceso de integración
Para el profesor Nuevo es importante considerar que la legitimación de la autoridad de la UE debe venir de los Estados nacionales. Es dentro de los respectivos sistemas constitucionales de los países miembros que los pueblos pueden seguir encontrando la oportunidad más fiable de expresión, elementos que hacen posible un foro democrático funcional para el desarrollo de una opinión pública informada. Además, constituyen el lugar donde la democracia representativa puede funcionar mejor.
“Un adecuado fortalecimiento de los Estados, junto con una mejora de los mecanismos de cooperación intergubernamental, servirían para mejorar el funcionamiento de la UE. Por un lado, ayudarían a reconectar el interés nacional con la causa europea, de modo que las instituciones comunitarias dejen de percibirse como un ente abstracto y lejano; por otro, permitirían visibilizar cómo las mencionadas instituciones comunitarias están al servicio de los países miembros y de sus ciudadanos, relegitimando así el proceso de integración”.
Para el experto está claro que eso requiere de la concurrencia de valores profundos y compartidos, lo cual en estos momentos brilla por su ausencia. De ahí que, antes que buscar cómo organizarse mejor, la UE –igual que los Estados miembros– deba recordar su identidad.