Entrevistas

La peruana Claudia Llosa y su inquietante versión cinematográfica de “Distancia de rescate”

Por Nicolás Biederman – Telam

La realizadora peruana Claudia Llosa dirigió y coescribió “Distancia de rescate”, película de terror psicológico de Netflix que adapta la multipremiada novela homónima de Samanta Schweblin y que explora los miedos que rodean a la maternidad y la vana búsqueda por asegurar un siempre elusivo control.

“El miedo puede ser una herramienta muy poderosa y positiva, pero en su debida escala”, explica en charla con Télam la directora de “Madeinusa” (2006), la elogiada “La teta asustada” (2009) y “No llores, vuela” (2014).

“Distancia de rescate” es el cuarto largometraje de la también sobrina del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, y el tercero consecutivo en el que indaga sobre la maternidad.

La escribió a cuatro manos junto con la propia Schweblin, con quien procuró asegurar que el estilo sugerente y sutil, inquietante y a menudo hasta angustiante que caracteriza al libro tuviera una eficaz transposición al audiovisual.

“Le dije ‘quiero hacerlo contigo’ y le cayó de sorpresa un poco, pero me aceptó y arrancamos juntas”, recuerda, sobre aquel momento en que nació la colaboración: la primera vez para ambas en un proyecto de este tipo.

La cinta parte del relato agónico de Amanda (la española María Valverde), mientras busca darle sentido a la vida que se le escurre entre los dedos. En un terreno más allá del plano de lo real -¿un delirio febril? ¿el umbral entre la existencia y el más allá?-, Amanda conversa con un chico de la zona llamado David.

Guiada y a veces forzada por la voz del joven, repasa la llegada junto a su pequeña hija Nina a un aparentemente idílico pueblo campesino donde pasarían unas vacaciones de verano. Allí conocería a la tan fascinante como escalofriante Carola (Dolores Fonzi) y se introduciría poco a poco en un entorno natural que escondía amenazantes presencias.

El elenco del filme, que fue el más visto en el gigante del streaming en su primera semana de estreno en Estados Unidos, se completa con Germán Palacios, Guillermo Pfening, Emilio Vodanovich, Guillermina Sorribes, Marcelo Michinaux, Cristina Banegas.

Télam: ¿Cómo nace tu atracción por esta historia?

Claudia Llosa: La leí como una lectora sin ninguna otra intención, no estaba buscando un texto para adaptar. La leí de una sentada, me atravesó, y tuve la sensación de “tengo que hacer esto”. Casi en ese impulso le escribí a Samanta, y tuve la suerte de que ella se tenía que ir a Madrid, con lo cual me fui a verla (Llosa vive en Barcelona). Nos encontramos a tomar un café, y fui con dos ideas muy claras sobre la adaptación. Una de ellas era sostener ese diálogo, esa conversación entre Amanda y David a modo de voz en off a lo largo de la historia como para crear esta sensación casi expandida del relato. Una conversación interviniendo con los diálogos que van ocurriendo en la imagen y al mismo tiempo con el espectador.

La otra tenía que ver con la espacialidad, porque eso que en el libro puede no tener un lugar en el cine tiene que estar, y tenía una propuesta en ese sentido.

T: ¿Cómo es el proceso de adaptar un original de la mano de quien más propio lo siente? ¿Pudo Schweblin “desacralizar” su propio texto para encontrar lo que pedía la pantalla?

CL: Sentí desde el minuto en que me senté y empezamos a conversar que había algo en ella que estaba dispuesto a redescubrir todo el proceso, que no venía con una cosa protectora. Al contrario, estaba curiosa, ávida y generosa absoluta. Y eso fue así hasta el final.

Redescubrir desde otros materiales que no son propios de la literatura hacen un proceso nuevo. También hubo algo en mí nuevo, de poder escribir a cuatro manos, disfrutar de que lo que sobrecoge tu mundo a tal grado de pronto lo puedes compartir con otra persona con el mismo rigor, con el mismo entusiasmo y obsesión. Y fue mutuo.

T: En la novela mucho de lo que constituye la voz que conduce el relato está fuera del plano de “lo real”. ¿Fue difícil dar con el enfoque para que funcionara?

CL: Más que difícil fue riguroso, trabajado para darle a cada uno su lugar. Yo tenía muy claro que había que recorrer todas las flechas del relato, de principio a fin, defenderlas y sostenerlas sin negar la otra. Hay una lectura absolutamente anclada en lo real de lo que está ocurriendo y se tiene otra posible lectura que es quizás un poco más alejada, o puede entrar en la subjetividad. Una lectura quizás esotérica. Pero siempre decidimos volver y me dio la sensación de estar en un relato absolutamente real.

Esa idea de ir bailando con el espectador en ese diálogo, ese juego de estar en todas las posiciones y de identificarte con uno o con otro momento era fascinante de trabajar, y una oportunidad maravillosa en el cine porque es poco usual.

T: El punto en el que gira ese real/no real es el personaje de Valverde y su punto de mira, su percepción. ¿Cómo caracterizarías la mirada de Amanda sobre Carola?

CL: Creo que esa sensación que tiene Amanda sobre Carola es análoga a lo que yo quería trabajar con las sensaciones del espectador hacia la película. Esa cosa un poco bucólica pero al mismo tiempo desconcertante del campo. Tenemos este vaivén de seducción, que por momentos te embelesa, hay algo de la extrañeza que envuelve, que encanta; y al mismo tiempo lo desconocido pone alerta, incomoda, y más cuando no hay control sobre eso desconocido.

T: La película aborda la constatación de que la maternidad conlleva aprender a manejar esa “distancia de rescate” que hay que tener en cuenta para que no les pase nada a los hijos. ¿Ser madre es vivir con miedo?

CL: No, para nada. Primero, al miedo tampoco hay que tenerle miedo. El miedo puede ser una herramienta muy poderosa y positiva, pero en su debida escala. Cuando deforma la realidad es cuando entra la paranoia. Con lo que hay que tener cuidado es con esa deformación.

Yo creo que la respuesta está en dos cosas: en el cuidado y en la confianza. En confiar en el otro, en que nuestros hijos pueden cuidarse y cuidar el entorno, lo que al mismo tiempo derivará en que se cuiden y cuiden a los demás. Es un círculo que tiene que estar en funcionamiento.

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