Internacionales

América del Sur se quema y el fuego se mete ya en las ciudades

Por Humberto Márquez

CARACAS – El fuego, con centenares de miles de incendios de distinto tamaño, ha consumido en pocas semanas millones de hectáreas de bosques y pastizales en la Amazonia, y las llamas han llevado muerte y destrucción a las puertas de aldeas y de importantes ciudades de América del Sur, cuyo territorio se quema.

Quito está en emergencia bajo el fuego y el humo de 2000 hectáreas de bosques quemadas en su zona norte y a su oriente; el principal parque junto a Brasilia perdió 1200 hectáreas de vegetación entre las llamas, y en la central provincia de Córdoba, Argentina, la ciudad del mismo nombre fue sitiada por una decena de incendios.

En Perú murieron 20 personas asfixiadas por el humo de incendios forestales (179 entre enero y agosto de este año, y 234 desde entonces) y en Colombia recibieron el castigo desde mediados de 2024 varios departamentos en suroeste, así como el central de Cundinamarca, que rodea a Bogotá.

“Los principales responsables son las grandes empresas que contaminan y financian la devastación del planeta. También las agroindustrias, la minería y el tráfico de recursos naturales”: Toya Manchineri.

El Instituto de Investigación Espacial de Brasil identificó este año en Sudamérica 346 112 focos de incendio, (345 322 el anterior récord, en 2007), con la actividad humana como principal causa, más el impulso de las olas de calor y las sequías.

“Los principales responsables”, dijo a IPS desde Nueva York el líder indígena brasileño Toya Manchineri, “son las grandes empresas que contaminan y financian la devastación del planeta. También las agroindustrias, la minería y el tráfico de recursos naturales”.

En la lista de villanos destacan la expansión de la frontera agrícola, incluida la actividad ganadera, que arrasa bosques para convertirlos en cultivos y pastizales, y el cambio climático inducido por las emisiones de gases de efecto invernadero y que tiene a las naciones industrializadas como principales emisores.

Las llamas cruzan una carretera en el estado Mato Grosso do Sul en Brasil, el país más grande de la región y el que acumula mayor cantidad de incendios. Buena parte de ellos se deben a la intencionada expansión de tierras para agricultura y pastoreo a expensas de los bosques. Imagen: Roferio Florentino / Greenpeace

En América del Sur la primera víctima es la selva amazónica, pero también el Gran Chaco, el Cerrado y la Mata Atlántica de Brasil, el Pantanal brasileño con ríos que alcanzan a Bolivia y Paraguay, y el Bosque Seco Chiquitano de Bolivia, en el oriental departamento de Santa Cruz, donde el fuego y la humareda llegaron a las puertas de pueblos y ciudades.

La temporada crítica de incendios suele ubicarse en agosto y septiembre, pero este año se adelantó a julio –apagadas las brasas de fuegos de meses previos en extremos como la Guayana venezolana y el centro-sur de Chile, envolviendo la región en una atmósfera de fuego, calor, aire enrarecido y cielo de color humo.

Se trata de “regiones que son más vulnerables a los eventos extremos, como los pueblos indígenas de la Amazonia y demás poblaciones que viven exclusivamente de su relación con la tierra”, destacó Manchineri, coordinador general en la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña (Coiab).

Gritos de alarma

“La Amazonia es el corazón del mundo, y está siendo herida de muerte. Los incendios, la deforestación, la minería, todo eso nos está llevando al abismo”, afirmó Herlin Odicio, presidente de la peruana Federación Nativa de Comunidades Kakataibo, durante una conferencia por la Semana del Clima en Nueva York, celebrada entre el 22 y el 26 de septiembre.

En el mismo foro al que IPS asistió telemáticamente, Angela Kaxuyana, líder del pueblo kahyana del norte de Brasil, expuso que “es necesaria una movilización mundial urgente para garantizar el derecho a la vida de los pueblos aislados. No tienen alternativas ni refugios cuando toda la Amazonia está ardiendo, no hay alternativas de supervivencia”.

A un par de kilómetros de distancia, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, fue el presidente colombiano Gustavo Petro quien clamó: “La selva amazónica se quema, 11 millones de hectáreas de selva perdidas. Si se quema la selva, comienza el fin: el punto de no retorno de la crisis climática mundial”.

Un brigadista del grupo Bomberos Forestales Chochis del municipio de Roboré, en el oriental departamento de Santa Cruz, el más extenso de Bolivia, señala uno de los focos de incendios registrado en esta zona. Imagen: Bomberos Forestales Voluntarios Chochis

El espacio arrasado en pocos meses por las llamas en la Amazonia -el mayor bosque tropical del mundo, con 10 % de la biodiversidad del planeta- supera la superficie de Hungría o Portugal y tiene el tamaño de Bulgaria, Cuba u Honduras.

Pero también el Pantanal registró en lo que va de año 3845 focos de incendio, superando el promedio de la última década; el Cerrado, sabana arbolada, más de 1000 focos de fuego cada día a principios de septiembre, mientras en el Chaco paraguayo y la vecina Chiquitania de Bolivia ardían otras 200 000 hectáreas.

Aunque áreas de los 12 países y la Guayana Francesa fueron presa del fuego este año, las mayores pérdidas se registraron en Brasil, cuyo gobierno informó el 11 de septiembre que los incendios afectaron 6,7 millones de hectáreas; y Bolivia, con casi cuatro millones de hectáreas consumidas, dos tercios de ellas pastizales.

El fuego de al lado

Una característica de la oleada de incendios que arden este año en América del Sur es que ya no están confinados a las boscosas y apartadas áreas de selvas y sabanas en lugares remotos respecto de las ciudades, sino que sus llamas, calor y humo están afectando a millones de personas en los conglomerados urbanos.

El fuego y el humo sobre Quito movieron al presidente Daniel Noboa a abreviar su participación en la 79 Asamblea General de la ONU en Nueva York, y regresar apresuradamente a Ecuador, para dirigir el combate al siniestro y las investigaciones, pues presume que varios de los incendios fueron deliberadamente provocados.

Desde julio hasta septiembre el país soportó 1300 incendios de vegetación, en su mayoría en la oriental región amazónica con 23 000 hectáreas consumidas solo en septiembre, pero el viento y la merma en las lluvias favorecieron la llegada del calor, el humo y finalmente el fuego hasta la cordillera donde está enclavada la capital.

Una familia camina por Brasilia bajo un cielo nublado y contaminado este septiembre con el aire seco y el humo de los incendios de vegetación. Esos siniestros dejaron de ser fenómenos solo de lugares remotos y afectan cada vez más a las ciudades. Imagen: Marcelo Camargo / Agencia Brasil

Bogotá sufrió varios meses este año por incendios y sequía en las cabeceras de los ríos que esa capital de Colombia emplea para su abastecimiento de agua –debió ser racionada-, y todavía a finales de septiembre las llamas devoraban bosques de pinos y otras especies en áreas de Cundinamarca próximas a la ciudad.

En Argentina el fuego asoló sobre todo la central provincia de Córdoba, en particular un cinturón de poblaciones que rodean la capital –del mismo nombre y 2,2 millones de habitantes-, y ya consumió 70 000 hectáreas, según las autoridades regionales.

En Bolivia, el aire en la ciudad de La Paz registró un índice de 225 microgramos de cenizas y humo por metro cúbico (μg/m³), y en Cochabamba de 160 μg/m³, cuando el límite tolerable según la Organización Mundial de la Salud es de 50 μg/m³.

En todo el país cerraron temporalmente 3000 escuelas y los alumnos fueron remitidos a la modalidad de clases virtuales.

El lunes 26 de agosto de 2024 los tres millones de habitantes de Brasilia, en el centro del país, amanecieron con su ciudad cubierta por el humo originado en los incendios de vegetación. Dos semanas y 1000 kilómetros después fue el turno para los 23 millones que viven en São Paulo, la megalópolis en el sur del país.

Cruzando fronteras, el humo de los incendios de Bolivia y Brasil llegó al norte de Argentina y a Uruguay, donde se recomendó a la población limitar su exposición al humo, suspender las actividades al aire libre y mantener las ventanas cerradas.

Incendios en la céntrica región de Cundinamarca, que rodea la ciudad de Bogotá. La capital de Colombia ha sufrido por los incendios y sequía en las cabeceras de sus fuentes de agua y el suministro del líquido a la población debió ser estrictamente racionado este año. Imagen: Bomberos de Bogotá

Cerrando el círculo

Especialistas del observatorio británico sobre el clima World Weather Attribution advierten de que el calentamiento provocado por los combustibles fósiles está haciendo que los ecosistemas vitales sean más secos e inflamables.

Sus estudios recientes concluyeron que el cambio climático hizo que fueran cuatro veces más probables y 40 % más intensas las condiciones de calor, sequedad y viento que provocaron los incendios forestales del Pantanal, y lo señalaron como principal impulsor de las excepcionales sequías experimentadas en la cuenca amazónica.

En Brasil, que vive su peor sequía en 70 años, se reconoce que buena parte de los incendios son provocados para abrir terreno para la agricultura, la ganadería y el aprovechamiento de la madera de forma ilegal. La Policía Federal ha abierto sobre el tema más de 50 investigaciones.

La ministra brasileña de Medio Ambiente y Cambio Climático, Marina Silva, incluso habla de “terrorismo climático”, y subrayó la responsabilidad de particulares durante una reciente gira por áreas quemada, al decir lapidariamente que su gobierno “no conoce de ningún caso de un incendio provocado por un rayo”.

La Coiab subraya que los incendios, la deforestación y la degradación ambiental, impulsadas por la agroindustria, la minería, la explotación de gas y petróleo y la industria maderera, están llevando a la Amazonía y ecosistemas relacionados a un punto de no retorno.

Para Manchineri “si la humanidad no está en el punto de no retorno, sin duda está muy cerca. De forma prioritaria deben demarcarse los territorios indígenas, así como proteger unidades de conservación y bosques públicos. Sin acciones estructurales de preservación y recuperación de los bosques y territorios, no habrá futuro”.

ED: EG

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