La sobreviviente a la masacre de El Salado en Colombia que apoya a otras víctimas de violencia sexual
Yirley Velasco ayudó a crear Mujeres sembrando vida, una asociación que lucha por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en la región de Montes de María al noroccidente del país.
Por: Camila Moreno Camargo / Anadolu
Yirley Velasco tenía solo 14 años cuando, entre el 16 y el 21 de febrero de 2000, un grupo de paramilitares se tomó el corregimiento de El Salado, ubicado en el departamento de Bolívar, Colombia, para “limpiar el pueblo” de guerrilleros dado que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) tenía influencia en la zona.
Fue la presencia de los insurgentes en la región la que “dio lugar en la etapa reciente del conflicto a la estigmatización de toda la población como subversiva, lo que sumado a su ubicación geoestratégica en la competencia armada de las Farc y el paramilitarismo dejó a los pobladores, como en tantas otras zonas del país, en medio del fuego cruzado”, explica el Centro Nacional de Memoria Histórica en la introducción del informe ‘Masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra’.
Aunque Yirley no dio muchos detalles de lo que vivió en esos días, la masacre allí perpetrada fue tan escabrosa que se ha contado y estudiado varias veces como una de las peores matanzas de la historia de Colombia ejecutadas en medio del conflicto armado: 60 personas fueron asesinadas estando desarmadas, vulnerables y sin protección alguna.
En cinco días, en los que la Fuerza Pública no apareció para socorrer a los pobladores del lugar, alrededor de 450 paramilitares “montaron un escenario público de terror tal, que cualquier habitante del poblado era víctima potencial”, de acuerdo con el reporte del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Los pobladores fueron aglutinados alrededor de la cancha de fútbol para que todos presenciaran la muerte de sus vecinos. Los paramilitares tocaron música festiva luego de cada homicidio, les quitaron el ganado a los pobladores argumentando que era robado e incineraron algunos bienes como camiones y casas. Todo lo anterior estuvo acompañado por el sobrevuelo constante de dos helicópteros, uno desde el cual dispararon hacia las casas.
Yirley vivió la violencia desatada de esos días en carne propia cuando fue violada por un grupo de hombres que la arrebataron de los brazos de su mamá. “Me acuerdo de todo lo que me pasó como si fuera ayer”, le dijo Yirley a la Agencia Anadolu mientras miraba sus manos sobre la mesa. “Yo digo que me mataron ese 18 de febrero; pero me mataron solo ese día, porque hoy estoy aquí, estoy viva, con ganas de seguir adelante”.
Renacer entre las cenizas
Luego de la masacre, alrededor de 4.000 personas salieron desplazadas de El Salado para otros municipios y ciudades del país, según el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica.
En ese momento Yirley se fue junto con su familia hacia Cartagena y allí, durante un año, la joven se encerró en su propia casa, no se acercaba ni siquiera a abrir la puerta. La violencia que ejercieron contra ella la sumió en una depresión profunda que la llevó a atentar dos veces contra su propia vida.
“Yo me preguntaba: ‘¿Por qué a mí?’. Necesitaba como gritar y buscaba ayuda y recuerdo que donde la buscaba las puertas se me cerraban, y no le veía salida a mi vida”, afirmó Yirley.
Luego, hacia finales de 2001 o en 2002, Yirley recuerda que empezó su proceso de sanación y empezó a buscar dentro de ella el perdón para sus victimarios: “‘¿Por qué tengo que perdonar?’, me preguntaba en mi proceso. Luego empiezo a entender que ese proceso de sanación y perdón es el que me ha llevado a salir adelante, yo creo en el perdón. Mis victimarios hasta ese momento no me habían pedido perdón y a mí no me interesaba si ellos lo hacían o no lo hacían”.
Yirley empezó a buscar un sentido a su vida que fuera más allá de una existencia enfrascada en memorias dolorosas.
“Tomé esa decisión de trabajar de día y estudiar de noche [para terminar su bachillerato] porque decía: ‘Si no me mataron, y me he intentado quitar la vida y no lo he logrado, yo creo que por algo será. Dios tiene un propósito entonces tampoco me voy a quedar aquí y seguir encerrada, voy a hacer algo por salir adelante’”, contó.
Durante el año que Yirley decidió quedarse encerrada en su casa, empezó a escribir en un cuaderno sus recuerdos, sus sentimientos, todo lo que le rondaba en la cabeza. Leía, releía y seguía escribiendo, todavía no ha terminado su incipiente libro, pero sabe que en algún momento le gustaría publicarlo y que la gente conozca su historia.
Con el paso del tiempo un grupo de por lo menos 200 personas decidió regresar a El Salado para reconstruir sus vidas. Hasta allá llegaron Yirley, su hija y su padre. Según los cálculos de la mujer, después de ver al pueblo consumido por la maleza más de 180 personas se devolvieron y unas 20 se quedaron a salvar lo que quedaba.
Quienes se quedaron empezaron a limpiar, a quitar la maleza; la comunidad empezó a unirse y a trabajar. También se comenzó a hablar de un proceso de reparación colectiva y transformadora.
Yirley dice que se hizo una transformación “entre comillas, porque en El Salado el trabajo se hizo al revés, se empezó a construir una carretera muy interesante, muy importante, reconstruyeron un centro de salud que también era muy necesario, pero ¿el tejido social dónde quedó? A nadie le importó cómo nos sentíamos, nadie se preocupó por brindarnos ese acompañamiento psicosocial que tanto necesitamos. Eso no se ha hecho como debe ser”.
Muchas veces Yirley sintió que en su pueblo hablaban de ella, que sentían pesar por lo que le había pasado y poco a poco se dio cuenta de que no quería que la vieran de esa manera: “Empiezo a exigir los derechos que tenemos como mujeres, como víctimas, como sobreviviente y es desde ahí donde empieza mi lucha. Empecé a tocar puertas, a ganar espacios, participación, se me fueron uniendo otras mujeres”.
Mujeres sembrando vida
De ese deseo y con ese objetivo, hace 15 años nació la asociación Mujeres sembrando vida y hace cinco fue constituida legalmente. Yirley es su representante legal y directora. En total, son 12 mujeres víctimas de violencia sexual las que hacen parte de esta asociación que acompaña 280 casos de mujeres en Montes de María que también fueron abusadas.
“El contexto de la región [Montes de María] está atravesado por el legado de la guerra. Durante la época de dominio del territorio, los actores armados impusieron el culto a la masculinidad guerrerista y acentuaron los órdenes tradicionales de género. Esto llevó a que las mujeres fueran subordinadas al menos en dos planos: el sexual y el doméstico. Por un lado, la violencia sexual contra mujeres y personas con sexualidades no normativas se convirtió en uno de los repertorios más crueles del conflicto para lograr el disciplinamiento y el control del territorio. […] En suma, se expropió cualquier autonomía o agencia que pudieran tener las mujeres de la zona, y se impulsó la idea de que son cuerpos apropiables, sin libertad para decidir sobre su autonomía o reproducción”, describe el libro ‘Un camino truncado: los derechos sexuales y reproductivos en Montes de María’, escrito por María Ximena Dávila, Margarita Martínez y Nina Chaparro, miembros de la ONG colombiana Dejusticia.
Yirley aclara que ninguna de las lideresas de Mujeres sembrando vida es profesional en ayuda psicosocial, pero el empirismo las ha hecho expertas en rutas de denuncia, acompañamiento, grupos de apoyo y talleres con enfoque de género, entre otras cosas: “Nosotras ni siquiera nos creíamos el trabajo que estábamos haciendo, lo veíamos como ir y ya, pero cuando yo recibo una llamada: ‘Mira Yirley, hay un caso de violencia sexual en tal parte, las autoridades no han llegado’. Nosotras vamos, sin seguridad, y primero ayudamos a esa mujer a que ella conozca la ruta, que es lo más importante, que ella decida tomar esa ruta, que la conozca, que se sienta acompañada, porque no es nada fácil ir a colocar una denuncia”.
Narra que muchas mujeres de Montes de María no quieren denunciar porque se enfrentan a un machismo incrustado en las instituciones. Por ejemplo, han habido oficiales que han culpado a las denunciantes por la violencia de las que son víctimas e incluso médicos que las devuelven a sus hogares, donde se encuentran con sus victimarios.
“A una chica en situación de discapacidad el esposo le cortó el cabello, la maltrató, le pegó muchísimo. Nosotras sacamos a la víctima, la llevamos hasta el hospital y el esposo llega hasta allá con un arma. Cuando el médico lo ve dice: ‘Llévesela, aquí no la va a matar. Si la va a matar, mátela en otro lado’ y el médico se la entrega en el momento en el que nosotras fuimos a sacar copias (fotocopias). El médico se la entregó al victimario, pero debió activar la ruta inmediatamente. Entonces ella decía: ‘Pero es que el médico le dijo a mi esposo que me matara, yo no voy más al hospital, porque él me va a entregar a mi esposo nuevamente y me va a matar’”, explicó Yirley.
Incluso muchas mujeres no denuncian porque cuando ponen la denuncia y les toca regresar a donde está el victimario, ellas mismas deben entregarle la orden de alejamiento. Ante esta situación muchas mujeres deciden seguir aguantando la violencia por miedo a que, luego de que denuncie, su victimario las ataque al momento de recibir el documento.
En Mujeres sembrando vida trabajan con temas de derechos sexuales y reproductivos, violencia de género, interrupción voluntaria del embarazo (IVE) en las tres causales aprobadas por la ley, y talleres con enfoque de género en las veredas de El Salado y de Carmen de Bolívar: “Lo más importante que les enseñamos a las mujeres en estos talleres es el amor propio, enseñamos a que no se queden calladas, porque cuando uno se queda callado puede perder la vida”.
“Todos estos temas los hemos trabajado con mujeres que están privadas de la libertad, con la población juvenil de El Salado y de Carmen de Bolívar, con mujeres cabeza de hogar, con trabajadoras sexuales del Carmen de Bolívar y durante los últimos años hemos empezado a trabajar con hombres, son muchos los que escuchan nuestros talleres y comparten en ese espacio. Por ejemplo, muchos deciden empezar a planificar, porque la mujer que menos hijos tiene, tiene siete”, indicó la lideresa.
La asociación creó el taller de costura ‘Hilando puntadas de amor’, en el que varias mujeres se sientan a coser y a contar historias, a escuchar, a compartir unas con otras. Allí hacen cojines y sábanas, entre otras cosas. Además, construyeron una huerta en una zona en Montes de María donde las trabajadoras sexuales laboran y, mientras labraban la tierra, iban compartiendo historias. Así se ganaron la confianza de estas mujeres y desde hace cuatro años trabajan con ellas.
Debido a su trabajo a favor de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, así como por seguir contando su historia, Yirley ha sido amenazada varias veces y ha sentido que la pueden asesinar, por eso, el Estado le asignó un esquema de seguridad.
Por la importancia de reconstruir el tejido social que el conflicto armado interno rompió y contar con la participación y necesidades de las mujeres en este proceso, Yirley hizo un llamado a las instituciones a que se sienten con las víctimas de violencia sexual, las escuchen y les den la oportunidad de vivir una vida libre de violencias.
Además, dedicó un momento para dirigirse a las mujeres que han sido abusadas sexualmente en algún momento de su vida: “Quiero que estas mujeres sepan que no están solas. En un rincón de Colombia también existimos 12 mujeres que nos estamos dando la pelea por estas mujeres que creen que están solas. No están solas, pueden contar con nosotras. No es mucho lo que nosotras podemos brindarles, pero nada más con sentarnos y escuchar hacemos mucho. Hay muchas organizaciones que prestan ese apoyo. Nada más quiero decirles que se animen a hablar y a denunciar, porque eso salva vidas”.