Opinón

Los verdaderos crímenes de Aung San Suu Kyi en Myanmar y la farsa de su juicio

La depuesta consejera de Estado de Myanmar es acusada bajo la misma ley draconiana que defendió mientras estaba en el poder y que usó para defender el arresto y el enjuiciamiento de Wa Lon y Kyaw Soe Oo, los dos periodistas birmanos de Reuters.

Por: Maung Zarni* / Anadolu

El lunes pasado, el Consejo de Administración Estatal de Myanmar, el régimen militar, transmitió por televisión nacional las imágenes de la depuesta líder de la Liga Nacional para la Democracia (LND, por sus siglas en inglés), Aung San Suu Kyi, mientras aparecía en una sala de audiencias a puerta cerrada, sentada junto a sus dos diputados de la LND en el banquillo de los acusados.

No hay absolutamente ninguna duda sobre la naturaleza ridícula del juicio contra Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz 1991, por parte del régimen que ha cometido – y sigue cometiendo – todos los crímenes más graves en el derecho internacional, como la Misión Internacional Independiente de Investigación de la ONU (2016-18) ha señalado enfáticamente.

Entre los cargos contra la líder birmana se encuentran la importación ilegal y posesión de walkie-talkies por motivos de seguridad, violar las regulaciones contra la COVID-19, corrupción y lo más inquietante, violar la Ley de Secretos Oficiales del Estado.

Lamentablemente, no debe perderse la ironía de que la Ley de Secretos Oficiales del Estado fue el cargo que la propia Suu Kyi utilizó para defender el arresto y el enjuiciamiento de Wa Lon y Kyaw Soe Oo, los dos periodistas birmanos de la agencia de noticias Reuters que intentaron informar sobre la ejecución sumaria de 10 aldeanos rohinyá en medio de la purga genocida de más de 740.000 rohinyás en el estado birmano de Rakáin.

Suu Kyi le dijo al mundo que su Gobierno estaba tomando acciones legales contra los dos periodistas, no porque estuvieran haciendo su trabajo, sino porque revelaron lo que se consideraba secretos de Estado. Los dos ganaron el premio Pulitzer por sus reportajes de investigación y fueron liberados por el Gobierno de Suu Kyi luego de una fuerte presión mundial.

Muchos esperaban ver a Suu Kyi sentada en el banquillo de los acusados por crímenes estatales internacionales de Myanmar, por los que la líder birmana sí es responsable y no por cargos falsos en un tribunal no oficial.

Esto me recordó un suceso en la conferencia internacional sobre el genocidio de Myanmar celebrada en la Asamblea Nacional francesa (Parlamento) en París. Allí, Shirin Ebadi, la reconocida defensora de los derechos humanos de Irán, le dijo a Aung San Suu Kyi que quería ser parte del jurado en el que ella estaría como acusada.

Ebadi criticó la indiferencia de Suu Kyi por la difícil situación de las víctimas del genocidio en los campos de refugiados de Bangladés, una indiferencia que fue palpable cuando la entonces líder birmana pronunció el discurso de apertura ante la audiencia compuesta por refugiados rohinyá, la presidenta del Parlamento Nacional de Bangladés, Shirin Sharmin Chaudury, parlamentarios franceses y activistas y académicos internacionales.

Antes de este distanciamiento, Ebadi, la primera iraní y la primera mujer musulmana en recibir el Premio Nobel de la Paz, como fundadora del Grupo de Mujeres Nobel, recibió con beneplácito a Suu Kyi, su hermana laureada. En el prestigioso grupo se encontraban la activista por la paz de Irlanda del Norte, Mairead Maguire, y la activista política estadounidense, Jodi Williams, quienes hicieron una fuerte campaña por la liberación de la birmana cuando fue víctima de persecución política en su país y estuvo 15 años bajo arresto domiciliario.

Durante una reunión que Ebadi mantuvo con Suu Kyi y Williams a puerta cerrada en la ciudad de Nueva York, EEUU en 2013, la laureada estadounidense y activista contra las minas terrestres intentó plantear sus preocupaciones sobre la persecución de los rohinyás y la postura de Suu Kyi: la negación del crimen de genocidio y la defensa de los militares perpetradores.

Suu Kyi dejó la conversación al instante, en un tono insensible: “¿Qué pasa con ellos?”, según me comentó un amigo mío que estuvo en la reunión y fue testigo del intercambio de argumentos.

Varios años más tarde, Sir Geoffrey Nice, fiscal del juicio de Slobodan Milosevic (acusado de crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio en las guerras yugoslavas) en el Tribunal Penal Internacional sobre la ex Yugoslavia, fue coautor de un artículo de opinión en la revista especializada Foreign Policy titulado A Genocide in the Making (Un genocidio en ciernes), donde él y el coautor, Francis Wade, escribió: “Suu Kyi (como líder de la nación por mandato popular) debe saber que la inactividad frente a acciones genocidas puede acarrear responsabilidad moral, legal e incluso criminal”.

Así mismo, Yanghee Lee, exrelatora especial sobre la situación de los derechos humanos en Myanmar (2014-2020), que veía a Suu Kyi como un ícono inspirador de la mujer asiática, dijo enfáticamente al canal Four News de Reino Unido que la consejera de Estado de Myanmar debería enfrentar la justicia en la Corte Penal Internacional o cualquier otro tribunal internacional ad hoc de la ONU, por el papel oficial que desempeñó en el genocidio de Myanmar.

Lee me dijo que la Premio Nobel reveló deliberadamente una amenaza de denegación de la visa de entrada cuando se reunieron por última vez, cara a cara, en la oficina de Suu Kyi en Naipyidó.

La culpabilidad de la líder birmana en los crímenes internacionales cometidos por el Gobierno debido a sus innumerables negaciones de genocidio en numerosas ocasiones, tanto en la oposición como en el cargo, y sus hostilidades hacia los organismos de derechos humanos de la ONU y los defensores de derechos humanos y periodistas locales, ha sido ampliamente notada y rotundamente condenada en todo el mundo.

En este contexto, es profundamente preocupante que el Gobierno paralelo, denominado Gobierno de Unidad Nacional (NUG, por sus siglas en inglés), continúe manteniendo a Suu Kyi como su santo ‘patrón’ en ausencia.

Los cientos de miles de birmanos, quienes han protestado contra el golpe de Estado, apoyan y tienen expectativas, poco realistas, de que el NUG sea el único organismo legítimo que buscará el reconocimiento mundial, el apoyo material y financiero de los actores estatales y no estatales y las comunidades.

Pero quizás lo más preocupante de todo es que algunos de los antiguos miembros de la LND han comenzado a emprender actos fanáticos y violentos contra cualquiera que se oponga tanto al régimen golpista como a los antiguos líderes de la LND y a los funcionarios y activistas anti-rohinyás.

El 25 de mayo, un activista antigenocidio y anti-NLD / NUG de Myanmar llamado Bhone Pyi Zone Min se convirtió en la primera víctima de lo que parece un crimen de odio: mientras dormía, fue apuñalado siete veces hasta la muerte por un fanático del NLD / NUG, según sus amigos que publicaron los detalles del motivo del asesinato.

La Primavera de Myanmar, o Nueva Revolución, liderada en las calles por la denominada Generación Z, o la juventud de Myanmar, tiene como objetivo en última instancia no simplemente restaurar la tiranía de la mayoría racista con Suu Kyi como la ‘madre de la nación’, sino reconstruir una nueva sociedad inclusiva, donde los rohinyás también tendrán su ciudadanía plena e igualitaria.

Los hechos y palabras del NUG y sus partidarios, que continúan actuando como si fueran vino viejo en una botella nueva, no presagian nada bueno ni para la revolución social ni para la revolución política violenta, que tiene como meta desmantelar totalmente la dictadura, incluido su instrumento de terror: las fuerzas armadas.

*El autor es coordinador de la Free Rohinya Coalition, ubicada en Reino Unido, y secretario general de las Fuerzas de Renovación del Sudeste Asiático y miembro del Centro de Documentación sobre el Genocidio en Camboya.

*Juan Felipe Vélez Rojas contribuyó con la redacción de esta nota.

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