EL MUNDO DE CAROLINA CRUZ
Yo adoro mis libros. Por razones que no vienen a cuento me mantuve 5 años distanciado de ellos, hasta que no resistí más la distancia y fui y los busqué. En esos 5 años pagué $140 dólares mensuales por concepto de almacenamiento para que no les pasara nada. Y no es por tirarmelas de culto porque creo que a estas alturas del partido ya no necesito tirarmelas de nada (creo que con ser “Felipe Priast” me basta), pero tenía bastantes libros. No los he contado pero tenia entre 25 y 30 cajas de 14”x 14”x 12” con libros, ustedes calculen.
Cuando por fin rescaté mis libros de mi propio abandono (forzado) y los trajé a mi casa, mi roomate se quedó con la boca abierta, simplemente, no lo podía entender. “No conozco a nadie con más libros”, me dijo, e instigado por la curiosidad propia del que no lee, me preguntó, quizá con un poco de extrañeza: “¿Y los has leído todos?”, ¿Cuánto te ha tomado comprarlos?”, “¿qué vas a hacer con ellos?” Y por último, una pregunta que parece de otra galaxia: “¿para qué tienes tantos libros?”.
Le contesté medio en serio medio en broma:
“Mi querido Jeremiah: estos libros son la razón por la que no voto por Trump ni odio a los negros”, y él, con su buen humor de siempre, se rió y dejó de hacerme preguntas.
En realidad mi respuesta fue una verdad a medias. Yo le debo mucho más a mis libros. La mayoría de ellos son de historia y esa es la razón por la que quizá sea el mayor conocedor de historia militar europea de los siglos XIX y XX que hay en Colombia.
Mis libros también son la fuente esencial de esa visión “cósmica” de la que ustedes me han oído hablar tanto. Mis libros, los de filosofía, me han educado el cerebro para ubicarme en una latitud y longitud ideologica y moral determinada. Mis libros son la fuente principal de mis principios y valores morales. Yo creo en la decencia, la honestidad, el valor personal y las grandes gestas porque lo leí en mis libros, no porque me lo hayan enseñado en mi casa. Mis viejos son un par de burgueses que querían que yo fuera a una universidad buena, hiciera buenos contactos sociales, me casara con una niña de “bien” e hiciera parte del estamento de la “gente bien”. Si ahora rechazo a la “gente bien”, sigo soltero, detesto la burguesía y me cago en el sistema, es gracias a mis libros, para bien o para mal.
Con mis libros he sido muy feliz, y con ellos me he reído y he llorado. Con mis libros “decodifiqué” el mundo que me rodeaba y casi todo lo que pasa en él. Siempre he recibido halagos/críticas de gente que dice que pienso muy “en grande”, que todo lo mío tiene otra dimensión, que no bajo a tierra y veo las cosas en su pequeñez natural. Sea eso bueno o malo, también se lo debo a mis libros. En resumen, mis libros son mi memoria, mi disco duro externo, mi pequeña “Alejandría”. Yo soy el producto de mis lecturas, de lo que aprendí en ellas. Mis libros son lo que me hace un individuo sofisticado -en el sentido estricto de la palabra- y, me van a perdonar, pero yo me siento muy orgulloso de mi sofisticación mental. Soy un individuo de ideas complejas, de gustos complejos, alguien capaz de conciliar aparentes contradicciones, como decía Fitzgerald (“Un artista es alguien que puede reconciliar dos ideas diametralmente opuestas, y aún seguir funcionando”), y aquí sigo, aún funcionando y más o menos feliz.
Y perdónenme la falta de modestia, un trazo excéntrico un tanto antipático también adquirido a través de mis libros, pero si a ustedes les gusta lo que escribo por aquí, también es gracias a mis libros. Esa fue mi escuela para aprender a escribir, la lectura en inglés y español de todo lo que me atraía.
Mi escritura es una síntesis de esas lecturas bilingües de más de 40 años. Yo, en esencia, escribo sobre lo que he leído, con un toque aquí y allá de originalidad e ideas propias.
Si tuviera que dar la receta de mi esencia narrativa, yo diría que soy 60% mis libros, 10% whisky escocés, 10% furia, 10% humor y 10% de buen “cableado” mental. Últimamente le estoy subiendo el porcentaje al whisky y le estoy bajando a la furia, un proceso natural que viene con los años, supongo.
Y si tengo que escoger mis libros favoritos, escogería la Enciclopedia Lorousse de 20 tomos que había en mi casa cuando yo era niño, y el cuerpo entero de conocimiento de Wikipedia. Yo entro a Wikipedia por lo menos 10 veces al día. Para mi, en eso se resume el internet. Si tumban el resto de páginas del mundo, excepto Wikipedia, yo no tendría mayor problema. Para mi, es mi “Larousse” virtual, pues de niño también consultaba esa enciclopedia todo el tiempo.
Entonces, un hombre como yo, una persona enteramente formada por sus libros, tiene que despertarse un día y ver una foto de una ex reina de belleza ya entrada en años, con pasado medio traqueto, con cultura traqueta, con formas traquetas, con hablado traqueto, con estética traqueta, usar un set de libros como decoración de cocina. Los libros como cajas de madera para sostener cuchillos, los libros como ayudante de cocina.
Honestamente, lo que siento es un profundo pesar por Carolina Cruz. Haber crecido en esa Cali traqueta de los 80s, cortejada por traquetos y gente “rara” toda la vida, hizo que la pobre pelada creciera en un mundo de superficialidad en donde nunca apareció un libro en su vida. Ella siempre supo que su éxito en este mundo radicaba en su culo y en sus tetas, y estos atributos se convirtieron en sus libros. Así como yo me esmeraba por cuidar mis libros, ella se esmeraba en engrandecer sus tetas. Sus libros son su culo, sus piernas, sus tetas, ella se educó en frente de un espejo. Todo su conocimiento y entendimiento de este mundo viene del reflejo de su figura en un espejo. Para ella los libros son un adorno casero, quizá porque sus padres tenían algunos libros en la casa y ella los veía de reojo de camino al espejo de su cuarto. Su mundo traqueto estaba conformado por: dólares provenientes del narcotráfico, culos, tetas y camionetas 4 puertas, esos eran sus parámetros espaciales.
Y la versión “sofisticada” de esa superficialidad de origen traqueto que afloró en esa época en Colombia es otra caleña, Mafe Cabal, quien también le dio poco valor a los libros y hoy cree que Rusia y la Unión Soviética son lo mismo.
Esa cultura “anti-libro” y “anti-lectura” de los 70s, 80s y 90s del pasado siglo en Colombia nos dejó los cimientos del uribismo de los 2000s. Esos 10 millones de votos de Duque en las pasadas elecciones son los votos de 10 millones de personas que nunca leyeron mucho o que desestimaron el valor de la cultura. El Uribismo es, entre otras cosas, el partido de los que no leen. Nadie que posea una biblioteca personal con más de 100 libros, y que los haya leído, vota por Uribe. De pronto tienen los libros heredados de sus padres y abuelos, pero no los han leído.
Y con esto, le dejo mi mensaje a Colombia.
Si usted sufre de “Uribismo”, usted es un afortunado porque el Uribismo no es como el Coronavirus, para esa “enfermedad” sí existe cura: lea. Lea mucho, lea todos los días, lea todo lo que le caiga en las manos, lea hasta que le duela la cabeza.
Y recuerde esto: los libros son lo opuesto de los cuchillos, nunca deben ir juntos. Los libros como decoración de cocina no quedan bien. Esa idea de poner algunos libros atados para sostener cuchillos es una idea pobre de alguien que no ha leído mucho y que no entiende el lugar de las cosas. Un libro en una cocina está expuesto a una salsa que se derrame, un batido que se salga de su contenedor, una licuadora loca y descalibrada. Eso para no hablar del nene torpe e imprudente que pudiera derramar el jugo de lulo colocado junto a los cuchillos.
Yo he leído muchas revistas de decoración y nunca he visto libros en las mejores cocinas que en ellas he visto. Las mejores cocinas que he visto en mi vida son grandes, amplias, con una mesa central grande para cortar con comodidad, y electrodomésticos y equípamento en acero inoxidable. De pronto un par de libros de cocina en una gaveta, lo más alejado posibles de las cosas que se coccionan.
¡Pobre pelada!, en verdad me da pesar. Ser tan tonto, y a la vez tan famoso, nos debe dar tristeza a todos los colombianos. Carolina Cruz es el producto de la Colombia de los 80s, esa en donde se forjó el Uribismo, ¿qué esperaban de ella?
La Colombia de hoy, y quizá de siempre, no es una Colombia de Lauras Restrepo o María Mercedes Carranza, es una Colombia de Carolinas Cruz y Mafes Cabal.
Aunque quién sabe, de pronto Carolina Cruz si ha leído un libro: el clásico de la cultura traqueta de mi estimado Gustavo Bolivar “Sin Tetas no Hay Paraíso”, el libro que la describe a ella. Pero no lo leyó por que Gustavo sea un buen narrador, o porque la historia sea interesante, o por lo de “paraíso”. Lo leyó porque le llamó la atención lo de las “tetas”….
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