Por qué las minas a cielo abierto se restauran a medias y por qué es necesario hacerlo bien
Josu G. Alday, Universitat de Lleida y Carolina Martínez Ruiz, Universidad de Valladolid
En torno a los años 20 a. e. c., el emperador Romano Octavio Augusto, atraído por la riqueza minera del noroeste de la península ibérica, se encargó personalmente de conquistar la zona. Se cree que fue durante las campañas militares cuando los romanos identificaron los yacimientos de metales más importantes que explotaban los pueblos prerromanos. Así comenzó la explotación de oro a cielo abierto más grande del occidente del Imperio romano: la mina de Las Médulas, en la provincia de León.
Debido a su importancia, esta explotación se mantuvo activa durante 250 años, hasta que fue abandonada en el siglo III. Este es un claro ejemplo de cómo la minería a cielo abierto se remonta en la historia. Sin embargo, los métodos romanos de extracción y excavación generaron impactos sobre el entorno que aún son visibles.
La problemática de la minería a cielo abierto
La minería a cielo abierto es una actividad industrial. Históricamente ha contribuido al desarrollo económico de la sociedad al aportar minerales y rocas. Actualmente, la superficie que ocupan las explotaciones mineras en España y en el mundo está aumentando rápidamente.
La problemática de la minería a cielo abierto es que genera cambios severos en el paisaje, el suelo, la vegetación y la fauna. Muchos de estos impactos alteran considerablemente el entorno (huecos mineros, canteras, escombreras, balsas). Esto suscita un fuerte rechazo social. Por eso, se deben buscar soluciones que combinen la explotación de recursos minerales y la restauración y conservación de los ecosistemas y el territorio.
Necesitamos una restauración de calidad
Gran cantidad de minas a cielo abierto se localizan en zonas forestales. Los bosques además de mantener la biodiversidad, aportan valiosas y variadas funciones. Por ejemplo, regulan ciclos de nutrientes y agua, la producción de oxígeno y la fijación de carbono. Sin embargo, el ecosistema existente antes de la explotación minera irremediablemente se destruye con el aprovechamiento minero. Por eso es fundamental una vez terminada la explotación recuperar el entorno y el ecosistema.
El proceso de recuperar el ecosistema previo a la actividad minera se conoce como restauración ecológica. Es un proceso complejo, que necesita muchísimo esfuerzo y tiempo para recuperar adecuadamente el ecosistema a sus condiciones anteriores, además de conocimientos científicos sobre el funcionamiento del ecosistema a recuperar.
Cuanto más complejo sea el ecosistema más complicado es el proceso de restauración. Es más complicado restaurar un bosque que un prado. Por esto, las restauraciones de minas a cielo abierto se suelen limitar a reconstruir ecosistemas de porte herbáceo o arbustivo que nada tienen que ver con el ecosistema boscoso original. Es decir, se busca recuperar algún elemento verde, que, integrado en el paisaje, permita cumplir con la normativa vigente. Aunque no se recuperen las especies de plantas y animales que formaban parte del ecosistema original.
La deuda de servicios ecosistémicos
Todos los ecosistemas generan servicios fundamentales para la vida en el planeta. Sin embargo, cuando un ecosistema se destruye, no solo se ven afectadas la vegetación o la fauna, también las interacciones entre ellos. Por tanto, se reducen las funciones que el ecosistema es capaz de proporcionar. La restauración ecológica también pretende remediar esta pérdida de funciones y servicios ecosistémicos.
Desafortunadamente, en la mayoría de casos los ecosistemas restaurados, al no parecerse a los originales, suelen proporcionar menos funciones y servicios que estos. Es lo que se conoce como deuda de recuperación de servicios.
Hemos alterado el entorno para conseguir un recurso mineral a costa de reducir los servicios que el ecosistema producía. El problema es que esta deuda de servicios no puede crecer de forma indefinida sin que se produzcan repercusiones ecológicas en el entorno y en el bienestar humano: Pérdida de biodiversidad, alteraciones de ciclos de agua o nutrientes, reducción del carbono secuestrado, entre otras. O actuamos para reducir la deuda de servicios o únicamente el tiempo, en el mejor de los casos, hará que esta deuda se reduzca.
La principal problema es que las escalas temporales a las que las funciones y servicios ecosistémicos se recuperan son mayores que la escala temporales en las que funcionamos los humanos.
Volviendo al mundo romano, han pasado 1 800 años aproximadamente desde que se abandonó la mina a cielo abierto de Las Médulas. Aún son visibles los impactos que su aprovechamiento generó sobre el paisaje. Sin embargo, su importancia arqueológica, su naturaleza y su belleza han hecho que sea reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Este es un caso especial que nos permite ver la evolución a largo plazo de las explotaciones mineras a cielo abierto abandonadas. Pero nos plantea la cuestión de si, dada la velocidad a la que generamos nuevas áreas de explotación, podemos esperar otros 1 800 años a que las minas a cielo abierto no restauradas se conviertan en lugares a proteger.
El periodo 2021-2030 ha sido declarado por las Naciones Unidas como la Década de la Restauración de los Ecosistemas. Nos encontramos en un momento clave para afrontar el reto de la restauración de los ecosistemas degradados. Debemos potenciar restauraciones de calidad del ecosistema y sus funciones, medidas de probada eficacia para luchar contra el cambio climático y conservar la biodiversidad en el planeta.
Josu G. Alday, Investigador Ramón y Cajal – Profesor de Ecosistemas y Restauración Ecológica, Universitat de Lleida y Carolina Martínez Ruiz, Profesora Titular de Universidad del Área de Ecología y miembro de iuFOR, Universidad de Valladolid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.