Mundo animal

Rodenticidas químicos: un peligro silencioso para la biodiversidad

Octavio Pérez Luzardo, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Beatriz Martin Cruz, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Los que trabajamos en laboratorios de toxicología forense medioambiental nos enfocamos en evaluar cómo afectan a los animales silvestres las sustancias químicas que impregnan el medio natural.

En la naturaleza encontramos plaguicidas, fertilizantes, medicamentos veterinarios y humanos, metales pesados y muchas otras sustancias químicas de uso actual o heredadas del pasado. Dentro de este contexto, los rodenticidas químicos –pesticidas que se usan para matar a los roedores–, especialmente los de segunda generación, emergen como una de las principales amenazas para la fauna silvestre.

Pastillas de raticidas con cacahuetes incrustados. Hardyplants/Wikimedia Commons

Varios tipos de químicos en un solo animal

Los rodenticidas se han detectado en una amplia variedad de especies silvestres, planteando un riesgo potencialmente mortal para estos animales. Este hecho no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que a nivel mundial se usan miles de toneladas de estos productos cada año en entornos urbanos, rurales, domésticos y agrícolas.

La detección alarmante de estos químicos en la fauna silvestre, así como su peligrosa infiltración en la cadena trófica, han sido el foco de varias de nuestras investigaciones más recientes.

Hemos comprobado que especies como búhos, cernícalos y serpientes muestran una exposición casi universal a estos compuestos. Además, es preocupante que con frecuencia se encuentren entre dos y cinco tipos diferentes de raticidas en el mismo animal, lo que implica una exposición a la sinergia de sus efectos tóxicos.

Es llamativo observar un aumento creciente en las concentraciones, en el número de residuos por animal y en la frecuencia de detección de rodenticidas, a pesar de que se produjo un cambio legislativo en la Unión Europea (UE) en 2018 destinado a reducir la concentración de estos químicos en los cebos.

Nuestros hallazgos muestran que la situación, lejos de mejorar, ha empeorado, lo que indica que este cambio legislativo no ha surtido el efecto deseado. El aumento en la concentración de rodenticidas puede deberse a un uso excesivo o complementario de estos productos, ya que los consumidores pueden creer que, con la disminución de la concentración, son menos efectivos.

Ardilla comiendo pastillas del rodenticida de segunda generación bromadiolona. Andrew Kvalheim/Wikimedia Commons, CC BY-SA

La toxicidad del brodifacoum

El brodifacoum sobresale entre todos los rodenticidas analizados por su alta toxicidad y su prevalencia en el medio natural. Aunque en la UE está autorizado solo para uso en interiores, este tóxico se encuentra con facilidad en la fauna silvestre, incluso en especies cuya exposición sería inusual debido a su dieta, comportamiento o hábitat, como los petreles, la perdiz roja, las avutardas, las lisnejas y las pardelas cenicientas.

Estos hallazgos sugieren la posibilidad de un uso ilegal de este raticida en exteriores. Además, estudios recientes indican que las poblaciones de roedores, incluyendo ratas y ratones, están desarrollando resistencia a estos compuestos, lo que lleva a la selección de generaciones de “superratas” o “superratones” que no son afectadas por el veneno.

La resistencia se observa de forma especial en ecosistemas insulares, probablemente debido a un mayor grado de consanguinidad en estas especies. En estos entornos, los roedores pueden acumular grandes cantidades de veneno en sus cuerpos sin mostrar efectos adversos, convirtiéndose así en trampas ecológicas para sus depredadores.

La creciente presencia de rodenticidas en la fauna silvestre es una amenaza indiscutible para especies como los cernícalos, los busardos ratoneros y las rapaces nocturnas. En hasta un 35 % de los cadáveres de estas aves analizados en nuestro laboratorio, la exposición a estos raticidas se identifica como la causa de la muerte, resaltando la urgencia de abordar esta amenaza para la biodiversidad.

Los cernícalos son una de las aves más afectadas por los raticidas. José Carrillo Hidalgo, CC BY-SA

¿Raticidas o depredadores naturales?

Los datos ponen de manifiesto la importancia de promover la investigación en alternativas no químicas para el control de roedores. El empleo de depredadores naturales, como aves rapaces y gatos, se presenta como una opción viable y efectiva, además de ser más sostenible a largo plazo.

Mientras que los rodenticidas pueden generar resistencia en los roedores y aumentar el riesgo de envenenamiento accidental de la fauna silvestre, los depredadores naturales y los agentes de control biológico se adaptan junto con sus presas, evitando así este problema de resistencia.

En este sentido, las aves rapaces desempeñan un papel crucial en el control de poblaciones de roedores. Experiencias recientes, como las llevadas a cabo por el Grupo de Rehabilitación de Fauna Silvestre y su Hábitat (GREFA), han demostrado que es posible evitar el uso de rodenticidas mediante la instalación de cajas-nido para aumentar la población de mochuelos, lechuzas y cernícalos primilla, logrando un control efectivo de las plagas de roedores en áreas rurales.

Por otro lado, el uso de gatos ha demostrado ser una estrategia efectiva para el control de roedores a lo largo de milenios y continúa siendo común en áreas rurales. Sin embargo, para que este método de control biológico sea verdaderamente sostenible, es fundamental gestionar de manera responsable la población de gatos.

Esto implica la esterilización para evitar un aumento descontrolado de su número, así como su adecuada identificación y registro, conforme a lo establecido en la reciente Ley de Bienestar Animal. De esta manera, los gatos pueden ser reconocidos como colaboradores en la gestión agrícola o ganadera, en lugar de representar una amenaza para la biodiversidad local.The Conversation

Octavio Pérez Luzardo, Catedrático de Toxicología, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Beatriz Martin Cruz, Personal Investigador en Formación, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *