Cumbre del clima en Azerbaiyán: un otoño en paz para los armenios
Por Karlos Zurutuza
ROMA – El 12 de diciembre de 2022, un grupo de ecologistas azerbaiyanos bloqueó la única carretera que conectaba Armenia con el enclave de Nagorno Karabaj. La noticia paso desapercibida al foco mediático más generalista. Quizá fuera demasiado difícil de entender.
¿Qué era eso de que un grupo de activistas medioambientales bloqueara la libre circulación de personas y suministros básicos? Además, ¿dónde está Nagorno Karabaj? Diez meses más tarde, su población huía en masa hacia Armenia en una limpieza étnica televisada tras un nuevo ataque azerbaiyano.
Para cuando el resto del mundo intentaba localizar aquel enclave de mayoría armenia en Azerbaiyán era ya demasiado tarde. “Casi nadie lo vio venir”, es lo que dijo The New York Times en su artículo sobre la cadena de acontecimientos que arrancó a Nagorno Karabaj de la historia.
Una historia dolorosa.
El colapso soviético en 1991 fue testigo de un conflicto entre armenios y azeríes que provocó una cadena de expulsiones forzosas. En el enclave en disputa, la primera guerra de Karabaj (1988-1994) se saldó con una victoria armenia y el éxodo a Aerbaiyán de cientos de miles de azeríes, también gentilicio de su población.
«Es el tercer año consecutivo en que la COP del clima se celebra en un Estado represivo que limita severamente la libertad de expresión y la reunión pacífica”: Human Rights Watch.
Durante 25 años, los armenios de enclave disfrutaron de una república propia que nadie reconoció, y a la que rebautizaron con su antiguo nombre: Artsaj. Por su parte, Azerbaiyán aprovechó ese tiempo para invertir las ganancias del gas y el petróleo en alta tecnología militar.
Se utilizó en la segunda guerra de Nagorno Karabaj: tras 44 días de horror, la victoria azerí se certificó en el otoño de 2020. Para Bakú, no obstante, era una victoria “incompleta”. Los armenios habían perdido dos tercios del territorio bajo su control, pero permanecían en Stepanakert, la capital, y sus distritos aledaños.
En el otoño de 2021, Azerbaiyán optó por asfixiar a los pueblos su frontera sur con Armenia, anexionándose de facto grandes extensiones de terreno. Durante el otoño de 2022, lanzó un ataque de artillería masivo por prácticamente toda la frontera armenio-azerí.
Pero el de 2023 fue mucho peor. El comienzo del fin llegó, precisamente, con esos jóvenes de organizaciones progubernamentales disfrazados de “ecoactivistas”. El bloqueo respaldado por el ejército azerí duró nueve meses, hasta que los armenios huyeron en masa a finales de aquel mes de septiembre tras la ofensiva definitiva de Bakú.
De nada sirvió que voces tan significadas como la del exfiscal de la Corte Penal Internacional, Luís Moreno Ocampo, calificaran la agresión azerí de “genocidio”.
Desde entonces, la comunidad desplazada contempla con impotencia vídeos subidos por soldados azeríes a las redes en los que estos saquean las casas abandonadas, destruyen sus cementerios, o un patrimonio arqueológico que incluye iglesias de más de mil años.
Luego está la preocupación por el estado de los prisioneros de guerra. Bakú reconoce 23, pero organizaciones de los derechos humanos dicen que superan el centenar. La información sobre su estado y sus procesos penales es reservada.
Oro
El 20 de junio de 2023, la localidad azerí de Söyüdlü —a 200 kilómetros al oeste de Bakú— fue testigo de unas multitudinarias protestas tras el anuncio de la construcción de un segundo lago artificial en el que depositar los residuos tóxicos de una mina de oro.
Los lugareños ya habían denunciado problemas de salud graves que incluían una elevada incidencia de cáncer debido a la contaminación del agua y el suelo provocada por el lago construido en 2012. Los cultivos y el ganado también estaban afectados.
A diferencia de la de seis meses atrás, la protesta fue reprimida con una violencia descontrolada por parte de la policía. Se vetó el acceso a la prensa y se detuvo a varios lugareños por una serie cargos arbitrarios que incluían los de “narcotráfico”.
Una vez más, la noticia no trascendió más allá de los medios especializados en la región del Cáucaso.
Además, habría sido difícil de explicar al resto del mundo que el país que se premió con ser el anfitrión de la 29 Conferencia de las Partes (COP29) sobre cambio climático, que tendrá lugar en Bakú entre el 11 y el 22 de este mes, reprimiese una protesta medioambiental con una fuerza desmesurada.
En realidad, ¿cómo explicar que esa cumbre climática se realice en un Estado sostenido por el monocultivo del petróleo y el gas del Caspio? Asimismo, ¿por qué confía Naciones Unidas en un país que hostiga constantemente a sus vecinos armenios y castiga con la cárcel y el exilio a opositores políticos, activistas de los derechos humanos y periodistas?
El 24 de setiembre, la organización internacional Human Rights Watch recordaba que este es el tercer año consecutivo en que la COP climática se celebra en un “Estado represivo que limita severamente la libertad de expresión y la reunión pacífica”.
La COP27 se realizó a fines de 2022 en Sarhm el Sheij, en Egipto, y la COP28 un año después en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos.
Azerbaiyán lleva gobernado por una única familia y su círculo cercano desde 1993. El actual presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, asumió el cargo en 2003 tras la muerte de su padre.
El 1 de septiembre, el país celebró unas elecciones parlamentarias conducidas en un “ambiente político y legal restrictivo” y “vacías de pluralismo político,” según observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación de Europa (Osce).
Gas y caviar
Investigaciones conducidas por organizaciones como El Proyecto para el Reporte del Crimen Organizado y la Corrupción (OCCRP) )—una red de investigadores repartidos por todo el mundo— han destapado una enorme fortuna del clan los Aliyev repartida en decenas de empresas instaladas en paraísos fiscales.
No en vano, Azerbaiyán ocupa el puesto 154 entre 180 en el Índice de Percepción de la Corrupción de 2023 elaborado por Transparencia Internacional, una plataforma que trabaja en 100 países.
También es “uno de los lugares menos libres del mundo”, según Freedom House, una oenegé con sede en Washington. Sin ir más lejos, hay 23 periodistas azeríes presos en un país que Reporteros Sin Fronteras sitúa en el lugar 164 de 180 en su lista de Libertad de Prensa.
Son denuncias que no pasan factura, y puede haber razones poderosas para ello.
Durante años, ganar influencia mediante el soborno de políticos europeos a través del lujo ha sido un eje de la política internacional de Azerbaiyán. Investigadores, periodistas occidentales, académicos y parlamentarios también han sido cortejados de manera constante por Bakú en una práctica conocida como «diplomacia del caviar».
Es una estrategia que ha jugado un papel fundamental cuando se trata de proteger a Azerbaiyán de las necesarias sanciones para contrarrestar el desprecio a los derechos humanos del régimen de Aliyev.
También ayudan los acuerdos gasíferos entre Bruselas y Bakú de 2022 para reducir la dependencia europea del gas ruso tras la invasión de Ucrania. Que Azerbaiyán lo importe de Rusia tampoco parece suponer un problema para la Unión Europea.
Lo que pueda traer el invierno sigue siendo una incógnita.
ED: EG