Ciudad PensanteOpinón

Los apellidos que no cambian: las dinastías que controlan el negocio en el concejo

Es asombroso cómo, desde la época colonial hasta nuestros días, Cartagena ha sido escenario de intrigas, sobornos, nepotismo y abusos de poder. En cada elección popular, esta realidad se hace más evidente.

“¡Renovación en el concejo de Cartagena! Salen 10 concejales antiguos, un nuevo concejo”, fueron algunos de los titulares que leí sobre los concejales electos para el próximo período. Hace unos días, se entregaron las credenciales, por lo que ya conocemos oficialmente a las 19 personas que desde una gran casona en Getsemaní dirigirán a Cartagena de Indias.

¿Hubo realmente una renovación dentro del concejo distrital? En absoluto. Cambiaron algunos títeres, pero los titiriteros son los mismos. Lo único diferente, si se puede llamar así, es que titiriteros antiguos que habían sido desbancados volvieron con títeres más jóvenes y relucientes.

Cartagena de Indias es una ciudad donde las dinastías democráticas reinan en el concejo distrital. ¿Qué son las dinastías democráticas? Son aquellas familias o grupos políticos que se perpetúan en el poder mediante el voto popular, a pesar de su pésima gestión, su falta de ética y su implicación en escándalos de corrupción. Son familias que han ocupado el poder político durante décadas, alternando entre esposos, hijos, hermanos, primos, sobrinos, nietos, yernos y cuñados.

Daniel M. Smith, un politólogo estadounidense, definió el concepto de dinastía democrática dentro de su libro “Dynasties and Democracy: The Inherited Incumbency Advantage in Japan”. Según él, existe algo llamado “candidato heredado”, que es cualquier aspirante a un cargo relacionado por lazos sanguíneos o matrimoniales con un político que previamente haya ocupado otro o ese mismo cargo, una o múltiples veces. Cuando un candidato heredado es elegido, se convierte en funcionario heredado (por ejemplo, concejal). De esta manera, surge una dinastía democrática, en la que al menos dos o más de sus miembros han ocupado u ocupan cargos políticos. Estas dinastías democráticas se mantienen en el poder durante años, independientemente de su gestión o ética.

Muchos de los nuevos concejales son protagonistas de una larga historia de dinastías democráticas que han dominado el poder político local durante décadas. ¿Qué significa esto? Que los mismos de siempre se reparten los cargos públicos entre parientes, sin importarles el bienestar de la ciudadanía ni el desarrollo de la ciudad.

Un claro ejemplo de esta práctica se observa en el Concejo Distrital de Cartagena de Indias, donde actualmente hay 19 concejales, de los cuales 6 pertenecen a alguna de estas familias o tienen vínculos con ellas. Entre los concejales electos, se encuentran: Laura Díaz, hija del exalcalde Carlos Díaz; Carlos Raad, hijo del exconcejal Adolfo Raad; Edgar Mendoza Saleme, quien previamente ocupó un cargo de concejal y fue detenido en 2016 por un caso de corrupción en la elección de contralor. Tras dejar su cargo, colocó en la curul a su hermana, Katya Mendoza Saleme, quien ahora, para el próximo período, deja su puesto para ser “heredado democráticamente” una vez más por su hermano Edgar. Además, está Johan Correa, esposo de la actual concejala Carolina Lozano. William Pérez regresa al concejo, ya que en las elecciones pasadas intentó ceder su puesto a su hermano Rito, sin éxito; por lo tanto, ahora recupera él mismo el poder político.

Además de los “nuevos” que ingresan, se reeligen miembros de otras dinastías, como Laureano Curi, primo del exconcejal Javier Curi, actualmente detenido por presuntos actos de corrupción, y sobrino nieto del exalcalde Nicolás Curi. También Wilson Toncel, cuñado de Luz Estela Cáceres, hija de Javier Cáceres, quien fue condenado por parapolítica. Increíblemente, también se reeligen “dinosaurios” que llevan alrededor de 14 años en sus cargos.

¿Cuáles podrían ser las consecuencias de esta endogamia política? Pues que el Concejo se convierte en un club privado donde se favorecen intereses particulares y se obstaculiza el control político de la administración. Además, se perpetúa un sistema clientelista que compra votos a cambio de favores y que impide la renovación y la participación de nuevos actores políticos. Y, por si fuera poco, se fomenta un clima de corrupción e impunidad que ha llevado a que varios de estos concejales hayan sido investigados, capturados o sancionados por diferentes delitos, como peculado, concierto para delinquir, falsedad en documento público, etc. Sin embargo, eso no parece afectar su popularidad ni su capacidad para movilizar votos.

Durante estos últimos cuatro años, las quejas y el descontento por la gestión del concejo y sus propios concejales han sido abundantes, casi un rechazo generalizado. Según Cartagena Como Vamos, 8 de cada 10 encuestados califican la gestión del concejo como mala. De acuerdo con las encuestas de percepción ciudadana que realiza Cartagena Como Vamos desde 2008, la favorabilidad del concejo oscila entre el 37% y el 49%, reflejando un descontento sostenido desde 2015 hasta la actualidad.

En las pasadas elecciones, 275 personas aspiraron al concejo, y de los 19 elegidos, 13 están relacionados con la maquinaria corrupta; de estos, 8 se reeligen y 6 pertenecen a dinastías democráticas. Uno pensaría, después de ver las cifras de descontento y baja favorabilidad que tiene el concejo entre la ciudadanía, que los mismos corruptos e incapaces de periodos anteriores no serían nuevamente elegidos. Sin embargo, tristemente, en Cartagena de Indias la realidad es diferente.

El Concejo Distrital de Cartagena de Indias es un ejemplo de cómo la política local se ha convertido en un negocio lucrativo para unos pocos. Muchos de sus integrantes han utilizado su cargo para favorecer sus intereses personales o familiares. Un caso emblemático es la elección irregular del contralor distrital. Estos escándalos han generado una crisis institucional y una pérdida de confianza en la representación popular.

Un concejo incapaz de elegir un contralor sin incurrir en corrupción o irregularidades; durante el periodo de 2016-2020, once concejales estuvieron involucrados en problemas legales y salieron libres por vencimiento de términos. Para el año 2020, en la elección del contralor, la Procuraduría abrió pliego de cargos contra 13 concejales en ejercicio.

Cada elección del contralor se convierte en un circo, en una mezcla de cinismo y corrupción que sabotea la elección, quizás con la intención de tener contralores encargados y de bolsillo.

En Cartagena se da un neopatrimonialismo, donde el poder político se ejerce a través de relaciones personales y de patronazgo.

Aunque es importante aclarar que las dinastías democráticas son un fenómeno común en muchas democracias alrededor del mundo, en Cartagena este fenómeno ha tomado un giro preocupante.

En lugar de fomentar la competencia política y la representación equitativa, estas dinastías han contribuido a un ciclo de corrupción y nepotismo. Los cargos políticos se han convertido en bienes heredables y se han utilizado para enriquecer a algunas familias a expensas del bienestar de la ciudadanía.

La corrupción en el Concejo Distrital es especialmente alarmante. En lugar de servir como contrapeso al poder y garantizar la transparencia y la rendición de cuentas, el Concejo ha sido acusado de ser cómplice de la corrupción y de proteger los intereses de estas dinastías políticas.

Dentro de su libro, Smith plantea que las dinastías democráticas no son inherentemente malas. Se han visto ejemplos en todo el mundo donde estas han aportado estabilidad y continuidad a proyectos y políticas públicas que necesitarían más de un período para realizarse. Es a través de este sistema que se logran llevar a cabo dichos proyectos. Sin embargo, cuando las dinastías democráticas se utilizan para perpetuar la corrupción y el nepotismo, se convierten en una amenaza para el bienestar de la población, tal y como está ocurriendo con el Concejo Distrital de Cartagena de Indias.

¿Cómo es posible que los cartageneros sigan eligiendo a estos personajes que tanto daño le han hecho a la ciudad? ¿Será que les gusta sufrir o que no tienen memoria?

Es inaudito que la sociedad cartagenera siga siendo cómplice y espectadora silenciosa de esta farsa democrática que nos tiene sumidos en el atraso y la pobreza.

¿Por qué los cartageneros siguen eligiendo a estos personajes una y otra vez, a pesar de su ineptitud y corrupción? Esta es una pregunta difícil de responder, pero hay algunas hipótesis que se pueden plantear. Una de ellas es que hay un déficit de educación política y ciudadana en la población, que impide un análisis crítico y una exigencia de rendición de cuentas a los gobernantes. Otra hipótesis es que hay una cultura clientelista y paternalista. Una tercera hipótesis es que hay una falta de alternativas políticas creíbles y renovadoras que ofrezcan un proyecto diferente para la ciudad.

¿Se repetirá la historia? ¿Este nuevo concejo estará plagado de escándalos y corrupción? El transcurso de los días lo revelará.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *