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El páramo que se convirtió en un lugar sagrado para las víctimas del coronavirus en Colombia

Cientos de familias encontraron en el Páramo de Guerrero, en el municipio de Cogua, un sitio para despedirse de sus seres queridos mediante la siembra de árboles junto a las cenizas de sus familiares fallecidos por COVID-19.

Por: Juan Felipe Vélez Rojas / Anadolu

Luz Ángela Rojas, Ana Leonor Chacón de Rojas y María Teresa García son algunos de los nombres de las casi 700 personas cuyas cenizas fueron ‘sembradas’ en la reserva forestal El Pajonal, que se ha convertido en un sitio sagrado para las víctimas del coronavirus en Colombia.

La reserva se encuentra en el Páramo de Guerrero en el municipio colombiano de Cogua a más de 3.400 metros sobre el nivel del mar.

Para llegar a este pequeño camposanto hay que recorrer algo más de dos horas en carro desde Bogotá y caminar por unos 10 minutos cuesta arriba por un pequeño sendero rodeado por pastizales.

Tras recuperar un poco el aliento y con palas en las manos, los familiares de los fallecidos comienzan a cavar pequeños huecos para depositar las cenizas de sus seres queridos y luego sembrar árboles.

Para Jorge Eliecer Baracaldo García, un piloto retirado de unos 50 años, se trata de la segunda visita al terreno, pues en este ya se encuentran las cenizas de su hermano quien falleció a finales de diciembre pasado. Ahora dejará a su madre María Teresa García, una de las cerca de 110 mil víctimas mortales por COVID-19 en Colombia.

“La despedida de un ser querido en estos momentos es menos dolorosa porque la dejamos en un sitio hermoso donde va a perdurar su existencia. No sé cómo explicarlo en palabras para decir que uno viene y deja a su ser querido aquí (…) pero uno vuelve a visitarlo y está más grande, el árbol está más grande. Es algo muy hermoso”, le relata Baracaldo a la Agencia Anadolu.

Jorge Elíecer expresa con lágrimas en los ojos que los árboles que se siembran en honor a los fallecidos son fuertes y perdurarán por muchos años en la reserva.

“Son fuertes como fue mi madre María Teresa García viuda de Baracaldo, una mujer de temple que quedó viuda muy joven, a sus 30 años. Una mujer muy bonita, elegante, ojiazul. Esos árboles representan eso, el temple que ella tuvo, la dinámica que tuvo para criar seis (hijos) hombres”, exalta Baracaldo.

Aunque la iniciativa lleva seis años operando, han sido los últimos meses en los que se ha registrado el mayor número de siembras debido a las numerosas víctimas de la pandemia de la COVID-19, una enfermedad que impulsó cambios en los ritos funerarios en todo el mundo.

Fue por esta razón que los hijos de Noemí Soto Barrera decidieron llevar las cenizas de su madre a esta reserva. Esa fue una forma, según ellos, de honrar a una persona que dio todo por su familia.

“No sabíamos que íbamos a hacer con sus restos y gracias a este proyecto pudimos darle un descanso como ella se lo merecía en un ambiente que a ella le gustaba”, señala una de las hijas.

Lo mismo opina Nelson Sánchez quien llevó las exequias de su padre Mendelssohn Sánchez Bernal a este camposanto porque no comparte mucho “el tema de las iglesias o los cementerios”.

Esta reserva privada, cuyo terreno de 21 hectáreas llegó a ser arrendado para el cultivo de papa, se convirtió en 2015 en una alternativa para que las personas se despidieran de sus seres queridos de una forma diferente a los tradicionales cementerios y osarios de concreto.

Jaime Alberto Ballesteros, director de promoción de la Corporación Ambiental Colombia Reserva de Vida que se encarga de El Pajonal, le explica a la Agencia Anadolu que al ver como se estaba destruyendo el páramo se decidió convertir el terreno en una reserva autosostenible.

Nace con el objetivo de ayudar al planeta, relata Ballesteros, de lograr algo diferente, de crear conciencia “porque el páramo ya está destruido, ya está casi al límite de la destrucción por el cultivo de papa, la minería, los pastizales”.

De esta forma, la Corporación Ambiental por medio de la iniciativa promueve la siembra de árboles endémicos como rodamonte, arrayán, laurel de cera y alisos. Son estos árboles donde los familiares dejan pequeñas inscripciones de sus seres queridos con las que buscan perpetuar el mayor tiempo posible la memoria de su amado.

Si bien el proyecto ha recibido un gran respaldo por parte de la comunidad, esto no ocurrió al inicio, pues según Ballesteros algunos habitantes del sector hicieron lo posible por sacarlos de esos terrenos, que han pertenecido a su familia por más de 100 años.

El funcionario de la Corporación recuerda como uno de los vecinos invadió el terreno con 60 cabezas de ganado, lo cual generó daños en los árboles. Según explica, la gente tenía mucha desconfianza hacia ellos pues creían que iban a atraer al Gobierno o entidades como la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) y esto a su vez les impediría continuar con la minería, sus cultivos o la ganadería.

“Del Gobierno no hemos recibido absolutamente nada, del Gobierno local no hemos recibido ninguna ayuda. No hemos recibido ayuda de la CAR, no hemos recibido ayuda del Gobierno central”, destaca Ballesteros quien detalla que los recursos se han obtenido mediante la prestación de sus servicios como campo sagrado.

La reserva nació además bajo un entorno difícil para los páramos en Colombia. Una investigación denominada como la primera Evaluación Nacional de Pérdida de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, elaborada por el Instituto Humboldt, determinó que el 15% de los páramos del país se encuentran en estado de degradación y señaló a la ganadería, a los cultivos (papa principalmente), y a la minería de oro y carbón como las principales causas de este deterioro.

Así mismo, según un estudio de la Universidad del Rosario de Colombia, durante el 2001 y 2018 las minerías legales contribuyeron con el 3,4 % a las cifras de deforestación nacional, lo que se traduce en que más de 121.000 hectáreas de bosque fueron destruidas dentro de territorios mineros.

Pero más allá de contribuir con la reforestación de una reserva natural, donde se han sembrado más de 6.700 árboles, el camposanto se convirtió en un lugar que ha permitido unir a las familias en uno de sus más tristes momentos.

Les ha dado la oportunidad de darle un último adiós a ese ser querido en medio de un ambiente alejado de los ruidos de la ciudad, la contaminación y rodeados por un cielo en calma y una vegetación que reclama su lugar.

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