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Nosotros enterramos ese destornillador

A principios de diciembre pasado, falleció un joven de 20 años llamado Sergio Naranjo, quien fue asesinado por dos jóvenes vecinos de su sector. Según las autoridades, los homicidas robaron la motocicleta de la víctima para empeñarla sin su consentimiento. Cuando Sergio les reclamó el paradero de su moto, lo golpearon con un palo y le clavaron un destornillador en la cabeza (lea la noticia aquí). Sergio luchó por su vida durante varios días, pero finalmente murió.

A raíz de este incidente, la comunidad se indignó y, a través de Twitter, exigió al alcalde mayor seguridad para su sector y la ciudad. En Facebook, también leí reclamos similares, en los que se argumentaban los altos índices de inseguridad que afectan a la ciudad.

Hace ocho días, la comunidad organizó un plantón en el que exigieron a la policía, el alcalde y el secretario del interior mejorar la seguridad en la ciudad y poner fin a la violencia y las muertes.

Una semana después, noto que ya nadie está hablando del tema en las redes sociales. La indignación en las redes sociales a menudo se asemeja a la espuma de una cerveza: sube rápidamente y luego desaparece. Estos comportamientos reflejan una sociedad superficial, vacía de valores y moral, en la que las quejas solo aparecen cuando están de moda.

Si queremos encontrar el origen de lo sucedido y alguien a quien culpar, les aseguro que ni el alcalde, ni la policía, ni Fernando Niño (Secretario del Interior) tienen la culpa de lo que le sucedió a Sergio.

Este fue un acto de intolerancia, no de delincuencia. Además de los asesinos, también la familia de los jóvenes agresores son responsables de lo sucedido. La culpa recae en la familia, el colegio y la sociedad en la que crecieron, y que los llevó a convertirse en los asesinos de Sergio. Esos dos jóvenes se transformaron en seres sin escrúpulos, capaces de agredir y asesinar a alguien a sangre fría.

En mi opinión, es innegable que vivimos en una sociedad que tiene sus valores, moral y buenas costumbres en cuidados intensivos, con muerte cerebral. Es una sociedad descompuesta que, en lugar de mejorar, va (de parranda) directo al abismo.

El número de muertes por hechos de intolerancia va en aumento. En el 2010, hubo 355 muertes por hechos violentos e intolerancia, mientras que en 2016, esta cifra aumentó a 440 personas. Casi todos los días, se puede leer en los titulares de las noticias locales, regionales y nacionales sobre asesinatos causados por la intolerancia y la violencia en el intento de resolver desacuerdos.

Algunas muertes tienen más notoriedad que otras, pero con el tiempo, estas tragedias son olvidadas por la sociedad. Desde el asesinato de Sergio hasta hoy, en menos de 15 días, han muerto tres jóvenes de 23, 19 y 25 años. Dos de ellos, en discotecas por breves discusiones durante la noche, y el joven de 19 años fue asesinado por un compañero de colegio cuando fue a recoger su toga y birrete para graduarse de bachiller. ¿Cómo es posible que un joven lleve un puñal al colegio? Hasta el momento, nadie ha hecho una manifestación por ninguno de los tres jóvenes fallecidos, la indignación social solo alcanzó a Sergio.

Recuerdo una Cartagena muy distinta hace 15 años. Era raro ver muertes como la de Sergio Naranjo, Carlos Meza Anaya, Juan Camilo Martínez y Fabio Julio Teherán. Cuando ocurría algo así, la ciudad se horrorizaba de verdad. No estábamos acostumbrados a tanta violencia y no sucedía con frecuencia. ¿No se preguntan por qué? Yo sí.

No tengo una respuesta exacta ni un análisis sociológico, sólo puedo compartir mis percepciones a través de las cifras que observo y, sobre todo, de la realidad que se vive hoy en la ciudad y en el mundo en general.

Hoy en día parece que la vida humana vale menos que un pollo frito. Me viene a la mente una noticia que me impactó hace años: un hombre fue asesinado en un autobús porque se negó a compartir su comida con un desconocido que le pidió un pedazo de pollo.

El egoísmo, la intolerancia y el deseo de tomar lo que el otro tiene se han vuelto más importantes que la vida misma. Ya no se enseñan valores en las familias, no se educa a los hijos sobre el respeto hacia los demás, la vida, las diferencias y la dignidad humana. Todo eso parece haberse perdido.

Por ejemplo, he observado en numerosas ocasiones cómo los padres, para calmar el berrinche de sus hijos pequeños, les entregan un teléfono celular para que jueguen y dejen de “molestar”. En lugar de explicarles y enseñarles a obedecer, a permanecer tranquilos y a respetar sus órdenes, ¿por qué no lo hacen? La respuesta es simple: porque requiere más esfuerzo por parte de los padres, más tiempo dedicado y más atención. Es más “fácil” tranquilizar a los niños dándoles el celular.

Sin embargo, una acción tan pequeña como esa va enseñando lentamente al niño que obedecer no es importante, que con un berrinche obtiene lo que quiere y que no es necesario respetar ni a sus padres ni a los demás.

Enseñar valores no es responsabilidad de la policía ni del alcalde, sino un deber de la familia. Nuestra descomposición social comienza desde el núcleo familiar.

Recientemente hablé brevemente con alguien acerca de la muerte de Sergio. Esta persona vive en el barrio donde ocurrió el suceso y compartió su indignación en Twitter. Durante nuestra conversación, ella mencionó: “El muchacho que le dio con el palo en las piernas es un joven normal, yo lo conozco… él no lo asesinó, solamente le dio con el palo en las piernas. No sabía que el otro tipo le iba a enterrar un destornillador en la cabeza”. ¿SOLAMENTE? ¿Solo le dio con un palo? Pegarle a alguien con un palo no es un acto normal y no debería ser aceptable para ninguna persona.

Ese ‘joven normal’ no golpeó a Sergio con un palo para hacerle cosquillas. Aunque no tengo el resultado de medicina legal, estoy segura de que los golpes con el palo en las piernas le hicieron daño al difunto, y lo dejaron indefenso ante el joven que luego le enterró un destornillador en la cabeza.

Lo más triste y preocupante de todo esto es que escuché a alguien justificar y minimizar el acto violento con un simple “solamente le pegó con un palo”. Este razonamiento es preocupante porque le quita toda la culpa y la gravedad a una acción violenta e inaceptable.

La verdad es que pegarle a alguien con un palo es un acto violento que no puede justificarse de ninguna manera. No es un hecho menor dentro del asesinato y es un reflejo de la descomposición social que estamos viviendo.

Islandia es conocido como el país con menos muertes y actos de intolerancia, convirtiéndolo en el país más seguro del mundo desde 2011. A pesar de su reducida población de 320 mil habitantes, Islandia supera por mucho a Cartagena, que cuenta con más de un millón de habitantes. Mientras que en Cartagena se reportaron 440 fallecimientos por actos violentos en 2016, en Islandia ocurre una muerte violenta cada 8 años en promedio. La tasa de asesinatos en este país europeo es de solo 0.6% por año, es decir, hay años en los que no ocurre ningún fallecimiento violento. Es evidente que hay una abismal diferencia entre la situación de seguridad en Islandia y en nuestro país.

Veamos otros indicadores relevantes. En Islandia, cada persona compra en promedio 40 libros al año y lee 12 de ellos. En Cartagena, según Cartagena Cómo Vamos, solo el 26% de la población dedica tiempo a la lectura, y a nivel nacional los colombianos leen un promedio de 2 libros al año. La diferencia entre Islandia y Cartagena en este aspecto es abismal.

Mientras que en Islandia los niños se sientan a leer, aquí se les enseña a bailar reggaetón y a jugar en el celular. Un niño islandés aprende valores, ética, cultura y adquiere conocimiento a través de la lectura. En cambio, en Cartagena un niño está aprendiendo a cantar: “Criminal, cri criminal, tu estilo, tu flow baby, muy criminal, Criminal, uh criminal ah (Criminal ah)”.

Sin duda, el problema de la falta de valores y cultura en nuestra sociedad tiene múltiples causas y responsables. El reggaetón es solo una parte del problema, y los padres y el gobierno también tienen un papel importante que desempeñar.

Cuando un padre maltrata a un animal, está enseñando a su hijo a no respetar la vida y la integridad de otros seres vivos, lo que puede llevar a la violencia y la intolerancia en otros ámbitos de la vida.

No obstante, no podemos negar la responsabilidad del gobierno nacional y distrital en la falta de inversión en cultura, arte y deporte. En Islandia, el gobierno invierte en estas áreas para fomentar la educación y el desarrollo de los niños y jóvenes. Aquí, en cambio, vemos contratos escandalosos para la alimentación infantil, donde se facturan precios exorbitantes por leche y pollo. Es fundamental que nuestras autoridades comprendan la importancia de invertir en la educación y la cultura de nuestra sociedad para lograr un cambio real.

Es fundamental que el gobierno local invierta en educación, cultura, arte y deporte para asegurar que los niños de hoy sean adultos que valoren y respeten la vida humana. Necesitamos campañas verdaderamente efectivas de cultura ciudadana y, sobre todo, empleo y equidad. Es cierto que la policía debe aumentar su presencia y vigilancia, pero no puede enseñar a los jóvenes a respetar la vida humana. No pueden asumir el papel de la familia y las instituciones educativas para formar buenos seres humanos. Si nuestros hogares y escuelas no cumplen con su deber, siempre habrá un número insuficiente de policías para mantener la seguridad.

Como sociedad, en Cartagena, también somos responsables por la muerte de Fabio, Carlos, Juan Camilo y Sergio. Enterramos el destornillador, el cuchillo y apretamos el gatillo cuando nos indignamos de forma superficial, sin actuar con coherencia. Cuando normalizamos actos de intolerancia e irrespeto, incluso los más pequeños. Cuando en lugar de sentarnos a leer un libro con un niño, lo ponemos a bailar y cantar reggaetón para grabarlo con el celular y compartirlo en las redes sociales.

0 comentarios en «Nosotros enterramos ese destornillador»

  • Desafortunadamente tienes razón en todo lo que dices, nosotros, los padres y la sociedad somos los verdaderos culpables de lo que están haciendo nuestros hijos, porque nos hemos convertido en una sociedad consumista, donde el individualismo, el egoísmo, la falta de tolerancia son el pan de cada dia, donde a nadie le interesa el dolor ajeno, cada quien busca su propio bienestar sin importar los medios que utilice para lograrlo. Con esta falta de valores y principios hemos criado a nuestros hijos y ahí tenemos el resultado. ¿Entonces, de que nos quejamos? Todo el mundo cosecha lo que siembra y estos son nuestros resultados lastimosamente!

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  • Los medios de comunicación son los primeros cómplices de que este tipo de actos se vuelvan “normales” por ser tan comunes que desayunamos con las manos llenas de sangre, las víceras de alguien tirado en el piso con una prensa amarillista que tiene a veces mas poder que las familias, claro, aceptamos que estamos en una sociedad donde le hemos dejado a los medios masivos de desinformación la crianza y el poder de meterle en la cabeza a nuestros hijos, que está justificado el medio para llegar al objetivo. A las instituciones no les interesa hacer tejido social, sino, guardar la apariencia de una acción bien hecha aunque sea por cuatro horas, cuando isntituciones como el DADIS hace una celebración sobre “salud mental” para mostrar un drama frecuente en los jóvenes , pero no se abren procesos reales de trabajo para ellos. Aquí se encuentran y se vuelven a encontrar en una año, cuando toque mostrar algo de finde año otra vez. Claro! La familia es el centro pero familias cada vez con menos esperanza más que la de.pegarse a cualquier político para conseguir algo, algunos queremos hacer las cosas bien, pero te ofrecen un puesto por mérito en dodne al final la decisión de si lo tienes o no, depende del político cercano al que logres conquistarle el oido o el bolsillo electoral, es difícil hacer el bien y precisamente porque cuesta es que nos damos por vencidos facilmente, porque nos hemos llenado de razones para decir que si los líderes estan mal, remal en la forma d ellevar el país que queda hacer, más allá de apagar y seguir la corriente porque lo poco que hagamos con nuestra familia parece una lagaña de mico en esta selva, ni hablar de influenciar en la comunidad. Yo seguiré creyendo que los buenos, tercos, acreedores de un mejor presente y futuro somos más. Le apuesto a que al menos mis hijos puedan aprender un gran porcentaje de loq ue trato de esnseñarles y ser capaces de discernir entre lo éticamente correcto y los socialmente aceptado.

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