Ciudad Pensante

La Cartagena delirante de Dau

No solamente se enferman las personas, se enferman las familias, la sociedad y la población de una ciudad. No me refiero a epidemias o pandemias ocasionadas por virus, sino a enfermedades mentales, que podrían llegar a ser hasta espirituales.

El concepto de sociedades enfermas fue planteado por primera vez por el psicólogo alemán Erick Fromm en 1955 y que fue abordado ampliamente en su libro “The sane society”, publicado después de su muerte.

Ya en los años cincuenta Fromm consideraba que “la sociedad contemporánea se ha convertido en un gran teatro”. No me quiero imaginar lo que pensaría o más bien como diagnosticaría Erick Fromm a la sociedad de este siglo XXI y a la sociedad cartagenera.

Fromm desarrolló la teoría de “la patología de la normalidad”, que en términos coloquiales podría definirse como la creencia colectiva que lo que la sociedad considera “normal”, es lo “correcto”, “apropiado” y “bueno” para cada miembro de esa sociedad, aunque eso considerado “normal” vaya en contra del bienestar, de la naturaleza del hombre o de los principios y valores básicos de una sociedad.

Existe una historia, que no se si es una anécdota real de Fromm o simplemente una historia de ficción que explica bien como Fromm terminó de consolidar su teoría. Se dice que Fromm entró una mañana a una cafetería y pidió un té de manzanilla. La mesera cogió con sus manos una bolsa de té y en la otra un tazón lleno de hojas y flores de manzanilla, entonces ella le preguntó a Fromm ¿Cómo quiere el té? ¿Normal (bolsita) o natural (hojas y flores)? El psicólogo escogió las hojas y las flores. De esa experiencia se dice que Fromm conceptualizó que “en esta sociedad (años 50) lo normal no tiene nada que ver con lo natural”. Y de esa pequeña idea nació lo que hoy se conoce como “la patología de la normalidad”.

Según Fromm, una sociedad puede vivir en una constante neurosis colectiva o en condiciones menos graves, puede presentar síntomas de fenómenos colectivos que no llegan a una neurosis pero que son patologías psicológicas colectivas, patologías de la normalidad. Al respecto Fromm dice textualmente  “El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte a éstos en verdades. La validación consensual, como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental (…)”.

El psicólogo alemán sostenía la premisa que muchos comportamientos normalizados han generado los más grandes desastres de la historia y otros son los causantes de una degradación social. Y eso es precisamente lo que le está sucediendo a Cartagena de Indias.

¿Cartagena tiene una sociedad mentalmente enferma? Me atrevo a afirmar que sí, no solamente por el tipo de alcalde que la representa sino también por su comportamiento colectivo. En Cartagena se vive algo que se llama “entorno social disfuncional”, concepto que define de manera muy clara el psiquiatra peruano Martín Nizama-Valladolid. En su documento “Sociedad enferma”, publicado en 2016, define todas las enfermedades mentales que puede sufrir una sociedad y al leerlo vi el reflejo claro de Cartagena de Indias y su gobernante.

Existen enfermedades en el núcleo social, que tienen síntomas como:

– Prelación de los antivalores. Cuando una sociedad tiene un comportamiento social antiético, donde prevalecen como comportamiento normal y aceptado el odio, la banalidad, el facilismo, la difamación, la ofensa, entre otros.

Y tristemente la Cartagena de hoy sufre de esto. Comenzando con su alcalde, que maneja un discurso violento, de división, señalamientos, insultos, cargado de odio, un mensaje comunicativo (verbal y físico) agresivo y banal, carente de empatía, que no comunica ni edifica, simplemente sirve para atizar el fuego del pueblo.

Como ejemplo reciente, está el manejo que el alcalde le ha dado al tema de los peajes. Invitó a un alzamiento social agresivo y violento, promoviendo un discurso de odio e indisciplina social, como una manera de solucionar un problema y convirtiendo esas acciones en un proceso normal y hasta cargado de justicia. Un gobernante sano maneja un problema de esto desde el nivel jurídico y administrativo que es el procedimiento correcto. En su mensaje comunicativo hace comprender al ciudadano la situación y las acciones claras que se están tomando al respecto, sin armar caos, violencia y desorden.

Tenemos un alcalde que parece un circo romano, le da al pueblo hambriento de agresividad un discurso de odio, que mantiene el caos y la división,  y también para entretenerlo se convierte en payaso, para con humor banal y vulgar desviar la mirada de la población, mantenerla distraída en payasadas para que no se de cuenta que la ciudad se cae lentamente a pedazos en todos los niveles sociales.

Y nuestro gobernante es simplemente el espejo del pueblo enfermo que lo eligió. Vemos como en las conversaciones callejeras y en las redes sociales los cartageneros se despedazan entre sí, llenos de oscuridad, ofensas, amenazas, persecuciones, el grueso de los cartageneros es incapaz de sostener un debate ético y decente con aquel que no aprueba la insensatez de su gobernante.  Y se ha normalizado tratarnos con odio, rencor y ofensas. Es normal esa banalidad enferma de la que se alimenta el cartagenero, para el cual un alcalde “chistoso” es original y auténtico…  

– Psicopatización colectiva. Es la pérdida de los valores ético-morales, lo cual atenta contra el bien de la colectividad. Sucede cuando una sociedad se llena de delincuencia y mafias. Y cuando el pueblo normaliza vivir en esta situación.

Desafortunadamente también Cartagena tiene este síntoma. La inseguridad y la delincuencia se tomaron la ciudad, no se nota por parte de la administración local medidas sólidas para recuperar la seguridad de la ciudad. Sólo se leen y ven titulares en noticias y publicaciones en redes sociales con acciones inefectivas, cuando la realidad que vive el pueblo es otra. Lo grave es que ya el cartagenero lo está normalizando y cada vez se queja con más resignación sobre esta situación.

– Adicciones masivas. Cuando un grueso de la población, indiscriminadamente a la edad sufre de adicciones a la conectividad, adicción social, al juego y a las sustancias químicas. Y nuestra sociedad sufre de todas estas adicciones.

Una sociedad también se enferma de hedonismo, para Nizama-Valladolid estos son los síntomas:

– Hedonismo compulsivo. Cuando una sociedad, sin importar el grupo etario, dedica sus fines de semana a fiestas sin control con consumo desenfrenado de alcohol y otras sustancias químicas. Nizama lo describe así “En la actualidad, el ritual hedonista es así: de lunes a jueves, trabajo o estudio con la mente fija en la próxima diversión de fin de semana; jueves, la “armada” (contactos virtuales o telefónicos organizando la diversión); viernes y sábado: discoteca,  juerga, cumpleaños,  concierto, campamento;  domingo:  dormir todo el día; y lunes, ánimo embotado, malestar corporal (“san lunes”). Así son todos los fines de semana, como si fuera un ritual religioso. Si el ritual se incumple, la persona se encuentra en el domicilio ansioso, irritable, intolerante, vociferante y agresivo (“diablo enjaulado”)”.

Con o sin pandemia esta es la realidad de Cartagena en todos los estratos sociales. Es la fiesta el objetivo principal para llegar al viernes. En Cartagena se vive en una parranda constante a niveles poco sanos, sin importar siquiera que se vive una pandemia, donde la prudencia y la sensatez no existe.

– Desenfreno sexual juvenil. La definición es sencilla, adolescentes y jóvenes entregados los fines de semana a la fiesta y el perreo, con el visto bueno y la aceptación de su familia. Fiestas en las que abunda el licor. Un triste e inolvidable caso extremo de esto es el vídeo de las niñas de siete años, borrachas, tomando cerveza y bailando de manera vulgar, mientras sus padres lo grabaron y lo aprobaban como si fuera una gracia. Ese video que indignó a la población es una muestra muy pequeña de lo que sucede en los barrios populares y que además es visto como normal, no solamente con niños sino también con adolescentes.  

Medios de comunicación enfermos. Y aunque Nizama-Valladolid ejemplifica sus definiciones de estos síntomas con medios de comunicación tradicionales, estos síntomas de patologías de la normalidad en un pueblo que vive en un entorno social disfuncional son aplicables al manejo de las comunicaciones oficiales en redes sociales. Los síntomas de esta enfermedad mental social son:

– Morbo mediático. Medios de comunicación perversos, que solo buscan audiencia y no le importa conseguirla a través de productos y mensajes comunicativos violentos, sensacionalistas, distorsionados, que violentan el nombre y la privacidad de las personas o de colectivos, aunque después de lograr el morbo mediático tengan que retractarse.

Y esto claramente lo vive Cartagena de Indias, no solamente en el alto y creciente número de portales web y cuentas “informativas” de Instagram, donde prima el sensacionalismo y la desinformación, sino también en los propios medios comunicativos oficiales y personales de la administración distrital.

Ya perdí la cuenta de cuántas veces el alcalde ha difamado el buen nombre de personas que han estado vinculadas a la alcaldía, desde simples órdenes de servicio hasta funcionarios públicos. Ha vulnerado a personas de toda índole, en distintas instituciones distritales, educativas… ya no sé el número de veces y en TODAS se ha tenido que retractar. Aunque lo hace de mala gana, a la fuerza y siempre dejando un margen al entredicho.

Hace publicaciones en redes oficiales y personales llenas de morbo mediático, sensacionalismo y despliegue,  acusando y anunciando carteles, corrupciones, señalando “malandrines” de toda índole y después de algunas semanas se tiene que retractar porque no tiene argumentos, pruebas ni absolutamente nada que demuestre todas sus acusaciones. Dañando, sin el menor remordimiento, el buen nombre de muchas personas. Mostrando una absoluta ausencia de valores ético-morales, difamar también hace parte de la corrupción, otro tipo de corrupción. Para mí sería como “el cartel de la corrupción mediática “ o “el cartel de la mentira y la difamación” dedicado a corromper el mensaje comunicativo. Faltando a la verdad, al respeto, a la honra y a todo lo que representa la palabra honestidad.

Cuando se es corrupto no solamente se roban recursos materiales, también se roban y se dañan los valores éticos, la moral y la honra, a través de la mentira y la difamación, eso también es ser corrupto, es ser deshonesto. Es ser un malandrín de la mentira, un malandrín de la deshonestidad. Teniendo en cuenta que la RAE define “malandrín” como [persona] Que es malvado, perverso o malintencionado”. Así que cuando se difama a un colectivo o a alguien en particular de manera intencional, sabiendo perfectamente que no tiene pruebas ni argumentos, sin importar ningún valor ético y moral, se es un malandrín de la peor calaña, se encarna la definición exacta que la RAE le da al término.

Nuestro gobernante local con sus redes personales e institucionales se dedica a generar morbo mediático, atizando el fuego del odio, promoviendo una prelación de los antivalores. Y la sociedad cartagenera enferma se alimenta de este morbo mediático, lo pide, lo celebra, lo ve normal, correcto y justo… pero nada más lejos de la realidad.

Reinado del rating mediático. Una definición sencilla dada por el psiquiatra peruano es que el medio trabaja por el simple posicionamiento sin que importe en absoluto el contenido, no interesa si lo que el contenido transmite es correcto, ético o útil.

Y eso también se vivencia en las redes de la alcaldía y en sus productos comunicativos. La administración local siente y así lo refleja, que el éxito de su gestión se mide a través del número de seguidores que tenga el alcalde tanto en sus redes sociales personales como oficiales. Que la aprobación y la eficacia de su gestión se mide en el alcance de sus publicaciones, en el número de reproducciones, de me gusta y de veces de compartida la publicación.

Y para lograr este “éxito” no importa lo que se publique, lo importante es que genere “impacto”, “acogida” y un gran comité de aplausos y adulaciones.

El alcalde usa las redes oficiales como un medio de enriquecimiento mediático personal, de ganar reconocimiento y con cada payasada que publican logran dispersar, distraer y nublar la realidad que vive la ciudad. Enfocando la atención en la nueva pelea o en la nueva y “creativa” ridiculez que se les ocurrió ¡Es que tenemos un alcalde muy auténtico!

Hace una difusión frenética y sin escrúpulos de frivolidad para entretener al pueblo, promoviendo el escándalo y el morbo como conductas correctas.  Y este comportamiento de la administración local es bien recibido porque la sociedad cartagenera está enferma, es superficial, acrítica e irreflexiva.

Es así como un alcalde en plena crisis socioeconómica, de paro y protestas, con una ciudad paralizada y en el completo caos piensa que sacar un vídeo haciendo payasadas ridículas es la mejor opción para darle “humor” a la cotidianidad, haciéndole propaganda a una nueva cuenta en una red social. Cartagena no eligió un alcalde, eligió un payaso con delirio y aspiración de influencer.

Un video como el del alcalde haciendo “tik tok, tik tok…” dada la situación de la ciudad es insólito y delirante. Entendiendo que un gobernante, ante todo, tiene que ser sensato, coherente y respetuoso, cosas de las que carece la administración local.

El alcalde de una ciudad, elegido popularmente, representa no solo al pueblo legislativamente, también es un reflejo de “el ser” de ese pueblo, un espejo de sus habitantes, del grado de salud mental de la sociedad que lo eligió.

Las sociedades enfermas, no quieren curarse, necesitan vivir con la enfermedad y para eso normalizan lo que no es sano ni correcto. Normalizan lo anormal, y aquellos que comprenden que el accionar de ese colectivo no es sano se convierten en detractores y enemigos. Y en una sociedad donde prevalecen los antivalores, el enemigo se trata con violencia, es un estorbo que debe eliminarse, es así como la violencia pasa de las palabras a la acción, un pueblo puede vivir en una constante neurosis y hasta psicosis colectiva.

Una sociedad está enferma cuando la violencia se normaliza como una forma de justicia, cuando la ofensa, la difamación, el insulto, la vulgaridad y la discusión se normaliza convirtiéndola en una forma de, supuesta, “honestidad” y decir la verdad a la cara.

A la sociedad cartagenera se le extravió la honestidad, la vergüenza, la decencia y la lealtad, los reemplazó con antivalores y banalidad. Estamos viviendo una decadencia moral promovida por la administración local. Se sustituyó el respeto y los buenos modales por lo vulgar, soez, y lo irrespetuoso, convirtiéndolo en lo normal y apropiado.

Fromm dice que las sociedades sostienen las conductas perjudiciales de sus miembros a través de mecanismos que logran que el individuo no cuestione lo que considera “sano”, “exitoso” o “feliz” cuando en realidad no lo son. Estos mecanismos son la masificación de esas conductas a través de los medios de comunicación, logrando que esas patologías parezcan virtudes humanas con las que puedes lograr éxito social. En los años cincuenta no existían las redes sociales, creo que la humanidad de hoy con las redes confirma ampliamente todo lo que Fromm postulaba.

El psicólogo alemán define lo que debería ser un individuo y una sociedad sana mentalmente de la siguiente manera: “La salud mental tiene que ver para mí con la superación del narcisismo y con esto, para formularlo de un modo positivo, alcanzar la meta del amor y la objetividad; con la superación de la enajenación y así alcanzar identidad e independencia; con la superación de la enemistad y con ello la capacidad de vivir pacíficamente y finalmente lograr ser productivo, que significa la superación de la fase arcaica de canibalismo y de dependencia”.

Trasladándose al lenguaje coloquial, para que la sociedad cartagenera sane de su delirio y enfermedad mental, necesitamos un gobernante que no sea narcisista, que no se crea el redentor impoluto, que maneje un mensaje positivo, desde la empatía, el amor y no solamente desde la objetividad, sino también desde la honestidad.

Que no promueva la banalidad, ni la masificación de conductas tóxicas. Que comprenda que enemistarse con todo el mundo no construye, no soluciona, no gestiona, no logra resultados, simplemente promueve el odio y la violencia. Para ser productivos hay que tener paz.

Y tristemente Cartagena hoy tiene todo lo contrario, todo lo que Erick Fromm define como individuos y sociedades enfermas, desde sus gobernantes hasta el ciudadano de a pie ¿Qué hacer ante esto? Aquí aplica una frase cliché… Si quieres lograr un cambio, comienza por ti mismo. No aceptemos como normal aquello que no es correcto ni sano. 

Cuando la insensatez gobierna, la decadencia impera.

0 comentarios en «La Cartagena delirante de Dau»

    • Cartagena no está enferma de ahora, el sintoma inicial se dio en los corruptos gobiernos anteriores, se enfermó mucha gente creyendo que robar a las entidades publicas era una opcion de vida, se contagió gente que tal vez si hubiese habido un buen gobierno no habrian entrado al circulo de la corrupcion, la gente se acostumbró a tener caciques politicos, y a arrodillarse frente a ellos, por eso hoy le han caido como verdugos a Dau. Dau tiene sus defectos pero pisó a los corruptos y no lo pueden soportar.
      La sociedad no está enferma desde ahora, hoy lo que hay es la secuela de la enfermedad que ocasionaron los gobernantes anteriores, el pueblo se cansó de la aberrante corrupcion y malos gobiernos. He dicho

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  • Mientras no robe como todos los cuerdos anteriores que haga las locuras que quiera

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    • Interesante, aunque extenso y con errores gramaticales, el planteamiento anti-Daw de la Señora Diana Patricia Pinto.

      Considero, sin embargo, que tiene un profundo error de concepto.

      Primero debemos enfrentarnos a los efectos globales del narcotráfico y sus derivados.

      La enfermedad social no es patrimonio exclusivo de Cartagena, desde la capital hemos soportado ‘encargados’ de la Alcaldía quienes nada han aportado para superar este estado de cosas.

      La democracia en Colombia está siendo usada, por propios y extraños, para profundizar el daño social de la inversión de los valores, producto directo de la aceptación, connivencia y hasta admiración y apoyo a la propagación del narco consumo y la narco economía.

      Cartagena, como destino turístico de nivel mundial, puede iniciar una contra revolución efectiva y eficiente.

      Sin embargo, su enfoque no debe ser contra el Señor William Daw Chamat, debe ser con él, quien ahora tiene el deber y las facultades para pasar a la historia como alguien quien hizo algo, no como uno más de los que no hicieron mayor cosa al respecto, de eso ya hemos visto suficiente.

      Aprovechemos esa excentricidad y esas cualidades individuales del actual Alcalde Mayor de nuestro Distrito.

      Las soluciones requieren ese tipo de perfil, no el del continuismo de la ‘caterva de vencejos’ que nos enseñó el Maestro López.

      ¡Ánimo, nosotros podemos!

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  • Probablemente estamos delirantes, pero en lo que nos debemos enfocar es en extirpar la enfermedad crónica que nos llevo a esto. Me resisto a aceptar que juzguemos con mayor severidad las formas que el fondo. No podemos aceptar a los criminales que andan sueltos solo porque son decentes.

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