Jennifer Croft: “Traducir es representar”
En las últimas semanas se generó una polémica alrededor de las traducciones de la poeta y activista estadounidense Amanda Gorman, tanto en catalán como en holandés, porque la editorial buscaba una cierta correspondencia entre el perfil de la escritora y de sus traductores. “Me parece ridículo e hipócrita sostener que esto tiene que ver con la censura o con la discriminación. Traducir es representar y es importante (en este caso y en general) que los traductores con experiencia personal y real de los temas y el estilo de la poeta tengan la oportunidad de traducirla”, argumenta Jennifer Croft.
T: ¿Cómo llegaste a traducir a Olga Tokarczuk, la Nobel que te llevó a ganar el premio Booker Internacional? ¿Qué encontrabas en ella cuando su nombre aún no era conocido?
J. C.: La traducción es siempre una colaboración. Olga me llevó a ganar el premio Booker tanto como yo la llevé a ella. Trabajé muchísimo en “Los errantes” y durante diez años, en Berlín, en París, en Chicago, en Iowa City, en Buenos Aires, en Los Ángeles, intentando siempre convencer a algún editor de publicarlo pero todos mis esfuerzos (publicar fragmentos en revistas, publicar ensayos sobre Olga, hacer entrevistas, presentarnos para becas y residencias) eran en vano porque nadie quería arriesgarse con una escritora desconocida con un apellido raro e impronunciable, que tenía ese ritmo más lento, relajado, tranquilo. Por fin, un editor genio, Jacques Testard, me contestó un mail (después de dos o tres años) diciéndome que sí.
Hay que recordar que la traductora es la que elige y escribe cada palabra del libro que se lee en la traducción. Es la traductora la que hace que ese libro triunfe o fracase. Es muchísima responsabilidad y me parece muy bien que los premios como el Booker reconozcan eso.
T: Sos traductora de polaco y el español y antes también trabajabas con el ruso y el ucraniano. La escritora Sylvia Molloy dice que cada idioma tiene su territorio, su hora, su jerarquía y que “ser bilingüe es hablar sabiendo que lo que se dice está siempre siendo dicho en otro lado, en muchos lados”. ¿Qué relación personal establecés con los idiomas con los que trabajás?
J.C.: Me gusta mucho lo que dice Molloy en la frase que sigue: “Esta conciencia de la inherente rareza de toda comunicación, este saber que lo que se dice es desde siempre ajeno, que el hablar siempre implica insuficiencia y sobre todo doblez (siempre hay otra manera de decirlo), es característica de cualquier lenguaje pero, en la ansiedad de establecer contacto, lo olvidamos”.
Es algo que pensé muchísimo mientras escribía “Serpientes y escaleras” y “Homesick”, dos libros que son y no son el mismo libro. La protagonista de “Serpientes y escaleras”, Amy, primero ve y procesa el mundo a través de la fotografía, trata de capturar y conservar las escenas fugaces de su infancia y adolescencia, en particular todo lo que hace su hermana Zoe a la que ama tanto y quien se enferma a los cinco años con un tumor del cerebro que amenaza con cambiar a Zoe, transformarla de alguna manera, algo que asusta a Amy. Pero paulatinamente Amy empieza a aceptar que los cambios puedan ser buenos y que el medio que más le interesa es el lenguaje, que es más raro, como dice Molloy, y menos confiable, pero por eso mucho más dinámico y verdadero: más humano.