España necesita una economía más compleja
Emilio José González González, Universidad Pontificia Comillas
España tiene ante sí cuatro retos fundamentales:
- Crear empleo de calidad.
- Reducir las desigualdades.
- Afrontar las consecuencias económicas del envejecimiento.
- Transitar hacia una economía más respetuosa con el medio ambiente.
Para poder resolver estas cuestiones la economía española necesita ser más compleja, incorporar ciencia y tecnología. El problema es que, en los últimos veinte años, España ha hecho lo contrario.
La prueba está en la evolución del índice de complejidad económica, que mide las capacidades productivas de una economía a través del conocimiento incorporado en los bienes y servicios que produce. Ese conocimiento se encuentra en las tecnologías que emplea un país y en la capacidad de las empresas y las personas para trabajar con ellas. Cuanto más alto es el valor del índice, el crecimiento del PIB per cápita es mayor y las desigualdades de renta y las emisiones de dióxido de carbono son menores.
En vez de crecer, entre 1998 y 2018 el valor del índice de complejidad económica de España se ha reducido de 1,01 a 0,85. Otros países desarrollados, en cambio, han mantenido, e incluso aumentado, el grado de complejidad de sus economías. Las economías emergentes también lo han hecho.
Como consecuencia de ello, España ha caído en ese tiempo del puesto 19 en complejidad económica al 33. Nuestro país ha sido superado por naciones como República Checa, Eslovenia, Hungría, Eslovaquia, México, Polonia, Estonia, Malasia, Arabia Saudí, Tailandia, Rumanía, China y Lituania. India y Vietnam se están acercando.
Evolución de la complejidad económica de España y otros siete países
¿En qué se traduce una menor complejidad económica?
Las implicaciones de esta situación son claras. Como la complejidad de la economía española va a menos, la mayor parte de los puestos de trabajo que crea son de bajos salarios. En consecuencia, la capacidad de crecimiento de la renta per cápita hasta niveles dignos, que permitan una vida confortable, se ve mermada. En este contexto, es difícil reducir las desigualdades.
Los salarios, además, son la base de las cotizaciones sociales, que son las que financian las pensiones. De ahí que parte del problema financiero de la Seguridad Social se deba a los bajos niveles de ingresos a causa de la pérdida de complejidad económica.
Lo mismo cabe decir respecto a la financiación de la sanidad pública y el resto de prestaciones sociales. En consecuencia, el mantenimiento del Estado del bienestar pasa, necesariamente, por aumentar la complejidad de nuestra economía.
Además, una economía más compleja reduce la vulnerabilidad del empleo en momentos de crisis. Turismo, ocio y comercio son actividades que tienen un nivel muy bajo de complejidad económica y mucho peso en la economía española. Por otra parte, son grandes nichos de empleo de jóvenes y mujeres.
Por eso, cuando llega una crisis como la actual, se destruye tanto empleo y el paro afecta tanto en esos sectores, en especial a jóvenes y mujeres, como sucede ahora, ya que son actividades que, en general, no se pueden desarrollar mediante teletrabajo. Esto es algo a tener muy en cuenta porque las pandemias están siendo recurrentes en las últimas décadas.
España debe apostar por la economía digital, lo que implica aumentar su grado de complejidad económica. Lo mismo cabe decir respecto a la transición hacia una energía más respetuosa con el medio ambiente. Esa transición tampoco se podrá hacer sin más complejidad económica.
España, exportaciones y mercado internacional
Por último, está el problema de las exportaciones. Países como China, Tailandia, México, Polonia o Eslovenia tienen una complejidad económica mayor que la nuestra. Sus costes laborales, además, son más bajos que los españoles. Otras economías emergentes, como India y Vietnam, se están acercando a España en grado de complejidad económica.
Si España no produce bienes y servicios más complejos, no podrá competir con esos países, ni en términos de exportaciones ni en la captación de inversiones empresariales. Indochina, México o el este de Europa, de hecho, están atrayendo cada vez más inversión empresarial y ahora son los destinos favoritos de las empresas que están saliendo de China.
Esta situación tiene consecuencias para el crecimiento económico español, que es el que reduce las desigualdades y financia el sistema de protección social. El Atlas de Complejidad Económica de la Universidad de Harvard estima, en este sentido, que, en la próxima década, estará por debajo de la media mundial.
El camino a seguir
España, por tanto, necesita una reforma en profundidad para aumentar su grado de complejidad económica. Es posible hacerlo si se empieza a trabajar ya sobre las fortalezas que tiene nuestro país. La Cátedra de Ciencia y Tecnología de la Fundación Rafael del Pino ha identificado algunas de ellas en su informe 10 tecnologías emergentes para impulsar a España.
Se trata de la inteligencia artificial, la edición genética, la seguridad digital, el internet de las cosas, los materiales fotoactivos avanzados, la energía distribuida, los datos de satélites para la toma de decisiones, las nuevas tecnologías para combatir el envejecimiento, las energías renovables y el blockchain. En estos ámbitos, España tiene empresas, científicos y centros de investigación punteros a nivel mundial.
Potenciarlos y aprender de sus experiencias para conseguir más y mejores empresas, centros de investigación y científicos puede ser un buen punto de partida. Pero también hay que pensar en reformar el sistema educativo para adecuarlo a las exigencias de una economía más compleja, que requiere de personas con cualificaciones profesionales distintas de las que ahora ofrece el sistema educativo, tanto en formación profesional como en la universidad.
Emilio José González González, Profesor de Economía, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.