Felipe A. PriastOpinón

DE SICILIA A LA ALEMANIA NAZI

En lo que llevo comentando el trasegar del hombre colombiano en redes nunca había vivido una ola de indignación más visceral que la suscitada por el nombramiento como “Coordinador de Víctimas” del Ministerio del Interior de Jorge Rodrigo Tovar Vélez, el hijo de Jorge Tovar Pupo, el sanguinario “Jorge 40” de las atrocidades paramilitares de hace 20 años. Como será de profunda la indignación que hasta el único uribista medio razonable que existe, Rafael Nieto, la criticó llamándola “una provocación” a las víctimas del paramilitarismo.
De la izquierda mejor no hablemos. Desde ayer toda la izquierda dura colombiana está agarrada del techo de sus casas como dementes sin camisa de fuerza. Uno percibe que, esta vez, el dolor sobrepasa nuestro perenne folclorismo, que el nombramiento es una puñalada profunda que excede toda la maldad previa desplegada por el uribismo en este gobierno. Una cosa es pagarle a los “Rastrojos” para que vayan y maten gente, sin testigos, y otra nombrar en el Gobierno al hijo de un “para” sanguinario. Lo primero es un crimen horrendo, pero subrepticio, solapado. Lo segundo es un acto explícito.
Y de lo que no se da cuenta este gobierno de burros es que, con el nombramiento de Jorgito en el Ministerio del Interior, confirman los asesinatos de Estado que ejecutan los “Rastrojos”, los “Pelusos” y las “Aguilas Negras”. El uribismo no tiene ningún sentido de la historia o la posteridad, ellos creen que nunca van a tener que rendir cuentas a nadie. ¡Pobres estúpidos! Piensan eso porque no conocen el implacable poder de la Historia. Cuando la historia de los últimos 25 años por fin se cuente cómo se tiene que contar, este gesto burdo será recordado como la confirmación de todas las acusaciones que toda la vida se le han hecho a Uribe. Con este nombramiento él mismo se auto-proclamó “paraco”, él mismo se terció la motosierra en la espalda.

Pero, a pesar de todo esto, el cuestionamiento del nombramiento de “Jorgito 40” no deja de tener algo de injusto. Ese muchacho no ha matado a nadie, que yo sepa, y menos con brazalete del “Bloque Norte”. Peor aún. El muchacho está increíblemente bien calificado para el puesto y tiene todos los cartones y acreditaciones requeridos. Ese muchacho, incluso, lleva como 2 años repartiendo mercados, hablando con víctimas del conflicto y desde el 2016 es un abanderado de la paz. Calificaciones, tiene.
En realidad, el único delito de Jorgito es ser hijo de “Jorge 40”, un delito imperdonable en una cultura “tribal” como la nuestra. En las culturas primitivas el hijo del asesino es tan asesino como el padre, pues hace parte de su tribu y lleva su sangre.
En las culturas hispánicas y mediterráneas, los delitos se heredan. A nadie le cabe que Jorgito sea un ente distinto a su padre. Aquí, valga decirlo, todos pecamos de “Don Ciccio”, el capo siciliano de la película “El Padrino II” que, no solo mata al padre de Vito Corleone sino que también mata a su hijo mayor. Y cuando la madre de Vito lo lleva a la villa de Don Ciccio para que este le perdone la vida, este le contesta: “No, crecerá y buscará venganza, así que también debe morir”. El hijo no es lo mismo que el padre, pero ha heredado los pecados del padre, está estigmatizado, está sucio de sangre a pesar de llevar 2 años repartiendo mercados, reparando víctimas, y conciliando por la paz.

Yo admito que simpatizo con los padecimientos de este muchacho. Solo el que ha pagado por los pecados de su padre, como yo, es capaz de simpatizar con “Jorgito 40”.
Hace 25 años, cuando acabe la universidad y empecé a buscar trabajo, nadie me dio trabajo en Cartagena porque era hijo de mi padre, muy a pesar de que mi padre y yo somos dos personas completamente distintas. Pero yo tuve que pagar por sus cagadas y me tuve que ir a Bogotá a buscarme la vida, a pesar de que nunca me quise ir de mi ciudad. Y eso me pasó porque ya llevaba un estigma difícil de remover, haya sido este estigma cierto o no.

Con esto que le está pasando a Jorgito Tovar me acordé de Leni Riefenstahl, la famosa directora de cine alemana tan íntimamente asociada con el Nazismo. Riefenstahl ha sido uno de los más grandes innovadores del cine, una mujer cuya habilidad para producir y dirigir películas ha sido admirada por directores como Spielberg y Scorsese pero, después de la caída del Nazismo, nunca más pudo volver a hacer cine, supuestamente, por su cercanía con Hitler. Haber hecho dos de los films propagandísticos más exitosos de la historia [“The Triump of the Will” (1934) y “Olympia” (1938)] le costaron la carrera durante la post-guerra, a pesar de que nunca fue condenada por crímenes de guerra y a pesar de haber perdido a un hermano en el frente ruso por culpa del Nazismo. Una revolucionaria del cine, una de las mentes más brillantes del cine del siglo XX, se quedó el resto de su vida sin hacer películas por su cercanía con Hitler. El estigma del Nazismo la persiguió hasta el día que se murió a los 101 años en Múnich. Sin haber sido nunca miembro del partido Nazi, o jefa de propaganda al servicio de Goebbels, debió pagar su asociación marginal con Hitler con su carrera. La poderosa industria del cine, controlada por judíos, nunca la perdonó, quizá con algo de razón. Sus películas eran el rostro del Nazismo, y, por lo tanto, ella era, de alguna manera, la personificación del Nazismo.

Jorgito puede subir Monserrate de rodillas, puede repartir 1 millón de mercados y organizar 10 mil conversatorios de reconciliación, que eso no va a importar. Él es el hijo de Jorge 40, y en los países de estirpe latina, como el nuestro, el es otro Jorge 40, pero chiquito, y ya nadie lo va a poder desligar de su padre. Jorgito ha sido apachurrado por el espantoso crimen de su padre y nada lo va a separar de ese crimen. “Your Name is my Name”, le dice un personaje de Shakespeare a su hijo en una de sus tragedias, “tu nombre es mi nombre”. Jorge Rodrigo Tovar lleva el nombre de Jorge Tovar Pupo, y ahí termina la historia.

Pero Jorgito no es el culpable de lo que está pasando. El culpable es el genocida de Uribe, quien lo mandó a poner en ese puesto para que, ahora que salga de prisión el padre de Jorgito, este no hable y cuente su historia. El verdadero responsable de esta indignación general que se ha tomado a Colombia no es ni siquiera Jorge 40, es su facilitador político, Alvaro Uribe Vélez, que quiere rehabilitar al paramilitarismo para rehabilitarse a su vez él, y en el proceso, silenciar los crímenes que ha cometido. Uribe extraditó a Jorge 40 para que no hablara, y ahora que viene de regreso le nombra al hijo en un cargo importante para que siga callado. Uribe está delirando. ¿En verdad él cree que la verdad nunca se va a saber?
¡Y vaya usted a saber lo que le estarán ofreciendo a Mancuso para que no hable! Ese es otro que vuelve dentro de poco, y ya le deben tener algún ofrecimiento para acallarlo, sino es la muerte misma lo que le espera.

Uribe ha cometido una hijoputada al haber nombrado al hijo de Jorge 40 en ese cargo para su beneficio. Si Uribe algún día quiere saber lo que se siente que los hijos carguen con un estigma heredado de sus padres, que ponga a alguno de sus hijos en algún cargo en este gobierno a ver que pasa.

Vamos a ver si a “Jerry” le va a gustar que lo puteen todos los días por el genocidio que su padre cometió.
Me dicen que ese pelao es “blandito”, ¡cuidado y sufre una crisis nerviosa!

*Las opiniones expresadas en este documento no han sido sometidas a revisión editorial, son de la exclusiva responsabilidad de los autores y pueden diferir con las del The Cartagena Post.

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