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Transgénicos, necesarios para alimentar a países en desarrollo

Para el biólogo molecular británico Richard J. Roberts, Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1993, los organismos genéticamente modificados son una esperanza para combatir el hambre en el mundo.

Así lo afirmó durante su intervención en la Cátedra José Celestino Mutis –que en su versión de 2018-3 tiene como tema “Ciencia, tecnología y agricultura: semillas en la producción nacional”–, durante la cual expuso cómo estas modificaciones genéticas resuelven problemas que dificultan el cultivo tradicional, como por ejemplo las plagas.

Roberts, quien se ha convertido en uno de los rostros más visibles en favor de los transgénicos, se ha unido a otros 137 premios Nobel para llamar la atención sobre la falta de evidencia científica en la que se fundamenta la persecución a estas técnicas implementadas en la agricultura de precisión por parte de organizaciones no gubernamentales como Greenpeace o Amigos de la Tierra.

Según explica el Nobel, contrario a lo que se podría pensar, estas modificaciones genéticas se han implementado en la humanidad por más de 10.000 años mediante técnicas de cultivo por hibridación que pueden ser menos seguras que las técnicas modernas de recombinación en las que se mueve un gen a la vez y se puede monitorear a dónde va y qué afecta.

Es por esto que el biólogo molecular plantea que “lo importante es el producto y no el proceso”, lo que se ha demostrado en varios casos alrededor del mundo es que los organismos genéticamente modificados han resuelto problemas en cultivos como el de la papaya hawaiana, que en 1990 sufrieron fueron atacados por el virus ringspot, que acabó con la mitad de los cultivos en Hawái.

En 1998 científicos de la Universidad de Hawái desarrollaron una fruta transgénica llamada papaya arcoíris, resistente al virus, que actualmente representa el 77 % de las papayas cultivadas en la Isla, que también son consumidas en los Estados Unidos.

Otro caso significativo mencionado por el Nobel fue el del arroz dorado, desarrollado por Ingo Potrykus y Peter Beyer como una nueva fuente de vitamina A que podría resolver los problemas nutricionales ocasionados por la deficiencia de betacaroteno, que desde 2002 ha ocasionado la muerte de cerca de 15 millones de niños en el mundo.

Un desarrollo que a pesar de haberse obtenido en febrero de 1999 aún lucha contra restricciones legales en el mundo para su amplia distribución.

Es por esto que para el doctor Roberts la renuencia de la Unión Europea y de países desarrollaros responde a un conjunto de cuestiones políticas y económicas que no han permitido que se promueva el desarrollo de estas técnicas para mejorar los cultivos, afectando a los países que realmente lo necesitan.

Por eso repite la frase que ya lo ha hecho célebre “más ciencia en la política y menos política en la ciencia”.

El apoyo de la ciencia

Durante su intervención en la Cátedra, el doctor Roberts presentó un largo listado de organizaciones científicas y médicas que han mostrado una opinión positiva de los organismos modificados genéticamente.

Entre ellas se destacan la Organización Mundial de la Salud, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y la Asociación Médica Estadounidense.

Mientras que en el lado negativo solo se encuentran el Instituto para Tecnología Responsable y la Academia Estadounidense de Medicina Ambiental.

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