Opinón

¿Quiénes se benefician del negacionismo vacunal?

Francesc Xavier Bosch José, UOC – Universitat Oberta de Catalunya

La experiencia COVID-19 ha implicado al mundo de las vacunas en múltiples aspectos. Empezando por el reconocimiento generalizado de la importancia de las enfermedades transmisibles de carácter vírico (con escasos recursos terapéuticos) y continuando por el rol esencial de las vacunas para poner fin a la pandemia. Sin olvidar la importancia del efecto de grupo en la protección individual y colectiva.

Durante la pandemia ha mejorado el conocimiento general sobre la importancia de actualizar los calendarios vacunales individuales (¿quién recuerda donde está su cartilla de vacunación?), saber cuándo es importante una dosis de recuerdo, indicaciones de nuevas vacunas (por ejemplo, la vacuna contra la neumonia para gente mayor) y las vacunaciones aconsejables en circunstancias especiales (viajes, embarazos, inmunosupresión, etc.).

Confiamos en que la amarga lección del COVID-19 sirva para actualizar el calendario vacunal de la población en general y, en especial, de los grupos más vulnerables.

No podían faltar a la cita los antivacunas

La cruz es que aproximadamente un 5% de la población de países desarrollados rehúsa cualquier tipo de vacuna, contra toda lógica científica y a pesar de la acumulación de evidencias (en cientos de millones de casos) de su efectividad y seguridad. Hay poco que hacer para convencer a esta población, cuyas motivaciones están más en el sentimiento y la creencia que en la ciencia y los datos.

En todas las encuestas identificamos una proporción de ciudadanos que, preguntados sobre la opción de vacunarse o de recomendar la vacunación a sus hijos o familiares, dudan, la negocian, la posponen, la olvidan o simplemente dejan pasar el tiempo sin tomar una resolución. Este grupo social es muy variable (10-50%), es sensible a los cambios provocados por las noticias cotidianas y responde a las opiniones de los influyentes sociales.

La duda es perfectamente legítima y necesaria particularmente cuando los efectos de la pandemia son tardíos tras la infección (virus del papiloma), afectan primordialmente a subpoblaciones o cuando ocurren lejos de casa (ébola).

A este grupo de escépticos o dudosos debemos dedicar todos los esfuerzos y recursos pedagógicos para mejorar la comunicación, la resolución de dudas, la información sobre el método de toma de decisiones, el valor de la ciencia sobre la creencia, explicar la importancia de vacunarse y los impresionantes logros de la vacunación, la reiterada confirmación de la seguridad vacunal, la inevitabilidad de algún efecto secundario real o percibido y la siempre difícil necesidad de equilibrar riesgos y beneficios.

El incomprensible escepticismo vacunal

En este escenario, surgen preguntas básicas. ¿Por qué se resurge el antivacunismo activo cada vez que aparece una nueva vacuna o indicación de vacunación? ¿Por qué en sociedades bien informadas, incluso entre profesionales de la salud, persiste un cierto nivel de escepticismo vacunal? ¿En qué se sustenta el fenómeno que se inició ya con las primeras vacunas para la prevención de la viruela (Jenner, 1796)?

Recordemos que la Iglesia¹ condenó la primera vacunación de Jenner contra la viruela con argumentos y acusaciones de “bestialismo” (la vacuna se obtenía de las lesiones de viruela ovina directamente de las vacas). Entonces, sus detractores predecían efectos secundarios como que crecerían cuernos y rabos a los individuos vacunados. Obviamente, nunca sucedió.

Un hombre se manifiesta en Santa Cruz de Tenerife en septiembre de 2020. Shutterstock / matteoguedia

Hay aspectos poco investigados del negocio de la antivacunación que convendría sacar a la luz. Concretamente, destacan cuatro:

1. Venta de tratamientos alternativos

Vender “crecepelo” es una estafa ancestral que sufren y en la que participan muchos ciudadanos. Negar el efecto de las vacunas para recomendar un “crecepelo” (o tomar lejía, plantas medicinales, ozono…) acerca la estafa a la condición de delito en el que la salud y la vida del sujeto están doblemente en riesgo. En riesgo por no acceder a tratamientos científicamente comprobados, aunque sean solo parcialmente eficaces. Y en riesgo por proponer pseudotratamientos que no pueden demostrar ni eficacia ni seguridad y, en algunos casos son directamente, tóxicos.

Las páginas de referencia de los movimientos antivacunas están llenas de opciones y ofertas de venta directa (sin control sanitario ni prescripción médica) de pseudotratamientos para casi todas las dolencias conocidas o por conocer.

2. Compensaciones millonarias

La industria del tabaco compensó durante años a los fumadores que desarrollaban algún tipo de cáncer fuertemente asociado al consumo de cigarrillos (pulmón, laringe, esófago, vejiga). Se basaban, en gran parte, en la falta de información al consumidor sobre el riesgo que corrían al fumar. Al principio, este argumento generó compensaciones millonarias, hasta que llegó un momento en que resultaba imposible defender frente a un tribunal que algún ciudadano no supiera ni hubiese oído hablar del riesgo de fumar y alegara falta de información o engaño.

Reclamar efectos secundarios graves atribuyéndolos a la vacunación COVID-19 (o a cualquier otra vacuna) sigue esta línea de razonamiento con argumentos diversos: investigación insuficiente, introducción prematura, riesgos potenciales aún no observados, intereses comerciales… Es más, forma parte de la escenografía de la medicina comercializada y defensiva dominante en algunos países.

Este ruido de fondo oscurece y complica la interpretación de los efectos secundarios genuinos que puedan ocurrir con la vacunación. Entre ellos, los raros casos de trombosis atribuidos a la vacunación COVID-19. Además, tiene un efecto negativo considerable en la opinión de la población general y en la disposición colectiva a vacunarse.

La información sobre seguridad es esencial para defender la vacunación, nadie lo discute. Pero no debemos dejar lugar a dudas de que los beneficios son manifiestamente mayores y deseables que los riesgos de sufrir efectos secundarios tras la vacunación. Las autoridades sanitarias son las que están cualificadas y son las responsables últimas de analizar la información, interpretar los resultados –aunque sean escasos– y establecer pautas y prioridades de vacunación.

3. Redes sociales

En el argot de la red se acostumbra a decir que “si no sabes lo que te están vendiendo es que te están vendiendo a ti”. Las redes sociales crean marañas de contactos gigantescas, con algunos puntos de interés común que fácilmente se convierten en opciones de clientelismo.

Las personas que reaccionan a un mensaje antivacunas fácilmente pueden convertirse en grupos de interés electoral, en posibles clientes de medicinas alternativas, en consumidores de algún producto real o político, etc. La gestión de estas bases de datos (decenas de millones de contactos al alcance de la propaganda de un producto) es, en realidad, una de las consecuencias de compartir un tuit o de aceptar un comentario aparentemente banal.

Llama la atención la aparición sistemática de argumentos antivacunales en la parafernalia de partidos de extrema derecha o de abstencionistas políticos (no votantes). En un intento de expresar su rechazo a la autoridad, amalgaman la autoridad política con la científica, la sanitaria y la mediática.

4. Minuto de gloria

Las posiciones tremendistas contra la vacunación o contra las vacunas han encumbrado por unos minutos a personajes muy variados que han retenido la atención del público y los medios. Desde el curandero convencional a los tertulianos o incluso a algunos profesionales de la salud. Ir a contracorriente es un cebo irresistible para los medios de comunicación, fácilmente presentable como “democracia informativa” y “respeto a todas las opiniones”.

Ciertamente es importante que existan visiones alternativas. Pero, si hablamos de salud, es crucial apoyarse en la información por encima de la opinión. Con todas las limitaciones que nos ha mostrado la COVID-19 en un escenario cambiante día a día, hay que dar crédito a la ciencia y relativizar las visiones simplistas, intuitivas, de “sentido común”.

La comunicación sincera y continuada basada en datos debe ayudar al ciudadano que tiene dudas y que necesita explicaciones factuales en lugar de argumentaciones más o menos hábiles, pero sin datos objetivos y reproducibles que la sustenten.

Y para finalizar, un consejo: haría bien en revisar su calendario vacunal y el de sus familiares a cargo y consulte a su profesional sanitario para actualizarlo.


¹ Por un error de edición, en una primera versión se hablaba de la Iglesia Católica.The Conversation


Francesc Xavier Bosch José, Profesor asociado a los Estudios de Ciencias de la Salud, UOC – Universitat Oberta de Catalunya

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *