BogotáRegiones

Cuando Bogotá se le medía a inundaciones y sequías

Antes de que llegara la industrialización, la comunidad de la Sabana de Bogotá se distinguía por su carácter anfibio, es decir por saber convivir con tierras inundables, las cuales sufrían especialmente en las temporadas de sequía.

Según la investigación de Katherinne Giselle Mora Pacheco, doctora en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.), las temporadas secas reportadas como las más críticas se dieron en las décadas de 1690, 1750, 1800 y 1820.

El problema era tan grave que incluso ocasionaba crisis en la iluminación: el ganado perdía peso, no había forma de sacar cebo y no era posible elaborar velas. Las sequías obligaban a la población, sobre todo a la menos favorecida, a comer carne de animales enfermos de tuberculosis, o trigo con hongos.

A partir de diversas fuentes como el Archivo General de la Nación, el Archivo Parroquial de Funza, diarios de viaje, novelas y pinturas costumbristas, prensa, textos científicos de la Expedición Botánica y la Comisión Corográfica, entre otras, la investigadora Mora hizo el primer trabajo de historia ambiental para determinar cuáles eran las estrategias adoptadas por los ganaderos y agricultores para enfrentar los efectos negativos de las variaciones climáticas, en especial las sequías.

De esta manera, descubrió que durante el periodo de estudio (1690-1870) en la cuenca media del río Bogotá (entre los territorios actuales de Cota y Soacha, pasando por la capital), se elaboraron respuestas adaptativas de largo plazo, algo que explica el hecho de que casi no hay registros de hambrunas ni de pérdidas notables de vidas humanas por exceso o falta de agua.

La población se adaptaba a las condiciones del ecosistema y se resaltaba la vocación ganadera, ante todo en las tierras inundables. Existían calendarios agrícolas en concordancia con las dos épocas de lluvias, por ejemplo la de septiembre-noviembre, y se implementaron sistemas de almacenamiento de granos y papas, los cuales eran privados, no públicos como los de México.

En aquella época se extendió la producción de carne seca, una estrategia de conservación que consistía en sacarla al aire, embadurnada con sal, lo cual también se aplicaba con los pescados. Así mismo se difundió la producción de quesos y mantequillas.

Por otro lado se organizaron las rogativas, procesiones y ofrendas a santos, algo que benefició directamente al sector artesanal y a la Iglesia.

Del mismo modo, desde la capital se obligaba a otras provincias a realizar abastos materiales. Neiva, por ejemplo, mandaba ganado; Villa de Leyva, trigo. De esta manera se evitaron al máximo las hambrunas, fenómeno que sí azotó a otras regiones del país como La Guajira y Tunja.

La población conocía bien el territorio y sacó el máximo provecho a la gran variedad de niveles térmicos, desde las tierras bajas hasta el páramo.

También se adaptó fácilmente a los pantanos y a las tierras inundables, por lo que casi no hay reportes ni alertas contra las inundaciones, a las que incluso les dedicaban poemas en ocasiones.

Los campesinos construían zanjas, estrategia que, no obstante, a veces provocaba problemas entre vecinos, pues el agua de una finca se drenaba a otra.

Nuevo escenario

Todas estas tendencias cambiaron significativamente hacia mediados del siglo XIX. La llegada de ciudadanos europeos y de colombianos que habían visitado otros lugares del mundo confluyó con los inicios de la industrialización, promoviendo, poco a poco, un cambio en el modelo económico.

La tradición ganadera perdió protagonismo y se crearon estrategias con el fin de drenar los terrenos, adaptándolos para la agricultura y la construcción de caminos. Por tal motivo, se importaron equipos industriales como bombas de agua.

Esta respuesta buscó generar mejores condiciones sanitarias y nuevas conexiones hacia la capital, pero las inundaciones comenzaron a perjudicar en mayor medida los cultivos.

“Vemos que en ese entonces las actividades económicas se adaptaban al ecosistema. Ahora pasa todo lo contrario. En ese sentido, estos estudios nos muestran qué estrategias se aplicaron en situaciones reales”, concluye la historiadora Mora.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *