La trata transatlántica de esclavos: una mancha en la historia del imperialismo occidental
Para legitimar la esclavitud y sus atrocidades, el imperialismo occidental engendró el racismo, la idea de la superioridad de los blancos sobre los negros, una noción que aún existe en algunas partes del planeta.
Por: Ahmet Gencturk* / Anadolu
Catorce años después del bicentenario de la abolición del comercio de esclavos en Reino Unido, el amargo legado y el enorme costo del comercio transatlántico de esclavos para millones de negros víctimas de este crimen resurgieron la semana pasada cuando Jamaica anunció su plan para exigir reparaciones económicas por parte de Londres.
Para ser justos, Reino Unido no fue ni el iniciador ni el único país europeo involucrado en la trata de esclavos, uno de los mayores crímenes de la historia que todavía acecha al mundo moderno. Esta situación fue iniciada por el príncipe Enrique ‘el Navegante’ de Portugal (1394-1460) con expediciones a la costa occidental de África.
La trata de esclavos y la explotación de los recursos naturales de África catapultó a Portugal, un país bastante insignificante en la esquina suroeste de Europa, a ser la primera potencia imperialista mundial de esa época. Usando las Islas Canarias como base, los comerciantes portugueses asaltaron la costa occidental de África para capturar esclavos negros que luego fueron vendidos en los puertos del Mediterráneo [1].
Portugal, junto con España, fue el actor principal en la trata transatlántica de esclavos durante el siglo XVI, también conocido como el primer sistema atlántico, que envió a africanos esclavizados para satisfacer la demanda de trabajo forzoso para la minería y la agricultura en América del Sur.
El trabajo esclavo de los africanos era tan esencial para las colonias americanas de España que el rey español autorizó oficialmente el comercio de esclavos y, a finales del siglo XVI, hizo obligatorio que unos 40.000 africanos fueran entregados anualmente a las colonias españolas en las Américas [2].
El segundo sistema atlántico del siglo XVIII trascendió al anterior en términos de volumen de africanos esclavizados, número de actores y Estados europeos involucrados y, en consecuencia, en términos del daño causado a los africanos y a África.
La tasa de ganancia que se obtenía, junto con la demanda de mano de obra barata provocada por la incipiente Revolución Industrial y la naturaleza rapaz del capitalismo, impulsó a más países europeos, incluidos los Países Bajos, Reino Unido, Francia y Dinamarca, a incursionar en la atroz trata transatlántica de esclavos.
El segundo sistema, que llegó a ser dominado por Reino Unido y se centró en el Caribe, involucró no solo a un puñado de comerciantes sino a “cientos de parlamentarios, funcionarios públicos, empresarios, entidades financieras, terratenientes, clérigos, intelectuales, periodistas, editores, marineros, soldados y jueces; todos ellos hicieron todo lo posible para preservar y proteger la esclavitud colonial”, según lo expresó el autor Michael Taylor [3].
A finales del siglo XVIII, el primer ministro británico Willian Pitt anunció que el 80% del comercio exterior del Imperio Británico estaba relacionado con la trata transatlántica de esclavos [4].
En los más de 400 años de trata de esclavos, más de 15 millones de africanos fueron sacados de sus países de origen y transportados a través del Atlántico. Millones murieron en este periodo, ya sea durante el secuestro, durante el viaje de meses, o en las plantaciones debido a enfermedades, desnutrición y condiciones de trabajo inhumanas.
Después de todo, la esclavitud era una institución basada en la crueldad. Los seres humanos fueron tratados como animales: para ser subastados, criados y que trabajaran hasta la muerte. Las familias fueron destrozadas y las esclavas, en particular, fueron objeto de violencia sexual y violaciones.
La esclavitud jugó un papel importante en la prosperidad de los países europeos involucrados, particularmente de Reino Unido, como lo afirmaron Karl Marx y Eric Williams. Contribuyó al rápido desarrollo de las industrias financiera, marítima y manufacturera de la nación y financió su progreso tecnológico, como en el caso de la máquina de vapor de James Watt, que fue financiada por propietarios de plantaciones de azúcar en el Caribe [5].
Los efectos en África fueron todo lo contrario. El continente perdió millones de personas que se encontraban en la etapa más productiva de sus vidas, particularmente de la costa occidental.
Sin una mano de obra capacitada y capaz, el desarrollo agrícola e industrial de África se vio gravemente socavado. La esclavitud de hombres y mujeres jóvenes también afectó la demografía de África occidental. Además, algunos países y tribus africanos, principalmente por ganancias financieras o políticas a corto plazo, también participaron en la trata de esclavos, un hecho que arruinó para siempre las relaciones intraafricanas.
Sin embargo, el legado más duradero, inmoral e inhumano de la trata transatlántica de esclavos es el racismo. Para legitimar la esclavitud, el imperialismo occidental presentó a los negros como “subhumanos” incivilizados e inferiores. Esto fue siglos antes de lo que hicieron los nazis para justificar su genocidio del pueblo eslavo y judío.
Eric Eustace Williams, el eminente político e historiador de la esclavitud de Trinidad y Tobago, lo describió acertadamente con estas palabras: “Se dio un giro racial a lo que es básicamente un fenómeno económico. La esclavitud no nació del racismo; más bien, el racismo fue la consecuencia de la esclavitud” [6].
*El autor es corresponsal en el departamento de noticias en inglés de la Agencia Anadolu e investigador en historia en la Universidad de Roma Tor Vergata. Sus intereses de investigación incluyen estudios de nacionalismo, historia transnacional, estudios norteamericanos, estudios griegos modernos, estudios turcos/otomanos y política exterior turca.
**Las opiniones expresadas en este artículo son del autor y no reflejan necesariamente la política editorial de la Agencia Anadolu.
*** Juan Felipe Vélez Rojas contribuyó con la redacción de esta nota.
Bibliografía:
[1] John Thornton, Africa and Africans in the Making of the Atlantic World, 1400–1800 (New York: CUP,1998), 29-31.
[2] G. Scelle, The Slave-Trade in the Spanish Colonies of America: The Assiento, The American Journal of International Law, No. 3 (July 1910), 612-661.
[3] Michael Taylor, The Interest: How the British Establishment Resisted the Abolition of Slavery, (Bodley Head: London, 2020).
[4] David Geggus, The British Government and the Saint Domingue Slave Revolt, 1791-1793, The English Historical Review 96, No. 379 (April 1981): 287.
[5] Dale Tomich, World Slavery and Caribbean Capitalism: The Cuban Sugar Industry, 1760-1868, Theory and Society 20, No. 3 (June 1991): 297-319.
[6] Eric Eustace Williams, Capitalism and Slavery, (Chapel Hill: North Carolina Press,1994), 7.