¡El Pacífico se respeta, carajo!… Pero, ¿qué sigue ahora?
La protesta social se reveló como un camino válido, legítimo y participativo para identificar los problemas y buscar alternativas. La nueva agenda para el Pacífico debe ser ciudadana, étnica y territorial.
En un profundo análisis realizado para UN Periódico en su edición 210, el profesor Óscar Almario García, de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.) Sede Medellín, afirma que si se tiene en cuenta el calado de los acuerdos logrados y los significativos recursos comprometidos por el Gobierno como condición para levantar los paros, “no cabe duda de que el Pacífico se hizo respetar y de que su secular marginalidad se trocó en el reconocimiento de su centralidad como problema nacional, razón por la cual la ciudadanía vio como más que justas las aspiraciones de esta región”.
Sin embargo, señala, lo que viene ahora va a ser todavía más difícil de manejar y concretar, porque es necesario procurar ir más allá de los acuerdos y los recursos asignados para poder construir una ruta confiable de desarrollo incluyente y sostenible, con el fin de evitar nuevas frustraciones y que la historia de incumplimientos y falta de consistencia gubernamental con lo pactado y proyectado conduzca a una situación similar en el futuro inmediato.
Logros y lecciones
Para el profesor Almario los paros indican, entre otras cosas, que en efecto existe una compleja agenda que incluye temas como salud, servicios básicos, educación, empleo y calidad de vida, pero también de defensa del territorio; que responder a esas demandas implicará no solo altas inversiones del Estado y los entes territoriales, sino identificar un modelo de desarrollo acorde con las características de la región y las subregiones (ambientales, territoriales, socioculturales, económicas), además de sumar otras fuerzas en favor de ese desarrollo, como los empresarios, la inversión extranjera y los recursos de organismos multilaterales, con el objetivo de impactar en la región.
También, que el Estado y la sociedad en su conjunto tienen ahora el desafío de garantizar la paz integral en esos territorios flagelados por la violencia y la exclusión, crear las condiciones para una transformación de mediano y largo plazo que asegure un desarrollo viable, sostenible e incluyente, que debe empezar por hacer realidad las necesidad básicas insatisfechas.
Nueva agenda
En su análisis, el profesor Almario asegura que la necesidad y conveniencia de una nueva agenda para el Pacífico debe comprender:
– Un modelo de desarrollo concertado con los actores del territorio, viable socioeconómicamente, sostenible en términos de equilibrio entre recursos y población, y que armonice las relaciones global-local. Que rompa el histórico modelo extractivista y la inconducente relación centro-periferia que fomenta los enclaves portuarios y de servicios que resultan asimétricos para la población local y que reproducen la dependencia regional y nacional.
– El uso creciente e intensivo del conocimiento (CT+i) para aprovechar los diversos recursos pero preservándolos, la riqueza sociocultural, la localización geográfica y la transformación permanente de la educación para insertase con personalidad propia en el contexto nacional y en el mundo globalizado (por ejemplo Asia-Pacífico) y mejorar la calidad de vida de sus gentes, especialmente de niños y jóvenes.
– La presencia y los aportes de las comunidades científicas y técnicas de las universidades y centros de investigación presentes en la región para acompañar, monitorear y ejecutar los proyectos, obras y acciones, logrando su mayor transparencia, eficiencia e impacto.
– Otro urgente ordenamiento territorial que permita superar las divisiones político-administrativas que heredamos de los siglos XIX y XX, y que hoy resultan obsoletas frente al mundo globalizado y la complejidad nacional (urbanización de más del 80 %, pero amenazando los recursos estratégicos).
– Una coordinación supradepartamental y supramunicipal entre sus tres principales núcleos: Chocó, Buenaventura y Tumaco, y de todas sus territorialidades actuales (consejos comunitarios de afrodescendientes, resguardos indígenas, parques naturales, distritos, zonas veredales de paz), imaginar nuevas instituciones para el gobierno urbano y del territorio (metropolización, región global, planificación económica de los consejos comunitarios), para aclimatar la paz y concertar el desarrollo, asunto que no previeron en las conversaciones de La Habana ni en el Acuerdo Final de Paz.
– La integración en distintas escalas y de forma sistémica, no solo vial, con el resto del país y con los países vecinos, además de la integración entre áreas y subregiones del Pacífico colombiano en función de estrategias concretas (sinergias educativas, cadenas productivas, sistema de transporte fluvial, por los esteros y de cabotaje, redes sociales y culturales).
Finalmente, frente a la debilidad de los partidos políticos, la inconsistente gestión de los gobiernos y la necesidad de poner en marcha una agenda compleja, se imponen nuevos liderazgos para la región que, basados en los tejidos sociales, comunitarios y étnico-territoriales, propendan por poner a raya la politiquería y la corrupción mejorando la capacidad para trazar y mantener la ruta hacia el desarrollo deseable.