Rodolfo Hernández: el espejo de una sociedad enferma
Hoy leí una columna de Juan Gabriel Vásquez en el diario El País. Leer a Vásquez me permitió organizar las ideas y las razones que, para mí, llevaron a Colombia a votar por Rodolfo Hernández.
A las 7 de la noche del 29 de mayo, aunque Gustavo Petro ganó, sentí un gran sinsabor, algo similar a una tusa. Verdaderamente, tenía la ilusión de que en la primera vuelta el panorama de Colombia cambiaría, pero no fue así.
¿Por qué Rodolfo Hernández obtuvo 5,93 millones de votos? Esa es la pregunta que surgió para muchos en Colombia.
En octubre del año pasado, me entrevistaron en un canal local para hablar sobre el panorama electoral que le esperaba a Colombia este año. En esa entrevista, dije que Rodolfo Hernández era peligroso electoralmente y utilicé una expresión coloquial: “es el gallo tapado del uribismo”. Aseguré que era posible que fuera un contrincante para la segunda vuelta. Aunque en esa época no era el favorito en las encuestas, yo ya lo veía como una amenaza porque conozco la naturaleza de una parte de los colombianos.
¿Por qué Rodolfo Hernández pasó a segunda vuelta? No fue simplemente el antipetrismo o el antiuribismo lo que llevó a 5,93 millones de colombianos a votar por Hernández, tampoco fue solamente un clamor efervescente contra la clase política ni un rechazo contra la corrupción. Esos 5,93 millones de votos tuvieron algunos de esos ingredientes como motivantes, pero no fueron la única razón. El motivo por el cual votaron por Rodolfo Hernández se encuentra en la raíz violenta que existe dentro de la psiquis de casi la mitad del país.
Una parte de la sociedad colombiana prefiere elegir políticos con narrativas autoritarias, comportamientos agresivos, racistas, misóginos y una moral cuestionable. Nuestro mejor ejemplo es Álvaro Uribe. Aunque tengamos a Uribe como antecedente, resulta difícil creer que otra parte de Colombia celebre y acepte a un candidato como Rodolfo Hernández, quien tiene un discurso lleno de frases misóginas, xenófobas, racistas y homofóbicas. Además, en su vida pública ha protagonizado episodios de violencia y agresión física y verbal hacia otras personas, amenazando con herir a disparos a quienes le generen molestia, mostrando claramente una absoluta incapacidad para resolver conflictos con sensatez, una casi nula tolerancia ante posturas contrarias y una gran violencia contra todo aquel que lo moleste, contradiga o le genere problemas.
¿Alguien así puede dirigir un país? La respuesta es NO. Sin embargo, dentro de la psiquis de una parte del país, una persona así debería dirigir nuestra nación, y esa parte de la sociedad colombiana asusta.
La violencia verbal y la ausencia de control emocional son vistas por algunos colombianos como virtudes, no como defectos. Las personas que expresan con agresividad lo que piensan, incluyendo insultos, vulgaridades y ofensas en su vocabulario, son consideradas sinceras y honestas por una parte de nuestra sociedad. La ausencia de control emocional, ser capaz de golpear a alguien o resolver conflictos a tiros, es vista como valentía y temperamento firme, capaz de “darle su lección” a quien lo merece. Increíblemente, una parte de Colombia considera como virtudes dos rasgos de personalidad que son patologías.
A eso hay que sumarle que estos comportamientos y discursos violentos y descontrolados son considerados auténticos. Revisten a Rodolfo Hernández de un aura de gracia, humor y originalidad pintoresca que gusta al colombiano que vota por él. Pero en realidad, ese comportamiento no es auténtico ni gracioso. No es simplemente un “viejito cascarrabias”, frase con la que justifican y minimizan la agresividad con que trata a todo el que no le simpatiza.
Una característica de quienes votan por figuras como Rodolfo Hernández es que rechazan la pluralidad que se da dentro de la democracia, porque para ellos, la actual democracia está destruyendo las instituciones más importantes de la sociedad: la familia y la iglesia. Este tipo de electores, de corte extremo conservador, rechazan a los políticos realmente democráticos, sin importar su filiación política, porque esta clase de políticos protegen la diversidad y la diferencia dentro de la sociedad, lo cual permite que se dé una “decadencia moral” y se dañen los valores tradicionales.
Estos electores rechazan que en la sociedad se dé una amplia libertad de cultos y creencias. Para ellos, la única estructura que consideran familia es la compuesta por padre, madre e hijos, no ven como correcto que existan familias conformadas fuera de este criterio. Asimismo, desprecian y se burlan de las mujeres que deciden desempeñar roles distintos a ser únicamente madre y ama de casa, no ven con buenos ojos a las mujeres que deciden llevar vidas fuera de los parámetros tradicionales y que no son obedientes. También rechazan la diversidad sexual y de género.
Quienes eligen personas como Rodolfo Hernández, Bolsonaro o Trump tienen características misóginas, homofóbicas, xenofóbicas, machistas, segregadoras, discriminatorias, entre otras. Aunque muchos colombianos no son capaces de expresar ese sentir de forma abierta y contundente porque saben que tendrían rechazo social de una parte de la comunidad. Cuando figuras como “Rodolfos Hernández” llegan al poder, sienten que sus creencias están representadas y que una figura de poder respalda sus creencias, creen que ese político va a frenar el avance de la pluralidad presente en la democracia moderna.
Que un país elija personas como Rodolfo Hernández es síntoma de una grave enfermedad social. Colombia es una sociedad enferma que aplaude y festeja la violencia como modo de vida. Es incapaz de sentir dolor por el otro, una Colombia en la que no existe la empatía. Una parte de la sociedad colombiana idolatra al “matón”, al bravucón del barrio, al “mano dura”, a aquel que insulta a quien sea y que no tiene respeto por el otro. Esta indiferencia por el otro llega a niveles tan graves que hay colombianos que toleran actos de violación a los derechos humanos con tal de recuperar la sociedad que han perdido, tal y como sucedió en las protestas del año pasado.
Podríamos dividir al colombiano en dos grupos mayoritarios. En el primero están los colombianos que justifican y fomentan la violencia (de cualquier índole). Ser violento y agresivo es considerado por ellos como cualidades, por lo tanto, ese tipo de colombiano es agresivo dentro de su entorno. Es indiferente, discriminador, xenófobo y burlesco. Aplaude comportamientos de ataque hacia el otro, ve como cualidad la trampa, “más bobo el último”, la viveza y la capacidad de “tumbar” a los demás. Ese tipo de colombiano elige a personajes como Uribe y Rodolfo Hernández porque representan lo que ellos mismos son. Es la Colombia violenta, clasista, que se burla del pobre, que señala y que piensa que puede castigar a quienes se lo “merecen”, de ahí el respaldo y la aceptación del paramilitarismo.
El segundo grupo es el colombiano que trabaja por ser coherente, empático y que rechaza la violencia en cualquiera de sus formas. Son personas que eligen la paz y las buenas maneras, el perdón y la reconciliación. Respetan la diversidad y la diferencia. Rechazan la injusticia, la desigualdad y la discriminación. Evitan discutir, no fomentan el odio y buscan la empatía. Son colombianos que quieren construir este país desde la paz y la reconciliación.
Aterra saber que, quizás, la balanza se inclina por ese colombiano ruin, mezquino y carente de empatía. Un colombiano “importa culista”, al que le vale un pepino que centenares de familias del Chocó y del Cauca caminen desoladas por senderos rurales con lo poco que les cabe en mochilas y bolsas huyendo de grupos armados que los desplazan de su territorio.
Es un colombiano que dice que los pobres en este país son pobres porque quieren, porque son flojos, brutos, no saben autogobernarse y quieren vivir del estado. Y aunque se les explique con argumentos y cifras que no son pobres porque son flojos e ineptos, que hemos llegado a estos niveles de pobreza debido a un modelo económico perpetuado por todos estos gobiernos que están hundiendo a Colombia en la miseria, que la desigualdad es inmensa y no se debe a que los colombianos quieran vivir del estado para no trabajar, que somos el tercer país más desigual de América después de Haití y Brasil, y aunque tienen “en teoría” la capacidad y formación para entender lo que pasa, simplemente lo ignoran de manera cínica y sarcástica.
Repite una y otra vez que los pobres en Colombia existen porque son flojos, que no es culpa de las políticas del gobierno y que el gobierno no tiene la obligación de vencer la desigualdad. Durante esta campaña, dos personas me han dicho que “los pobres siempre van a existir, es ridículo pensar que la gente va a dejar de ser pobre” y que “los pobres se necesitan, no todos podemos ser iguales y tener lo mismo”.
Siempre van a existir personas que tienen más y personas que tienen menos. Pero el Estado tiene la obligación de darle dignidad a sus ciudadanos, para que aquellos que tienen menos puedan vivir con dignidad, tener acceso a salud, educación, vivienda y un trabajo DIGNO, y eso SÍ es obligación del gobierno.
Es imposible debatir con personas que piensan así. No les importa si hay desplazados o masacrados, no les importan los casi 600 mil niños en desnutrición en su primera infancia, no les importa nada de eso. Porque a su juicio, los pobres se lo merecen por flojos… Reciben lo que merecen.
Y ese tipo de colombiano son muchísimos, casi 10 millones de acuerdo a las votaciones del pasado 29 de mayo. No hay esperanza de un cambio de mentalidad, no les interesa, no les duele el otro y nunca les dolerá. Los únicos que les duelen son sus “iguales”, las personas que consideran que se encuentran en su mismo nivel social o con sus mismas creencias religiosas.
He sido profesora universitaria durante casi 20 años de mi vida y he dado clases en universidades públicas, en rincones pobres y vulnerables de mi ciudad y región. He visto jóvenes que reciben clases en colegios públicos de su zona, en colegios que aterran, en donde nunca debería dar clase un niño ni un joven. ¡Nadie debería estudiar en lugares así! Colegios sin baños o con baños que son cloacas, sin sillas o pupitres, o en su defecto, en tan mal estado que a veces era mejor sentarse en el suelo. Sin ventiladores, sin iluminación, sin ventanas, con techos rotos. He estado en colegios en los que cuando llueve, los salones se inundan. Ninguna de mis conocidas y amigas dejaría que sus hijos estudiaran en colegios así.
¿Es responsabilidad de los niños las malas condiciones de sus colegios? ¿Son los padres (pobres y flojos) los responsables de la mala calidad de los colegios a los que deben enviar a sus hijos? La respuesta coherente es NO. No son responsables y no tienen la obligación ética de construir sus propios colegios. Eso es responsabilidad del Estado, del gobierno local, regional y nacional. Los niños tienen derecho a estudiar en lugares dignos, con condiciones óptimas.
Increíblemente, alguien me contestó una vez que esos colegios estaban destruidos porque los niños y jóvenes pobres que asisten a esos colegios son como ratas que destruyen todo. Les ponen los colegios bonitos y esos niños que son “salvajes” destrozan los colegios porque no quieren estudiar ni tienen la capacidad mental.
Cuando escuché eso, quedé fría, desmoralizada. Me costó mucho entender y aceptar que existen colombianos convencidos de eso. Una parte de esos colombianos son los que eligen personas como Rodolfo Hernández o Federico Gutiérrez.
Los pobres que se quejan, que claman equidad y vida digna, son vistos como personas que se victimizan para producir lástima, como resentidos sociales que quieren dañar a los que tienen más. Y aquellos que defendemos y buscamos menos desigualdad y un país digno también somos vistos como personas que nos victimizamos, porque nos duele este país tan cruel. Todos los que no compartimos la crueldad, la desigualdad, la violencia y la indolencia somos considerados ineptos que nos victimizamos para provocar lástima. Los colombianos que piensan así son los que hoy eligen personajes violentos, incoherentes e insensatos.
Son colombianos crueles, insensibles, voluntariamente indiferentes ante las dificultades ajenas, agresivos y que promueven todo tipo de violencia. Para ellos, es normal y justificable, están de acuerdo con la desigualdad, la justifican, la apoyan y deslegitiman cualquier argumento que explique por qué existe y por qué hay que luchar por la equidad. Los pobres son considerados útiles y no tienen derecho a vivir con dignidad, no se lo merecen. Una parte de Colombia se especializa en segregar, discriminar y deshumanizar a quienes menos tienen. Las comunidades étnicas para ellos no son ciudadanos, son algo cercano a animales o salvajes. Los ven como algo similar a monos que deben permanecer en sus ambientes rurales sin invadir e incomodar las ciudades.
Los afrocolombianos, en la mente de algunos, siempre serán considerados como esclavos con sueldo. Alguien como Francia Márquez, de origen humilde, no debería ocupar un cargo de liderazgo, según ellos no se lo merece. Leí a alguien expresar: “ella no luce en ese cargo, quizás como asesora o algo similar, no tiene la pinta ni la clase”.
Hay un meme circulando que dice: “si la segunda vuelta fuera entre Petro y la Rana René, ya tendría la cédula inscrita en Plaza Sésamo. Sin mente, Rodolfo presidente”. Este meme encarna la mentalidad de este tipo de colombiano. Un ignorante voluntario donde predomina el odio y la insensatez por encima de los argumentos.
Una de las cosas más preocupantes en relación a Rodolfo Hernández es su marcado autoritarismo. Es incapaz de aceptar la crítica, la contradicción y mucho menos la modificación de sus pensamientos o decisiones. No sabe negociar, ceder ni pactar con otros grupos o actores políticos, tal como se ha visto recientemente con Sergio Fajardo.
El insulto, el despotismo y el maltrato hacia los periodistas que lo cuestionan o le hacen preguntas que no le agradan, son claras señales de que la libertad de prensa está en peligro con Rodolfo Hernández. En su trato hacia los periodistas, se puede leer entre líneas un mensaje de “si no estás a favor mío, estás en mi contra”. Cualquier comunicador que le ha hecho preguntas incómodas, que no sabe cómo responder o temas que no le conviene tocar, es tildado por Rodolfo Hernández como “petrista” y señalado por él como alguien bruto que hace preguntas estúpidas. Sobre todo, los cataloga como enemigos de su candidatura.
Rodolfo Hernández presenta un discurso violento, agresivo e irrespetuoso ante cualquiera que tenga la “osadía” de cuestionarlo, contradecirlo o exponer un discurso que en ocasiones no es veraz y carece de fundamento. Esta es una de las razones por las cuales Hernández evita participar en los debates. Las razones son las siguientes:
- No posee la formación ni los conocimientos necesarios para liderar un país, por lo tanto, es incapaz de sostener un debate basado en argumentos y propuestas respaldadas por cifras, datos y conocimiento técnico. Sus propuestas carecen de sustento, no están estructuradas y son populistas, ofreciendo lo que la gente quiere oír. Plantea cosas tan exageradas como llevar a todos los colombianos a visitar el mar, así como cuando prometió 20 mil casas (lotes con servicios) durante su tiempo como alcalde y nunca las entregó.
Rodolfo Hernández, a través de las redes sociales (TikTok, Instagram y otras), publica videos humorísticos en los que presenta sus propuestas y repite como loro lo que le indican sus asesores. Circula un video en el que se ve cómo graban estos videos y cómo Rodolfo repite todo lo que le dictan.
Recitar de memoria como un loro las propuestas que ha aprendido no le serviría en un debate. En un debate, se le harán preguntas específicas sobre su programa de gobierno, se le contrapreguntará, se le responderá y deberá estar preparado para explicar con solidez lo que propone, así como para argumentar cuando sea contradicho. Sin embargo, Hernández carece de esa capacidad; no posee los conocimientos necesarios y me atrevo a decir que no tiene la capacidad intelectual requerida.
Por eso, los asesores de Hernández evitan que participe en los debates, ya que su completa ignorancia e incapacidad quedarían en evidencia.
- Rodolfo Hernández carece de autocontrol. Expresa sus pensamientos de manera burda y agresiva. No tiene dominio sobre sus emociones, por lo tanto, cuando se siente atacado, intelectualmente acorralado o enfrenta preguntas que no le gustan, puede llegar a insultar y agredir verbalmente a cualquier persona de manera violenta y degradante, como ya se ha observado en diversos videos. Además, es perfectamente capaz de pasar de esa violencia verbal a la violencia física, dado que carece de autocontrol. Es probable que en un arrebato de “histeria”, llegue incluso a golpear a su contrincante político o a un periodista, sin importar su género. Sus asesores son conscientes de esta posibilidad; una situación de ese tipo sería un desastre. Por lo tanto, no pueden permitir que asista a un debate.
Sin embargo, debido a su incompetencia y falta total de autocontrol, durante las entrevistas aflora su verdadera personalidad. Como suele decirse popularmente, “pela el cobre” y queda al descubierto lo que realmente piensa y siente. Desprecia a las personas pobres y vulnerables, a quienes solo ve como medios para sacarles dinero, es necesario que sigan viviendo en la pobreza. Desprestigia a los taxistas, a los que considera sucios y despreciables. A pesar de haber estudiado en una universidad pública, muestra desdén por estas instituciones y no las considera valiosas. Además, tiene la opinión de que las mujeres deberíamos estar criando hijos, pero la pobreza en el país impide que cumplamos ese rol.
Estas y otras barbaridades salen a la luz cuando no cuenta con sus asesores para dictar su discurso y se somete a entrevistas donde está expuesto al diálogo y a preguntas imprevistas. Es en esos momentos cuando emerge el auténtico Rodolfo, el que normalmente tratan de ocultar.
En la comunicación política, existen tres dimensiones que contribuyen a la construcción de la imagen de un candidato. La imagen real es la esencia misma de la persona. A partir de ella se desarrolla la imagen proyectada, donde se eliminan los aspectos de la esencia real del candidato que no son beneficiosos o que generan conflictos, y se le atribuyen cualidades y habilidades que en realidad no posee. Todo esto se hace para crear una imagen que sea atractiva para los votantes a quienes se pretende cautivar.
Luego viene la imagen percibida, la cual depende exclusivamente de nosotros. El candidato proyecta una imagen y nosotros la captamos, pero no necesariamente interpretamos lo que desean transmitir. Para preservar la imagen proyectada, es necesario atender a las debilidades del candidato. Esto es lo que ocurre con Rodolfo Hernández. Intentan presentarnos a alguien íntegro, comprometido en la lucha contra la corrupción (aunque enfrenta acusaciones por corrupción), competente, con valores sólidos, de buenos modales, respetuoso y empático. Sin embargo, el telón cae y el auténtico Rodolfo emerge cuando no se encuentra en un entorno controlado, cuando los asesores no pueden forzarlo a recitar el discurso correcto y no pueden reprimir su verdadera personalidad y pensamientos.
¿A quién elegirá Colombia como presidente? ¿A un atarbán, ignorante y violento? ¿A alguien sensato y capacitado con un discurso basado en la paz y la reconciliación? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Somos los colombianos violentos, apáticos, sin empatía y sin tolerancia hacia la diversidad? ¿O somos los colombianos que aspiramos a construir una nación fundamentada en la sensatez, la paz, la preservación del entorno, la reconciliación y la equidad? Esta interrogante solo encontrará respuesta el próximo 19 de junio. Optar por la sensatez, la paz y la equidad es una elección individual que todos tenemos la capacidad de tomar; solo es necesario decidirlo.