La razón y la moral también ayudan a prevenir contagios
Maria Nieves Garcia Santos, IE University
La pandemia de la covid-19 ha tenido una expansión muy rápida, no solo desde una óptica geográfica, sino, y especialmente, en términos de población afectada. Ya hay alrededor de 50 millones de personas contagiadas y se han producido casi 1,3 millones de muertes en 190 países.
El número de reproducción básico (R₀) de la covid-19, que indica la extensión del contagio antes de haber tomado medidas de control, se ha calculado entre 2,2 y 4. La estimación más reciente del factor de reproducción en el Reino Unido es de 1,4, subiendo desde un mínimo de 1,1 alcanzado en septiembre.
Aunque se pone de manifiesto el empeoramiento de la situación, estas cifras son indicativas de la efectividad de las medidas de control de la pandemia.
Estas medidas son de naturaleza preventiva y tratan de reducir las posibilidades de transmisión del virus, que se produce fundamentalmente por las emisiones de partículas por boca y nariz de las personas infectadas, tanto en forma de gotículas como de aerosoles.
Decisión voluntaria versus obligación
La regla básica de prevención es establecer la máxima distancia entre las personas. En el caso de que eso no sea posible, entonces hay que usar una mascarilla que cubra nariz y boca.
Las medidas de distanciamiento se organizan en varios niveles que van desde el nivel 1, que exige respetar una distancia social de forma personal, hasta el nivel 3, que contempla la limitación de movimientos de la población dentro de un perímetro o el confinamiento total (con la única excepción de movimientos para actividades de carácter esencial).
Estos niveles indican la amplitud del grupo afectado y, además, el grado de voluntariedad-obligatoriedad de las medidas tomadas. Las del primer nivel y parte del segundo se siguen de forma voluntaria, ya que es difícil su control. En cambio, las medidas de tercer nivel limitan derechos fundamentales de las personas, por lo que requieren de acompañamiento legal, y puede vigilarse (y sancionarse) su incumplimiento.
Estos grados se corresponden con los de actuación de la política pública. El primer nivel (que casa con la voluntariedad del cumplimiento de las medidas), corresponde al paternalismo libertario (Cass Suntsein y Richard Thaler), por el que el Estado ayuda al ciudadano a tomar las decisiones adecuadas. En el otro extremo se sitúa el paternalismo coercitivo o autoritario, que no permite la libertad de elección.
Espacio íntimo versus espacio social
El cumplimiento de las medidas de prevención de la covid-19 requiere de la colaboración de las personas, a las que se pide que cambien su comportamiento en dirección opuesta a su tendencia natural de relacionarse entre ellas.
La medida de control más generalizada es el respeto de la distancia social. Es interesante ver que varía según países: desde un metro (Dinamarca, Francia) hasta 2 metros (Reino Unido, Canadá), siendo lo más habitual 1,5 metros (Alemania, Australia, Holanda, España).
Para evaluar la capacidad de las personas de respetar estas distancias podemos considerar varios estudios. Un experimento llevado a cabo por el Behavioural Insight Team británico señala que, al calcular, las personas subestiman la distancia de 2 metros y sobrestiman la de 1 metro.
Esto lleva a pensar que las distancias sociales tenderán a converger en una distancia media cercana a 1,5 metros.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta la medida del espacio personal de las personas.
Según el antropólogo estadounidense Edward T. Hall el espacio íntimo, solo traspasable por personas muy cercanas, está entre 0,5 y 1,2 metros, y el espacio social entre 1,2 y 3,7 metros.
Así, la distancia social recomendada para prevenir la expansión de la covid-19 implica situar a la familia y los amigos más lejos de lo que dicta la tendencia natural.
Pero, además, la distancia personal y la distancia social varían según:
- Edad: es menor para los niños, jóvenes y ancianos respecto a los adultos de mediana edad.
- Género: es menor en los hombres.
- Países y culturas: España está entre los países en los que la gente acepta menores distancias sociales.
Sesgos cognitivos versus decisiones racionales
La resistencia al cumplimiento de las medidas necesarias para frenar la pandemia puede explicarse desde la óptica de la economía conductual, específicamente desde varios de los sesgos cognitivos que esta y otras ciencias sociales han descrito como innatos del ser humano.
Una de las respuestas emocionales más comunes ante el sentimiento de amenaza, como el que puede producir la actual pandemia, es el miedo, que también se puede interpretar como la aversión a la pérdida que sostiene la teoría prospectiva.
En principio, el deseo de evitar sufrir una pérdida debería llevar a la gente a ser más cautelosa en su comportamiento y cumplir las medidas establecidas. La persistencia del incumplimiento por parte de muchas personas de las recomendaciones de guardar la distancia social o de utilizar mascarilla ha llevado a cuestionar la validez de este supuesto en la situación actual.
Pero hay otros sesgos que pueden ayudar a entender esos comportamientos. El sesgo de optimismo puede ser una respuesta al miedo ante una amenaza. El optimismo puede ser efectivo para aliviar el estrés que produce una amenaza con un horizonte incierto, pero también puede llevar a la negación del problema y, por tanto, de las medidas necesarias para su control.
También podemos considerar el sesgo de statu quo, por el cual, la gente muestra resistencia a cambiar su situación actual. Así, no queremos que la pandemia modifique nuestro estilo de vida, las reuniones familiares o los encuentros entre amigos.
Adicionalmente nos encontramos con la posibilidad de que el sesgo de exceso de confianza justifique que algunas personas crean que son menos susceptibles de contagiarse o que, en el caso de serlo, solo padecerán síntomas leves de la enfermedad.
Por no mencionar la posibilidad de que la gente se aferre a su propia interpretación de la pandemia y, por tanto, no haga caso de las recomendaciones. En este caso intervendrían los sesgos de anclaje (anchoring bias) y de perseverancia en las creencias (belief perseverance) que, como ya dijo el filósofo Friedrich Schiller, merecía estar entre las leyes fundamentales de la naturaleza.
Satisfacción presente versus beneficio futuro
Hay un sesgo fundamental para entender la resistencia a cumplir las medidas recomendadas. Es el sesgo del momento presente (present bias), por el cual el valor asignado a una satisfacción que tenga lugar en el presente es muy superior a la satisfacción que pueda obtenerse en un momento futuro, aunque el resultado en ese momento sea superior.
Es decir, el sacrificio que hay que hacer para un resultado beneficioso futuro tiene tanto peso como para impedirnos tomar esas decisiones. Este sesgo se ha utilizado para explicar, por ejemplo, la resistencia al ahorro en planes de pensiones. Pero también se puede aplicar en el contexto de la actual pandemia, a la resistencia de ciertas personas a respetar las recomendaciones de llevar mascarilla, guardar la distancia social o limitar las reuniones sociales. Junto a este sesgo interviene el sesgo de statu quo.
Ese sesgo del momento presente se complica en la situación actual, dado que se requiere un sacrificio personal mientras que el beneficio futuro es colectivo. Además, pone en evidencia la falta de alineamiento de los intereses individuales con los colectivos.
La falta de espíritu de cooperación también se podría explicar por otro sesgo de comportamiento, el sesgo de omisión, según el cual, se valora menos el daño que se causa por una omisión (comportamiento pasivo), que el que se causa por una acción, aunque el daño resultante de la omisión sea superior al de la acción.
Quizás las personas que no respetan las medidas anti-covid consideran que no tienen un comportamiento activo en la transmisión del virus y así su conciencia se mantiene tranquila.
Pequeños ‘empujones’ para que el mensaje llegue (y se quede)
La ciencia del comportamiento también permite diseñar mecanismos que aumenten el cumplimiento de las recomendaciones. De hecho, la Organización Mundial de la Salud utiliza en sus mensajes empujoncitos conductuales (nudges): la sencillez del lenguaje y la claridad de las recomendaciones hace que queden grabadas en la mente de sus receptores.
Destacar los mensajes, repetirlos y aumentar su visibilidad forman parte del arsenal de mecanismos con los que se consigue el efecto disponibilidad. Así se consigue que los receptores del mensaje lo recuerden y lo incorporen a su comportamiento diario. Como ejemplos de la pandemia se pueden mencionar el eslogan británico Hands – Face – Space o cantar “Cumpleaños feliz” mientras nos lavamos las manos para asegurar una duración adecuada del proceso.
Una cuestión moral
También se debe utilizar el concepto de moralidad, entendida como la capacidad del individuo para distinguir entre el bien y el mal, para ayudar a fijar los comportamientos adecuados en la mente de las personas.
Es necesario enfatizar que el respeto de la distancia social o el uso de mascarilla son normas sociales de obligado cumplimiento y estigmatizar social su incumplimiento.
Resaltar los comportamientos positivos, elogiando su cumplimiento, también ayuda a crear un efecto rebaño. Esto favorece el aumento de la percepción de una identidad compartida y la mejora de un espíritu de cooperación.
En definitiva, aunque el problema atañe a toda la sociedad el cumplimiento de las medidas de prevención competen al ámbito de comportamiento personal. Por tanto, conseguir su aceptación voluntaria facilitará el control de la pandemia y evitará la aplicación de medidas coercitivas de limitación de movilidad, cuyo coste personal y económico siempre será mucho mayor.
Maria Nieves Garcia Santos, Lecturer in Economics, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.