Análisis

ANÁLISIS: 27 años después del apartheid en Sudáfrica hay grandes vacíos en equidad social

Las semanas de violentas protestas que ha vivido el país africano parecen no solo tener como punto de partida el encarcelamiento del expresidente Jacob Zuma, sino el estallido de las comunidades negras por la desigualdad racial.

Por: Esma Karadag y Aydin Erdogan / Anadolu

El cuarto presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, una de las figuras políticas más importantes de la historia del país, fue sentenciado a 15 meses de prisión el 29 de junio por la Corte Constitucional por cargos de injerencia en el proceso judicial y desacato al tribunal en los casos interpuestos en su contra por presunta corrupción durante su mandato de nueve años. Si bien Zuma se entregó a la Policía la noche del 7 de julio, fecha límite que le habían dado, este hecho también encendió las manifestaciones y protestas callejeras más violentas que Sudáfrica ha presenciado en los últimos años.

Jacob Zuma, quien anteriormente había sido encarcelado durante 10 años por luchar contra el sistema del apartheid, se desempeñó como presidente de 2009 a 2018. Sin embargo, el nombre de Zuma a menudo se menciona en relación con acusaciones de corrupción. Algunos afirman que Zuma, un exluchador por la libertad de una familia rural pobre, saqueó el Estado con sus nuevos colegas después de que ganó la lucha por la liberación. Aunque los fiscales retiraron los casos contra Zuma, tras haber sido acusado por primera vez de corrupción en 2005, se han presentado casos similares en su contra desde que renunció en 2018. Actualmente, Zuma está acusado de 16 cargos de delitos que van desde la presunta participación junto a los notorios hermanos Gupta, que huyeron de Sudáfrica en 2018, en gastos personales del presupuesto estatal hasta ser sobornado para firmar un acuerdo de armas de USD 1.000 millones entre Sudáfrica y la empresa francesa Thales en 1999.

Zuma afirma que sus rivales políticos están utilizando los tribunales para atacarlo y niega todos los cargos que se le imputan. El expresidente también afirma que los Estados occidentales y sus “títeres” en Sudáfrica conspiraron contra él para mantener intacto el dominio económico de los blancos en el país.

Las manifestaciones se convierten en violencia y saqueos

Muchos interpretan el comportamiento de Zuma como si estuviera en el mismo estado de ánimo que cuando luchaba contra el régimen del apartheid. Aunque el caso de corrupción en su contra aún no ha concluido, algunos círculos creen que el encarcelamiento de Zuma como expresidente es significativo para demostrar cuánto ha avanzado el sistema legal durante los 27 años del proceso de democratización del país. Además, la decisión de Zuma de rendirse fue vista como una victoria para el Estado de derecho. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando las protestas que comenzaron en KwaZulu-Natal, ciudad natal y bastión político de Zuma, se extendieron rápidamente a la provincia de Gauteng, donde se encuentra la ciudad más grande y la potencia económica del país, Johannesburgo.

Las protestas en las dos provincias más densamente pobladas de Sudáfrica se han convertido en violencia y saqueos, desviándose de su propósito previsto. Las multitudes han asaltado almacenes, fábricas, gasolineras y centros comerciales. Los partidarios de Zuma han cerrado las principales carreteras del país, o arterias económicas, para exigir la liberación de su héroe político. El país está experimentando los eventos más violentos desde la década de 1990, con carreteras cerradas, negocios y almacenes saqueados y estallidos de incendios no solo en las principales ciudades de las provincias de KwaZulu-Natal y Gauteng, sino también en pueblos pequeños.

Con más de 200 centros comerciales saqueados, la destrucción en el país, que ya ha sido el más afectado por la pandemia de COVID-19 en África continental, ha alcanzado proporciones aterradoras, especialmente en Soweto, el municipio de Johannesburgo donde vivió Nelson Mandela. Muchos civiles han muerto en las estampidas. La compra de alimentos, combustible y medicinas se detuvo. El saqueo y la destrucción, en cambio, han tenido consecuencias desastrosas en los hospitales del país.

La refinería de petróleo más grande de Sudáfrica también anunció que las operaciones se detuvieron como resultado de estos eventos y la destrucción de las rutas de suministro que entran y salen de KwaZulu-Natal. Se formaron largas colas frente a las tiendas y estaciones de servicio en las ciudades portuarias de Durban y Johannesburgo. Aunque aún no se ha declarado el estado de emergencia, los ministros advirtieron que los suministros de alimentos básicos podrían agotarse.

Además de todo esto, desde que comenzaron las protestas, el Ejército también ha estado ayudando a la Policía a detener los ataques a almacenes, supermercados, centros comerciales, clínicas y fábricas. En muchas áreas de las provincias de Gauteng y KwaZulu-Natal, pequeños grupos de lugareños formaron asambleas de defensa civil, denominadas por los medios locales como “escuadrones de defensa”, para proteger sus hogares y negocios. Estos pequeños grupos armados montaron guardia en el único centro comercial sin saquear de Soweto, haciendo todo lo posible para evitar que los saqueadores irrumpieran en las tiendas de alimentos locales en Kliptown. Se instalaron barricadas improvisadas para impedir el acceso a los barrios. Las compañías de taxis locales asumieron la responsabilidad de la protección de muchas áreas críticas.

Polarización en el ANC

Muchos creen que el actual presidente Cyril Ramaphosa no ha demostrado su liderazgo para calmar la indignación pública y hacer que los sudafricanos se sientan seguros durante este proceso. La decisión de Ramaphosa de desplegar solo 2.500 soldados recibió una reacción violenta, ya que se señaló que el presidente tenía 70.000 soldados el año pasado durante los toques de queda en todo el país para prevenir la propagación del COVID-19.

También se plantea la posibilidad de un sabotaje que conduzca al estallido de los eventos, mientras que las noticias falsas que alimentan los disturbios circulan ampliamente en las redes sociales. La ministra de Seguridad de Sudáfrica, Ayanda Dlodlo, dijo que las autoridades habían recibido información de que exmiembros de la Agencia de Seguridad del Estado asociados con Zuma estaban incitando a la violencia. El partido del Congreso Nacional Africano (ANC) anunció que se estaban investigando las publicaciones en las redes sociales de Duduzile Zuma-Sambudla, la hija de Jacob Zuma. El hijo de Zuma, Edward Zuma, también había declarado que si arrestaban a su padre, el país se vería envuelto en un derramamiento de sangre.

Los principales partidarios de Zuma afirman que fue el objetivo de una caza de brujas orquestada por disidentes políticos. Sin embargo, muchos expertos argumentan que la confusión del país se debe a la creciente polarización dentro del partido gobernante ANC. El encarcelamiento de Zuma se considera una victoria para el ala moderada y pragmática del partido. Por otro lado, la secretaria general del ANC, Gwede Mantashe, dijo que la violencia, los saqueos y el vandalismo en curso en Gauteng y KwaZulu-Natal no tienen nada que ver con el expresidente Jacob Zuma y que quienes están detrás de los manifestantes son simplemente “matones” que se aprovechan de la situación.

Orígenes de las manifestaciones violentas

Aunque ha habido una serie de movimientos sociales en Sudáfrica que rápidamente se transformaron en actos de saqueo en el pasado, ninguno había sido tan grave como los presenciados en las últimas semanas. El principal problema que debe examinarse es por qué las protestas que podrían ocurrir en cualquier país se convierten en eventos de saqueo en Sudáfrica. Para comprender este tema, debemos analizar los desarrollos que ha visto el país en los campos de los derechos fundamentales y el bienestar económico desde su transición a la democracia.

Cuando se restableció la República de Sudáfrica en 1994, se fundó sobre el principio de ser un país ejemplar para el resto del mundo, donde personas de todos los ámbitos de la vida pudieran vivir en prosperidad y tener la seguridad que necesitaban para vivir con dignidad, donde la opresión estatal fuese abolida y los derechos humanos fueran garantizados al más alto nivel. El régimen colonial y de apartheid en Sudáfrica, que dejó atrás sus períodos de “supremacía blanca” después de una gran lucha, había provocado graves desequilibrios sociales en todos los campos del país.

Aunque Sudáfrica realmente ha recorrido un largo camino en términos de democracia desde el fin de la supremacía blanca en sus sistemas gubernamentales, se podría decir que no ha habido mucha mejora en el campo socioeconómico. Pese a que las políticas de Empoderamiento Económico Negro (BEE) todavía están vigentes para aumentar la participación de las personas negras en todos los aspectos de la vida, aún no se han tomado medidas concretas para abordar los problemas socioeconómicos que incluyen, entre otros, la desigualdad de ingresos, la desigualdad en oportunidades educativas y pobreza. Por eso, existe cierta decepción con la democracia, que se ganó como resultado de la lucha liderada por Nelson Mandela, Walter Sisulu y Ahmed Kathrada.

El hecho de que los sudafricanos negros, que han sido explotados durante cientos de años y luego humillados y privados de oportunidades públicas a través de la discriminación racial durante décadas, han logrado pocos avances, incluso en los últimos 27 años de democracia, con la excepción de una pequeña élite negra, e incluso han retrocedido en áreas como la seguridad y la economía, dice mucho sobre la situación actual.

Problemas crónicos de desempleo y tierra

Si bien la tasa de desempleo en Sudáfrica era del 20% en 1994 durante la transición democrática, ahora ha aumentado al 57,47%, según un estudio realizado en 2019.

Sudáfrica es, por mucho, el peor país del mundo en términos de tasas de desempleo juvenil. Los bajos ingresos y el desempleo se destacan como los factores más importantes que provocaron el malestar. De hecho, se informa que, aunque la tasa de desempleo fue del 32,6% en el primer trimestre de 2021, desde entonces ha aumentado al 42,3% y alcanzó un máximo histórico del 74,7% entre los jóvenes. El salario mínimo, por otro lado, es demasiado bajo para mejorar el nivel de vida de la población trabajadora, más allá del de la era del apartheid. En un país donde incluso el alquiler promedio de una casa es de USD 500, el salario mínimo promedio es de USD 250, lo que obliga a muchos sudafricanos negros a vivir en chozas de hojalata sin agua corriente ni electricidad.

Cuando examinamos los datos publicados por Statistics South Africa (SSA) en junio de 2020 sobre pobreza infantil, vemos que el 60% de los niños del país vive por debajo del umbral de pobreza. De manera similar, según los informes ‘Tendencias de la desigualdad’ y ‘Líneas de pobreza nacionales’ de la SSA publicados en 2019 y 2021, respectivamente, el 52% de la población del país se ve gravemente afectada por las desigualdades. Los trabajadores protestan por todas las oportunidades para aumentar el salario mínimo en el país, que también ocupa el primer lugar en el mundo en términos de desigualdad de ingresos. Asimismo, las barreras a la educación de calidad y los problemas de seguridad que representan una seria amenaza para el país se encuentran entre los factores que han contribuido a la escalada de las tensiones.

Cuando el legado del sistema del apartheid fue heredado en 1994, la minoría blanca poseía el 85% de la tierra del país. Casi todos están de acuerdo en que si la tierra se distribuyera de manera justa, todos los problemas socioeconómicos del país se resolverían porque el problema incluye no solo el problema de las tierras agrícolas, sino también el problema del reasentamiento de las personas que fueron expulsadas de sus hogares durante la era del apartheid. A pesar de que una de las metas más importantes de Mandela como líder del país, y todos los gobiernos del ANC establecidos después de él, fue la distribución justa de tierras agrícolas y residenciales para todas las personas, no se avanzó en este tema. A pesar del objetivo del 30% establecido durante el mandato de Mandela, solo el 1% de la tierra se había redistribuido cuando dejó el cargo. Además, el 10% de la tierra se ha redistribuido de propietarios blancos comparado con el resto de la población. Actualmente, los terratenientes blancos, que representan el 9% de la población, poseen el 73% de la tierra del país, mientras que los terratenientes negros, que representan el 76% de la población, poseen solo el 4%.

Mirando hacia atrás a los 27 años de historia democrática de Sudáfrica, parece que si bien los no blancos han logrado algunos avances políticos, los logros socioeconómicos de la gran mayoría se han mantenido iguales o incluso han disminuido. Entonces, no parece demasiado sorprendente que las protestas que comenzaron con el arresto de Zuma se convirtieran en actos de saqueo en Sudáfrica, donde la pobreza, el desempleo y la desigualdad se encuentran en niveles muy altos.

En conclusión, las protestas recientes en Sudáfrica han resultado en más de 200 muertes, el arresto de más de 3.400 personas involucradas en actos de saqueo, miles de millones de dólares en pérdidas, la confianza de los inversores dañada, la depreciación de la moneda y la reputación de Sudáfrica que se ha visto severamente empañada. No es difícil predecir que se avecinan más días difíciles para Sudáfrica en el futuro cercano debido a los eventos que tuvieron lugar tras el arresto del expresidente Zuma, quien siguió políticas basadas en el nacionalismo zulú, y debido a la (falta de) orden socioeconómico, que se ha agravado como consecuencia de la pandemia de COVID-19.

*Esma Karadag es estudiante de doctorado en la Unidad de Estudios Africanos de la Universidad de Ciudad del Cabo. Aydin Erdogan es estudiante de doctorado en la Unidad de Estudios Africanos de la Universidad de Ciudad del Cabo y en el Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Estambul.

*Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de la Agencia Anadolu.

**Traducido del turco por Can Atalay.

***Maria Paula Triviño contribuyó con la redacción de esta nota.

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